Joel Schumacher: el legado de un realizador que hizo época

Opinión | Los paisajes invisibles

No ganó ningún premio por sus películas; algunas fueron descalabros, otras pasaron sin pena ni gloria, pero tuvo un gran logro.

Joel Schumacher, director de películas como '8mm' y 'Línea mortal'. (Foto: Matt Sayles | AP)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Joel Schumacher nunca obtuvo un galardón por sus películas, pero algunas marcaron a una generación entera, digamos St. Elmo’s Fire (1985), su tercer largometraje, que en sintonía con los filmes de John Hughes (The Breakfast Club, Pretty in Pink), se ocupó de la insatisfacción y el desarreglo sentimental de los jóvenes de la era Reagan, a través de un elenco que garantizaba la taquilla: Emilio Estevez, Rob Lowe, Andrew McCarthy, Demi Moore, Judd Nelson, Ally Sheedy, Andie McDowell, iconos de esa década en que el videoclip iniciaba su hegemonía mediática para luego convertirse en alternativa experimental y financiera de directores y fotógrafos, o esa otra película emblemática, Lost Boys (1987), relato de vampiros playeros que no sólo contó con un reparto novedoso (Jason Patric, Kiefer Sutherland, Dianne Wiest, Corey Haim y Corey Feldman) sino con una banda sonora ad hoc para su narrativa estilo cómic: The Rascals, INXS o la estupenda versión de “People are Strange”, de los Doors, interpretada por Echo & The Bunnymen.

Schumacher también es célebre por Flatliners (Línea mortal, 1990), la historia de una caterva de pasantes de medicina que se matan momentáneamente para contar la experiencia del último suspiro y que, fiel a su pulso taquillero, repitió la fórmula de sus cintas anteriores, incluyendo a Kiefer Sutherland, Julia Roberts, William Baldwin y Kevin Bacon en el repertorio. Su éxito casi triplicó la inversión de Columbia Pictures por lo que en 2017, Niels Arden Oplev hizo un remake con Ellen Page y Diego Luna, que resultó un fracaso rotundo.

Formado en el imperio de la moda, Joel Schumacher demostró un talento natural para el Hollywood ansioso de explotar estereotipos. Pensemos, por ejemplo, en dos filmes que estuvieron a punto de encumbrarlo: Un día de furia (1993), la lunática travesía de William Foster (Michael Douglas), un tipo común que, atorado en un embotellamiento cotidiano de Los Angeles, con el calor a tope y la calefacción del auto descompuesta, decide caminar hasta la casa de su ex esposa. El trayecto resulta más que accidentado: Foster comienza a enloquecer de estrés, recoge el arsenal de una balacera entre mafiosos y da rienda suelta a su alter ego de psicópata. Un día de furia fue seleccionada para la Palma de Oro en Cannes pero el premio se lo llevaron Jane Campion por El piano, y Chen Kaige por Adiós a mi concubina.

Su otra oportunidad fue 8mm (1999): el detective Tom Welles (Nicolas Cage) hurga en el armario de un millonario difunto donde, en vez de esqueletos, hay una cinta enlatada que lo lleva a la espiral del submundo californiano del porno y las snuff movies. Pese al potencial de sordidez del argumento, Schumacher manufacturó un producto light hollywoodense que, de cualquier modo, generó entusiasmo, sobre todo por la hipotética exploración del mito snuff, con los asesinos encapuchados y los ritos sádicos del género. 8mm fue nominada al Oso de Berlín, certamen que ganaron Terrence Malick por La delgada línea roja, y Gary Winick por The Tic Code.

Joel Schumacher no ganó ningún premio por sus películas. Algunas fueron descalabros, otras pasaron sin pena ni gloria. Sus versiones del héroe de DC Comics, Batman Forever (1995) y Batman y Robin (1997) merecen el olvido; Tigerland (2000), Última llamada (2002), Veronica Guerin (2003) y El número 23 (2007) son filmes medianos; intentó recuperarse en su penúltima película, Twelve (2010), basada en la novela homónima de Nick McDonell, libro de éxito efímero que combinó el fenómeno Columbine con el ambiente burgués del Upper East Side neoyorquino, pero naufragó. No obstante, Schumacher hizo época. Su gran logro fue espolear el imaginario de una generación que Ronald Reagan se empeñó en condenar al tedio del capitalismo salvaje, la quiebra financiera y la Guerra Fría.

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