Joan Didion: el encanto de la ambigüedad

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Su libro más notable, 'El año del pensamiento mágico', fue una obra de autoterapia con la que curó sus heridas tras la muerte de su esposo y la enfermedad que llevó a la tumba a su hija.

Quintana Roo Dunne, John Gregory Dunne y Joan Didion. (Foto: John Bryson)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Martin Amis tenía sentimientos encontrados con la obra de Joan Didion. Por un lado, la consideraba la gran escritora del vacío norteamericano, y por otro, le hastiaba el tono prepotente en su escritura; prefería sus ensayos a los libros de ficción, ya que no entendía el abuso de cursivas en el narrador, una suerte de énfasis, repetición y reénfasis con el que se empeñaba en que el lector (como ella) contemplara ciertas cuestiones desde ángulos distintos. Asimismo, le confería el gran don (o el patético atributo) de convertir el sentimentalismo en disparate, filtrado por los excesos verbales que estropeaban la cadencia de la prosa pues, subrayaba Amis, estilo es carácter. Por último, le era imposible distinguir algún grado de transformación en sus fases creativas. Entre la óptica existencial de la señorita Didion y la de la señora Didion, parecía no haber años de por medio. Tales observaciones surgieron tras la revisión de cuatro libros de la autora oriunda de Sacramento, California: Run River (1963), Slouching Towards Bethlehem (1968), Play It as It Lays (1970) y The White Album (1979), para un artículo que Amis publicó en 1980 en la London Review of Books. Por tanto, aún faltaban varios años para que Didion escribiera su libro más notable: El año del pensamiento mágico, memoria sobre el duelo, libro de autoterapia con el que curó sus heridas tras la muerte de su esposo, John Gregory Dunne, y la enfermedad que llevó a la tumba a su hija Quintana Roo (sí, la bautizó con ese nombre en honor al estado del sureste).

Aunque podemos advertir la impronta de Joan Didion en la obra de escritores de generaciones postreras, digamos Douglas Coupland o Elizabeth Wurtzel, su pupilo más fervoroso es Bret Easton Ellis (Menos que cero y Las leyes de la atracción podrían pasar como secuelas de Play It as It Lays). Son varias las razones, las ha explicado él mismo: ambos se criaron en California y resistieron la frivolidad del mundillo ligado a Hollywood. Ella tenía, según su parecer, “ideas firmes y osadas”; era una feminista insobornable que intuyó un mal presagio en el propio movimiento. Easton Ellis dice: “Su estilo, su estética, vendía cuanto escribía, y esta fe en el estilo, y la precisión de su escritura, parecían borrar la ideología: era una realista, una pragmática, atenta a la lógica y los datos, pero que siempre priorizaba el estilo; como pasa con todos los grandes escritores, el sentido de su obra se encontraba en el estilo”. Este apunte proviene del capítulo “Tuitear”, de Blanco, sus memorias, en el que exalta a The White Album y hace trizas a David Foster Wallace por “su impostura y sentimentalismo”. Vaya paradoja: los defectos que Martin Amis halló en Didion, Easton Ellis los encontró en Foster Wallace. Para finalizar, una apostilla: Amis detestaba el nihilismo playero de Didion; a Easton Ellis le dolió que Foster Wallace lo tachara de “nihilista de almacenes Neiman-Marcus”.

Como sea, la obra de Joan Didion posee el encanto de la ambigüedad: entre la utopía y la desilusión, el fervor y la indiferencia, esa voz, propia o imaginaria, conforma un cuadro premonitorio del mundo que marchaba, desde la década de los 1970, a la indolencia. Esa desgana que sólo se detecta tras una experiencia inesperada, el desamor, la bancarrota, la soledad, el abandono, la locura o la enfermedad o la muerte del ser querido. Esa “nada”, como dice Maria Wyeth, la antiheroína de Play It as It Lays, que hay en el fondo de todas las vidas, los destinos: la “nada” es nuestro significado.

John Gregory Dunne murió el 30 de diciembre de 2003. Joan Didion comenzó a escribir El año del pensamiento mágico, un tejido de fantasías de resurrección, de reencuentro milagroso, en octubre de 2004. Y será por fe o por casualidad, pero ella también se marchó en diciembre, el 23 de 2021. Al igual que su marido, renunció a una de las fiestas.

AQ

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