Jean-Claude Carrière, el bibliófilo infrecuente

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Aquellos libros pendientes de leer le provocaban al guionista recientemente fallecido una sensación intrigante y al mismo tiempo tranquilizadora.

Jean-Claude Carrière, guionista y actor francés fallecido el pasado 8 de febrero. (Foto: Xavier Bertral | EFE)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

No sólo fue un lector infrecuente al mejor estilo de la especie que exaltaba George Steiner sino un bibliófilo obsesivo y un parlanchín acostumbrado a divagar con anécdotas oscuras y ficciones creadas de improviso, por lo que charlar con él seguramente fue una experiencia surrealista, y aquí el término surrealista no es exagerado, porque al escribir sus guiones, Jean-Claude Carrière apostaba por las infinitas posibilidades del acto indeliberado, ese instinto que dotaba a sus personajes de existencia propia.

Es claro en Séverine (Catherine Deneuve) de Bella de día o en Mathieu (Fernando Rey) y las Conchitas (Carole Bouquet y Ángela Molina) de Ese oscuro objeto del deseo, ambos filmes de Luis Buñuel, en los que Carrière dio rienda suelta a los calamitosos enredijos de la psique, por no hablar de otros personajes a los que dotó de vida (y delirio) en las películas de Volker Schlöndorff, Philip Kaufman, Milos Forman, Jean-Paul Rappeneau o Michael Haneke.

Pero volviendo a la descripción inicial, el Carrière lector, bibliófilo, conversador y fabulador también fue un erudito, por ejemplo, en poesía francesa barroca del siglo XVII. Jean de Lacèpéde, Jean-Baptiste Chassignet, Claude Hopil y Pierre de Marbeuf son autores que podía citar de memoria aunque nadie haya escuchado nunca aquellos nombres, sencillamente porque hace siglos que nadie los publica e, inclusive, fueron desterrados de la república de las letras por el crítico Nicolás Boileau, el temible legislador del Parnaso. Carrière aseguraba que Lacèpéde y compañía eran superiores a Lamartine y a Musset, las eminencias de la historia oficial de las letras francesas, porque como buen bibliófilo, se empeñó en conseguir libros sobrevivientes a las catástrofes del tiempo: la ignorancia o el menosprecio injustos, el olvido.

En esa espléndida conversación con Umberto Eco, publicada en 2010 con el título Nadie acabará con los libros, Jean-Claude Carrière exhibió sus fascinaciones y flaquezas, sus vaticinios y certezas con respecto al libro y la biblioteca personal, objeto-espejo y espacio-museo de uno mismo, porque somos los libros que leemos y también los libros que no leímos y los que leeremos. Sí, aquello de lo que no hicimos en contraste con lo que haremos suena absurdo, pero, coinciden Eco y Carrière, en las estanterías conviven ejemplares que alguna vez serán atendidos u hojeados por el dueño, y otros que jamás llegarán a descubrirse. No obstante, entre los libros leídos o revisados y los tomos que nunca se abrirán, se produce un raro fenómeno, digamos, contemplativo. “A menudo voy a una habitación en la que tengo libros y simplemente los miro, sin tocar siquiera uno. Me produce algo que no sabría decir. Es intrigante y al mismo tiempo tranquilizador”, dijo Carrière, y contó una curiosa anécdota: cuando se ocupaba de la Fémis (escuela nacional de cine en Francia), le permitió a Godard montar su nueva película en los talleres de la escuela. Lo que hizo Godard para editar el filme fue acomodar en los estantes las cajas de colores que contenían las diversas secuencias del relato, y se ponía a mirarlas tal como uno hace al contemplar su biblioteca. Sin abrir las bobinas, sin tocarlas, Godard observaba los colores tratando de recordar o hallar un orden, buscar inspiración. Y eso, los libros y su magia, son un bálsamo transitorio que no nos pertenece pues, para finalizar la charla, Carrière le confesó a Eco que al morir, imaginaba que su esposa y sus hijas venderían su biblioteca pero eso no le entristecía porque “cuando libros antiguos vuelven al mercado, se dispersan, se van quién sabe dónde, hacen felices a otras personas, alimentan la pasión por la bibliofilia”. Ahora mismo, tal vez algunos de sus libros vuelan en busca de un nuevo anaquel.

​AQ

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