Poeta, traductora, editora, Jeannette L. Clariond (Chihuahua, 1949) asume que ha entregado toda su vida a la poesía, quizás por eso juzga que, a pesar de la gran tradición de poetas que ha tenido México, incluso antes de convertirse en una nación, desde Nezahualcóyotl, el país es hoy ingrato con la poesía.
A la fundadora de Vaso Roto le llega un enésimo reconocimiento a su trayectoria, el premio a las Artes 2021 que otorga la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), justo cuando está por publicar en Cuadrivio la nueva edición de su poemario Amonites, de 2003, año en que también fundó su editorial, a la cual descarta sacar de México y cuyo catálogo, en cambio, anuncia en entrevista que va a enriquecer con más poetas mexicanos, como Elisa Díaz Castelo, Armando Alanís, Gabriela Cantú y Coral Bracho.
Conversar con la traductora de Anne Carson, Elizabeth Bishop o Alda Merini y editora de Robert Lowell, Derek Walcott o Adonis, es un viaje de placer por la poesía, género que, sin embargo, para ella es dolor. Y propone, para acercar a los jóvenes a ese arte, ofrecerles lecturas desde niños y niñas que formen y les den sentido a sus vidas: desde los clásicos Homero, Safo y Catulo hasta Nezahualcóyotl, y volver a contar con los poemas en la vida cotidiana en casas y escuelas, como ocurría en su infancia.
—¿Por qué actualmente se menosprecia a los poetas?
La razón obvia es el valor económico. La diferencia en valor económico que se da, por ejemplo, a los objetos que producen un pintor y un poeta: ambos trabajan las mismas horas del día y son igualmente talentosos, pero el pintor puede vender un cuadro en 20 mil dólares y al poeta se le dice que es caro su libro de 250 pesos. Hay mucha ingratitud, digamos, con el poeta. Vivimos en una sociedad que todo lo piensa desde la economía, desde el ahorro y la inversión. Si no es redituable, no les va a parecer a quienes manejan la cultura que tenga valor. ¿Por qué sí hay murales en Palacio Nacional que se presumen y admiran, y no hay una biblioteca igual? ¿Por qué a un dignatario de Estados Unidos se le lleva a ver los murales y no se le regala la obra de uno de nuestros poetas? Justo en Estados Unidos se valora más la poesía que en México, cuando la tradición poética que tenemos es mucho más ancestral que la de ellos, con Nezahualcóyotl.
—¿Qué pasó con la figura del poeta? Eran memorables las multitudes que atraían las lecturas de Dylan Thomas en Estados Unidos o Inglaterra; o las de Amado Nervo, Jaime Sabines y Octavio Paz, en México.
Octavio Paz, para centrarme en un personaje, nos abrió las puertas al mundo de la poesía con Vuelta; nos abrió los ojos hacia el mundo y nos puso a ver qué pasaba en él. Gracias a su revista leíamos a Vasko Popa, Wisława Szymborska, Lêdo Ivo o Matsuo Bashō. Él trajo a Elizabeth Bishop, tradujo su poema El monumento. Había ese interés de Paz de traer a personajes de otras partes del mundo, de darlos a conocer en México y presentarlos con la altura que los poetas merecen. Paz tuvo la visión —aunque cierta gente se moleste— de hacer entender a los gobiernos la importancia de la poesía. ¿Por qué ahora no? Porque muchas veces los encuentros que se hacen de poetas son facilitadores de amistades personales, más que un interés genuino en la divulgación de poetas de otras lenguas para saber qué pasa en otras partes del mundo. A Paz le cambió la mirada cuando salió del país y fue a India; cuando lee el Bhagavad-gītā empieza a entender el mundo desde otra naturaleza y a México desde otra perspectiva. Ahora que se conmemoran los 500 años de la caída de Tenochtitlan, ojalá volviéramos a leer a Nezahualcóyotl, pero ni siquiera se está haciendo eso. Hay que entender que cuando un país se encierra en sí mismo, pierde. Paz, seguidor de Hölderlin, nos enseñó que hay que oír unos de otros. La economía se globalizó y el mundo se globalizó. ¿Por qué entonces la poesía no?
"En Estados Unidos se valora más la poesía que en México, cuando la tradición poética que tenemos es mucho más ancestral que la de ellos".
—Debo contradecirla. Justo Vaso Roto, me parece, globaliza la poesía al editar desde México a poetas como Adonis, a quien justo Octavio Paz publicó por primera vez aquí en Vuelta.
La economía se globaliza; la poesía se universaliza, esa es la gran diferencia. Olvidamos que tenemos que universalizarnos, pero eso no significa olvidar a tu país, sino que al entender otras culturas, comprendes mejor la tuya. Cuando Paz inicia Vuelta, José Emilio Pacheco está traduciendo a Vasko Popa, pero del inglés; igual que como se traducía a Szymborska o a Czesław Miłosz, todos del inglés. Ahora no. Vaso Roto tradujo toda la obra de Popa del serbio, poesía y prosa. Es un esfuerzo muy grande lo que hacemos. ¿Por qué lo hacemos? Porque los poetas necesitamos eso que decía Hölderlin: oír unos de otros. ¿Por qué? Porque el tema central de la poesía es el dolor humano. Terencio dijo: “...nada humano me es ajeno”, y esto aplica a la poesía, nada humano le puede ser ajeno a la poesía, eso deberíamos tenerlo claro: para comprender el dolor humano, no tenemos otra posibilidad que sentir dolor, es decir, empatía. Y te voy a decir la razón: la poesía no te va a llevar a manifestarte a las calles, es subversiva en el sentido de la indignación, porque no puedes permanecer inerme ante el dolor del otro. Es la razón por la cual Dante bajó a los infiernos, por la cual uno de los grandes poetas para mí, Georg Trakl —que murió tan, tan joven, a los 27 años—, o Paul Celan, o Gottfried Benn, que para mí son poetas de referencia, se han sumido totalmente en el dolor. Al sumirse en el dolor, mostrándolo, nos muestran otra manera de habitar el mundo. Y eso es lo que se entiende como “bendición”, y no hablo en el sentido cristiano, sino en su etimología: benedicere, que es lo bien dicho.
—Un concepto hoy económico, invertir. Usted ha invertido toda su vida en la poesía: como lectora, poeta, traductora, editora y empresaria. ¿Por qué invertir en la poesía como forma de vida?
Porque es lo único que te salva. La gente está acostumbrada a ahorrar dinero, o se le quiere educar para ahorrar. El padre de Celan le decía que para qué gastaba tantas palabras si el Antiguo Testamento ya estaba lleno de historias. La poesía habla a un tú y ese tú habla a un yo. Hay un depósito humano en donde van las palabras, el poeta se puede dar el lujo de desperdiciar las palabras, de gastarnos todas las palabras porque tenemos ese depósito humano y ahí van a dar las palabras, los conceptos, los recuerdos que tenemos desde niños; ahí se guarda lo invisible, lo que parece que permanece oculto a los ojos y sin embargo nunca se pierde, porque el pasado nunca se borra, las experiencias nunca se borran; en vez de restar, tú sumas, por eso la poesía asemeja al amor. Tú no puedes decir: “Yo ya terminé de leer a Catulo o a Bishop”. Anne Carson tiene un poema que habla de una puerta bajo el agua. Voy a reeditar la obra de Bishop y, al revisarla esta mañana, veo que ella tiene un verso que habla de puertas bajo el agua. Te das cuenta entonces de cómo se conforma una tradición literaria, en donde no hay desperdicios, porque todo se va quedando en tu memoria. Y la labor del poeta es hacer una suma de todo lo que ha leído durante toda su vida, para crear su propio canon y este depósito de palabras para su futura creación.
—¿Qué relación tiene esta tradición con Amonites, que ahora reedita Cuadrivio?
Nací en Chihuahua. Y ahí donde están las laderas del río Conchos, hay unas piedras que llamamos piedras bolas, amonites, recubiertas por una concha a manera de espiral. Creo que el tiempo no es circular, sino espiral. Creo que la voz es un viaje en donde trabajas únicamente con la pedacería dispersa, a manera de ruinas. La poesía se asemeja a la arqueología en el sentido de que vamos recogiendo fragmentos en ese descenso en espiral, por eso el cierre del poema es: “En espiral volví a donde el tiempo”. En la antigüedad existía la xenia, y se intercambiaba un don por un don, una gracia por una gracia. Pero cuando el humano empieza a intercambiar su gracia por dinero es cuando la poesía deja de cumplir su fin último. Y el poeta empieza a economizar en el lenguaje. De eso trata Amonites, que no son aforismos. He tenido que desperdiciar años, lunas y noches para poder decir en una breve frase, un pensamiento o una imagen. No pretendo escribir aforismos —ya trabajo en un libro—. Amonites pretende transmitir la enseñanza que me han dejado poetas de la antigüedad clásica y actuales, y decirlo de la manera más breve posible, en una imagen. Mi deseo ha sido entregar un libro más trabajado; la primera edición de 2003 tenía poemas a los que les faltaba trabajo; a la mayoría los he retrabajado.
—Se ha dedicado a la creación, traducción y edición de poesía. ¿En cuál se siente más cómoda?
En la poesía, en la creación. Soy poeta, nací poeta. Como dice uno de mis amonites: “El poeta nace sabiendo lo que va a decir. Le lleva una vida decirlo”. En segundo lugar, digo que soy traductora por ficción suprema, porque pienso que lo que ha cambiado mi vida iba a cambiar la vida de los otros. Cuando un poeta me llenaba de vida y me daba respuestas, pensaba que le iba a dar respuestas a los otros, me pasó con (W.S.) Merwin. Y cuando eres editora estás editando y traduciendo a otros, y durante 15 años fui dejando las cosas mías. Ahora —¡bendita pandemia! — me puse a repasar cosas iniciadas y que no había terminado, por lo cual tengo un año y ocho meses trabajando bestialmente: revisé Amonites y mi traducción de la obra completa de Bishop, porque cambian las cosas después de 12 años; puede sonar heracliteano, pero ni soy yo la misma ni lo que escribí es lo mismo para mí.
"Un libro cambia un destino, y también salva una vida; si ese libro le va a dar rumbo, y mirada y escucha a un o a una joven, ese libro está cumpliendo su misión".
—Usted ha tenido el raro privilegio de traducir poetas vivos, como Anne Carson. ¿Cómo ha sido su diálogo, por ejemplo, con ella, de poeta a poeta, de traductora a poeta y de editora a poeta?
Reviso a Bishop. Y, hoy en la mañana, me di cuenta que una de sus imágenes, “puertas debajo del agua”, es la misma imagen que tiene Carson. Carson lo pudo haber tomado de Bishop y esta de Marianne Moore y esta a su vez de Emily Dickinson. De tal manera que cuando la traduzco —sí es un privilegio—, no la estoy traduciendo a ella, sino a una tradición. Siento muy arriesgado coger el libro de un autor y decir que lo quiero traducir, porque si no estás enterado de todo lo que está leyendo quien traduces, es muy probable que no vayas a dar con el sentido. A Carson he tratado de desentrañarla por mí misma, porque a un poeta hay que releerlo y releerlo y releerlo hasta que desciendas en espiral a ese centro, a ese núcleo, en donde yace la raíz de su decir.
Si Carson mete su libro Nox en una caja, es porque está aludiendo a la manera en que Dánae mete a su pequeño niño en una caja cuando va en el barco, y le dice (narra Simónides en un poema): “Si para ti terrible fuera lo que es terrible, ya habrías prestado oído ligero a mis palabras. Lo que intento transmitir es que lo que Dánae dice a su hijo, Carson lo traspola a la muerte de su hermano, mete el libro en una caja, Nox, porque es como un féretro, como quien le habla a un muerto. Digamos: estoy viendo a Carson como a una Dánae moderna. Traducir consiste precisamente en desentrañar las distintas capas que encierra cada imagen, su colocación de cada imagen en el poema y relacionarlo con las lecturas de Carson, porque ella nos está hablando de lo visible y lo invisible, de lo que alcanza a ver y lo que no el lector, y de que la poesía es venir a decirle al lector: “¡Despierta!” Porque al decir Dánae eso a su hijo significa que el poeta le está diciendo al lector: “Escucha mi dolor, presta tus oídos a lo que digo”. De eso trata la traducción, de que el traductor preste oídos a lo que el escritor o escritora dice.
—Relaciona el dolor con la poesía. Pero ¿qué es el dolor para usted?
La única forma de vivir. Abrazar el dolor es la forma más honesta de vivir.
—¿Qué representa el reconocimiento de la UANL y de qué manera los premios incentivan que las y los jóvenes se acerquen a la poesía, a su poesía o la de Carson, Bishop…?
Si yo puedo ser el instrumento para que las y los jóvenes se acerquen a la poesía de Bishop, Carson, Charles Wrigth o de Alda Merini, creo que he cumplido con mi misión en la vida, tanto así me importa. Porque un libro cambia un destino, y también salva una vida; si ese libro le va a dar rumbo, y mirada y escucha a un o a una joven, ese libro está cumpliendo su misión, el libro, no el premio; éste solo me dice que tengo una luz en el camino, pero eso no me hace ni mejor poeta ni mejor traductora; me obliga a tener una mayor responsabilidad hacia mis lectores, pero no me hace mejor, aunque sí trabajar más. Creo que ya no puedo trabajar más, porque he entregado mi vida entera, desde niña, a la poesía. Cuando era niña, yo traté de que mi madre escribiera, porque pude leer el dolor en sus ojos. Pero no me escuchó. Y los hijos acabamos haciendo la tarea que los padres que no pudieron asumir o no estuvieron en capacidad de asumirla, porque era excesiva la realidad o excesivo el dolor.
—Usted recuperó la tradición que inició Paz y tradujo a Adonis, incluso libros escritos y dedicados a México, como Zócalo (2014). ¿Cómo se inicia esta relación con el poeta sirio?
Soy libanesa, mis abuelos llegaron de Líbano. Y de todas las sangres, la que más ata es la árabe; cuando un libanés te ve, te ama para siempre. Vi a Adonis en Tampico, y cuando lo escuché recitar sus poemas, pensé que estaba escuchando a un muecín en un minarete. Quiero destacar la gran diferencia con Vaso Roto: a Adonis se le había traducido del francés, no del árabe; y los tres libros que tenemos —y Adonis me pidió que así fuera— se tradujeron del árabe, que es lo más honesto. Nosotros no escaneamos, bajamos las fuentes, incluso la traductora (la poeta Clara Janés) le preguntó a mi maquetadora cómo hacer para maquetar de derecha a izquierda, y lo logramos, igual para el hebreo. Fue un trabajo inmenso. Los libros no son caros, son costosos. Y hay que hacer hincapié en eso. Caros no; costosos.
AQ