Las metamorfosis al límite
El dolor precipitado en el poema, la aridez del vocablo reclamada por el mismo escriba que se reconoce en los ojos que han visto la belleza (aun en el dolor) es el trabajo de Jeannette L. Clariond (poeta, traductora y editora nacida en Chihuahua pero radicada en Monterrey, Nuevo León).
Escribe el poeta Adonis sobre su poesía: “Nos recuerda que la imaginación vigila a la realidad y que la realidad está dormida y que solo su poesía es capaz de despertarla”.
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Como lector de Clariond, me percato y sueño y pienso y siento que más que adjetivar su ascenso como autora y hablar de su evolución, habría que destacar la metamorfosis que sufre (o que goza en este caso) quien la lee con constancia; en la geografía que toca habitar en este mundo, Jeannette nos reitera con sus versos que también estamos expuestos al amor y en Las lágrimas de las cosas (Nueva York Poetry Press, 2022), obra ganadora del premio nacional de poesía Enriqueta Ochoa 2020, la autora cuestiona con su sensibilidad lo que ha visto desde niña, lo que ha contemplado, cito: “La niebla de aquellos ojos cuando me detuve frente a ellos” (pág.54) la releo y siento que es como apagar la luz y rezar y sueño que es como el estallido que repite otra voz o que la traduce y pienso en dos momentos: cuando vio su abuela arder o en aquel encuentro fortuito y definitivo con la persona y la poesía de Alda Merini en una librería italiana, pienso, insisto en pensar que fueron esos momentos terribles y hermosos cuando los versos de Clariond empezaron y se desparramaron y abrieron su cauce: entonces me atrevo a desenterrar un amonite: La causa del cauce es el dolor.
Instante arrebatado de su pétalo
Pero los versos son flores y la autora nos lleva a donde ellas despiertan y entonces ante lo real acertamos en la cicatriz y Jeannette nos regresa la esperanza:
“El amor por momentos perfecto, vuela hacia tus ojos/ la luz va creando labios sobrecogidos de jaspe, ruina del cielo en el jardín,/ la cercanía de surtidores que te alejan de la carne, profusa playa/ que resuena en el oleaje y la gracia adhiere su minucia a mi palabra/ deslavando sedimentos.// Bastaba que la ortiga vaciara su hiel y el azófar brillara negro. Rostro eclipsado/ Fuiste el último en responder. Se agitan ya las llamas/ Y la pregunta persiste:/ ¿para qué?/ El sueño resurgirá, más tu mirarás la sombra en la estrella/ desde esta luz serenada que anida dentro”
(“Frágil materia”, (fragmento, pág. 76)
Entre las lágrimas (de las cosas) la poeta está tentada a allegarse tranquilidad y eso a cualquier lector lo tranquiliza, porque también se entienden los silencios que la poeta incluye en su discurso, la sublevación silenciosa en este caso acompaña, acaricia lo que el tiempo pule, lo que el tiempo hace hablar, la duración de los paisajes son los ojos que amamos, entonces, perdidos algunos hábitos como el de avergonzarnos, la disposición original de nuestro dolor nos tiene piedad es decir a cumplido con su cometido.
Moléculas traslucidas de astro se confunden con los peces
Enlazo la escritura —es decir el oleaje— de Jeannette con Edmond Jabés, no solo en su insistencia aforística llena de intensidad y fulgor inteligente, sino en la reafirmación de sus particularidades que la llevan a tocar no solo los límites y los puntos ciegos de la existencia sino las potencias y las derivas desde las transformaciones que el acto de la escritura le confiere, los versos, —moléculas traslucidas de astro—, se confunden, se camuflan, se transforman en luz, en oscuridad, en todo.
Relámpago suspendido en la encrucijada.
Canta Ezra Pound: “Amar nuestro sueño/ despreciando todo amor indigno/ Amar al viento/ y aquí te lo advierto/, que solo los sueños son verdaderos/porque en el sueño yo vengo a ti.”
El designio más consciente en la obra de Jeannette Clariond es despertarnos, orientarnos minuciosamente hacia el poema y lo que su sentido penetrante significa, porque rescata su vida y la nuestra al buscar y hacernos compañía en este sueño porque el sueño (lo sabe Ezra Weston Loomis Pund , lo sabe Jeannette L. Clariond y lo sabemos los lectores) solo es verdadero si tiene acompañamiento, si se lo cuentas a alguien, si alguien nos lo cuenta, la voluntad de la autora acontece en cada verso como en “Oleaje”, el poema que cierra el libro:
Enmudezco ante el mundo y sus alas plegadas
No he logrado establecer una relación con lo otro
¿Dónde refugiarme, donde la voz que a mi regresa?
Una puerta se abre
hacia atrás e insiste en entrever gestos que no me reconocen
el instante mira doblemente en el espejo
Cigüeñas y ánsares encienden mis ojos, preparan mi espíritu.
Con el tiempo hasta el sol debe morir.
El aire tibio del cielo
derrama su agua sobre la raíz
hacia donde camino al desnudarse la aurora
(“Oleajes”, fragmento, pág.78)
El poema —nuestro bien común— combate al mundo y sus alas plegadas, el poema puerta que se abre e insiste en entrever todos los gestos, tiene la delicadeza de mostrarnos el esplendor de las dudas y la desesperación, el poema son las lágrimas de las cosas.
AQ