En estos días, nuestro señor Presidente dijo que a Jesús lo crucificaron “por defender a los pobres”. Que yo sepa, y lo sé por los Evangelios, Jesús hizo muy poco por los pobres. A él le gustaba andar de banquete en banquete y beber vino, al punto que de él decían “he aquí a un hombre comilón”. Aunque se les acabó el vino, las famosas bodas de Caná debieron ser un evento de clase alta, pues hasta maestresala había. Además, el hecho de haber convertido el agua, no en mero vino, sino en “buen vino”, demuestra que nuestro señor tenía paladar de connoisseur.
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Al mesías le gustaba que las mujeres lo atendieran, que para eso era hijo de quien era. La última cena se realizó en una muy digna habitación y alguien tuvo que haber puesto la mesa y cocinado para los trece.
Diciendo Talita cumi, sacó de la muerte a la hija del principal hombre de una sinagoga. También le devolvió la vida a su amigo Lázaro, que pertenecía a una familia acomodada. Atendió la petición de un centurión para curar al siervo. Con sus poderes sobrenaturales, bien pudo dar algo de bienestar a los pobres, pero sólo consta aquella multiplicación de peces y panes, que repartió por igual a sus seguidores sin importar su situación económica. Jesús nunca se desprendió de algo para dárselo a los pobres, al contrario, cuando Judas Iscariote le sugirió que hiciera un acto de caridad vendiendo un perfume carísimo, él prefirió que se lo echaran en la cabeza. De pasada, mató la esperanza de los pobres: “A los pobres siempre los tendrán entre ustedes”, dijo.
Cuando al propio Jesús se le ofreció un dinerito, no trabajó para ganarlo, sino que ordenó a Pedro: “echa el anzuelo, y el primer pez que viniere, tómalo, y abierta su boca, hallarás un estatero”.
Con el bolsillo ajeno, Jesús solía ser más generoso: “Vende todo lo que tienes, y da a los pobres”, le dijo al mancebo rico. Pero aquí el hijo del hombre se demuestra un mal economista, pues el día que todos los millonarios siguieran tal ejemplo, el mundo pasaría a la ruina económica.
Lo único que Jesús le trajo a los pobres fue el anuncio del evangelio; cosa que tanto mal les hizo pues los apaciguaba con la falsa promesa de una vida mejor en el más allá. Con esa falacia se han justificado siglos de explotación.
Ahora bien, aunque encontremos gacetillas evangélicas en las que Jesús se solidariza con los pobres, es un desatino decir que por eso lo mandaron matar. No, señor Presidente, lo crucificaron por sedicioso. Y mejor dejemos a un lado la Biblia y tomemos la Constitución, porque el único pasaje que usted me recuerda es aquel de Poncio Pilato cediendo al grito de “suelta a Barrabás”.
RP/ÁSS