¡El avión! ¡El avión! Este latiguillo en el programa La isla de la fantasía llegó a ser parte de la jerga nacional. Eso habla de lo mucho que el mexicano vio este programa que hoy se lanza como película. Hay que notar, sin embargo, que el título original no es La isla de la fantasía, sino Blumhouse’s Fantasy Island, lo cual permite aproximarnos a la intención del autor.
Jeff Wadlow, director de esta película, es, según Quentin Tarantino, “muestra de lo que realmente significa ser autor en el cine”. ¿Se trata de un elogio hecho por puro amor a la polémica? Puede que sí. Las películas de Wadlow son auténticos churros y La isla de la fantasía no es la excepción. Pero entretiene. Y esta es su función, servir al público que se alimenta del cine de serie B.
No debería extrañarnos. Lo mismo sucedía en los años setenta, cuando uno era un niño que miraba al profesor Roarke recibir a un grupo de huéspedes en su isla misteriosa. ¿Acaso estaba uno buscando gran arte en Canal 5 a las siete de la noche? No. Los amantes de la barra de programas estadunidenses en aquel tiempo buscaban solo algo en lo cual colocar la mirada para no pensar en lo largo del día a la hora de cenar. Como sea, el público de La isla de la fantasía no se limita a los fanáticos de aquella serie (si es que los hay), se extiende a todo el universo de aquellos que consumen cine de terror y fantasía muy comercial producida por los estudios Blumhouse.
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Blumhouse es una exitosa productora hollywoodense fundada por Jason Blum. Y es exitosa porque su esquema de negocios está basado en producir cine utilizando micropresupuestos. Con una quinta parte de lo que se invierte para hacer un churro de Hollywood, Blumhouse produce otro churro mucho más exitoso. El triunfo económico se debe, a decir del productor, en que ofrece absoluta libertad creativa a sus directores, de modo que ya vemos de dónde sale el elogio de Tarantino. Wadlow ha tenido más libertad creativa que muchos “autores” sometidos a las necesidades de sus grandes productoras. Fue así que Blumhouse consiguió producir la película más rentable en la historia, Actividad paranormal.
Pero ¿la rentabilidad de una película es parte de su valor estético? Forma parte de la historia de este arte, de modo que sí. El cine, como la ópera en el siglo XVI, es ante todo un negocio, de modo que la recepción del público es algo que se debe meditar. Por otra parte, la función de la crítica no es, como suele pensarse, la de calificar una obra de modo absoluto sino guiar al espectador.
¿Hay que ver La isla de la fantasía? Si lo que se espera de una película es que me alimente y me haga crecer, no. Esta película vale menos que una barra de azúcar y no vale la pena de ningún modo arriesgarse al covid-19 para saber cómo fue que Tatoo se unió al equipo de Mr. Roarke. Porque ¿a quién le importa? Pero si uno es amante del terror y la fantasía, del grito que da la bruja detrás de la cortina o la sorpresa de quien descubre que al interior de la isla de la fantasía hay un diamante mágico, la película, en efecto, tiene algo que ofrecer. Puro entretenimiento. No es poco en tiempos de coronavirus.
La isla de la fantasía está hecha para esos adolescentes que los sábados no encuentran nada mejor que ver películas atiborrándose de dulces y palomitas. Es cine B y nada más que cine B. Es un paseo salvaje por un universo ilógico y descocado; es el equivalente a la comida rápida que sirven, también, en el centro comercial.
AQ | ÁSS