Así es, camaradas de la interred, mientras la santa madre iglesia hace bizcos tratando de hallarle lo sacro y milagroso a sus beatos, Papas y demás soldados cristeros, bajo sus narices ha estado siempre un barbón greñudo que tiene todo para ser santificado, sin embargo nunca lo reconocerán; y desde luego me refiero a John Lennon, a quién (yo digo) ya podrían haber canonizado, y quizá algún día, en otro mundo imposible, se le reconozca como San Juan Lennon, santo patrono de los músicos rebeldes, pacifistas, anarquistas y demás soñadores.
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Pero eso no pasará aquí, por suerte, o habría que ignorar la canción “God”, supongo, en la cual John explícitamente niega la fe de Cristo y de paso todas las demás, reniega de todos los fetiches esotéricos de la era jipi, para afirmar que sólo creía en sí mismo y en su oriental esposa, Yoko. Pero sus milagros están a la vista de todos, como el haber convertido el rocanrol pacifista en un lenguaje universal, sin perder ni su calidad ni su esencia, pues sus melodías, tanto como el miembro más brillante de la banda más famosa de la historia, los Beatles, como de solista, fueron siempre un auténtico parteaguas cultural, representante de un mar de cambios en la música y la sociedad. Sus canciones se escuchan diariamente en millones de hogares y estaciones de radio, prácticamente en todo el mundo globalizado, con su mensaje de amor y paz incluido, o simplemente de pasión por la vida.
Y todo esto lo logró a pesar de ser un niño doblemente huérfano y abandonado, posteriormente un roquero drogadicto y ya de grande, un marido bastante conflictivo. Por eso es una ironía doblemente sarcástica, el hecho de que el homicidio de Lennon ocurriera en esta época invernal, lo cual nos hace recordarlo como a un mártir de la contracultura que, al ser asesinado por sus visionarias y surrealistas ideas utópico-revolucionarias, se vuelve referencia obligada de la temporada navideña, alimentando esa débil llama de sacralidad, propia de estas fiestas, como si de un santo alternativo se tratara. Quizás es un primo o vecino astral del niño Jesús, al estilo La vida de Brian, la genial película de los comediantes del Monty Python, un odiado y aclamado filme que, por cierto, fue financiado gracias a una de las aventuras inversionistas de George Harrison. Esperemos no corra la suerte del pobre san Nicolás, el Che o Frida Kahlo, pero el legado de Lennon será difícil de banalizar o comercializarse burdamente, por la poderosa carga ideológica de sus letras, la inmediatez y calidad de sus melodías inmortales, además de su navegar por corrientes alternas de audacia, rebeldía, verdades e ingenio.
Así pues, ¿por qué no canonizar a John Lennon?, especialmente ahora, en este nefasto 2020, cuando John hubiera cumplido ochenta años, y además se conmemoran cuarenta abriles de su triste fallecimiento, por la vía de un infame asesinato. La respuesta es simple: porque él mismo hubiera protestado, tal como devolvió la medalla que lo hacía miembro de la familia real inglesa. Pero su música es curativa, sin duda, tan versátil como los colores de Lucy en el cielo con diamantes, o Libre como un pájaro, esa canción genial que nos cantó levantándose de entre los muertos, con una poca ayuda de sus amigos: George, Paul, Ringo y Jeff Lynne (el quinto Beatle), quienes a través de las canciones “Free as a Bird” y “Real Love”, lo hicieron sonar como un auténtico serafín caído el cielo, en el disco Anthology 1 (1995).
Hoy en día, a cuarenta años de la muerte del maestro, y aún más desde la beatlemanía, las canciones que inventaron estos tres compositores e intérpretes maravillosos, Lennon, Harrison y McCartney (en ese orden), siguen tan vitales y vigentes como cuando se escribieron. Pero además, Paul sigue activo y sacando discos: recientemente anunció el lanzamiento del McCartney III (la tercera entrega de una trilogía que inició hace años, cuando los Beatos tronaron), grabado durante el confinamiento por la pandemia de covid-19. Mientras tanto, el legado de Lennon es intemporal y contundente en su pertinencia. Así mismo, ya está listo para estrenarse el nuevo documental Get Back, sobre esta banda legendaria, dirigido ni más ni menos que por Peter Jackson (El Señor de los Anillos, El Hobbit), el cual ya recibió el visto bueno de Paul, y retrata las añejas sesiones de grabación donde nació ese último LP inmortal, el Let it Be (1970).
Pero aún retumban en mi imaginación los cinco plomazos que, tras gritar el nombre del ex beatle, le descargó el méndigo Chapman (¡chin, ya me acordé de su maldito nombre!), y veo su posterior traslado al hospital Roosevelt, al cual John llegó ya muerto, en aquel trágico 8 de diciembre de 1980, alrededor de las 10:50 de la noche. En eso coincidieron los tres testigos del crimen, ocurrido en el histórico edificio Dakota de la calle 72, al oeste del Central Park, ciudad de Nueva York, el domicilio final de los Lennon, sin contar el corazón de todos sus simpatizantes. Allí fue donde uno de los más cuerdos e iluminados rocanrolebrios de todos los tiempos fue cruelmente abatido (cuando regresaba de grabar el séptimo y último disco de su carrera como solista, o dueto, el Double Fantasy). Nomás cinco balazos le dio, ese perro infeliz, enfrente de su esposa, doña Yoko Ono, y a unos pasos de la puerta de su casa, donde dormía tranquilamente su hijo, Sean, hasta que fue despertado por el sonido (como de un trueno que aún no calla) de esos malditos disparos.
Recuerdo claramente el día siguiente, cuando la noticia le dio la vuelta al mundo en ochenta segundos, y mi padre se enteró de la tragedia: íbamos con él, mis hermanos y yo, en la parte trasera de una camioneta verde que tenía, fuimos a comprar el periódico como lo hacíamos comúnmente, y de pronto el leyó en voz alta el encabezado, incrédulo, y nos pasó el diario para que comprobáramos sus palabras. Y pude leer en la expresión de su rostro, como diría Obi Wan Kenobi, que “sintió un gran disturbio en la fuerza”, un desbalance en el equilibrio de nuestro universo musical, “como si millones de voces fueran acalladas súbitamente”, y su repulsa fue inmediata. Como si se nublara el cielo, algo gris pasó por mi alma, atravesándola como un viento oscuro, y sentí como si se me taparan los oídos. Yo era sólo un adolescente, pero ya sabía perfectamente quién era John Lennon, pues desde chamacos, el jefe, don José Agustín, nos había nutrido con su música y la de sus cómplices, empezando por unas cintas donde nos grababa antologías de canciones que rotulaba: “Rock para niños”, de las cuales nos hizo varias, y en donde habitaban alegremente rolillas de los Beatles, los Rolling, Elvis y otras oldies muy chidas. Así que la noticia me cayó como bomba atómica a mí también, y supongo que a mis broders y mi Mom, y alrededor del globo a todas las almas de buena voluntad, una cubeta de agua fría nos apagó la fiesta, y fue palpable que al fin, el Gran sueño del Rey de los Jipis había terminado, abruptamente, con cinco disparos ardientes.
Así que no olvidemos las enseñanzas del maestro, aquellas de: “Nothing to kill o die for, and no religion too”, de la inspirada letra de su mayor éxito: “Imagine”.
Esto nos lleva a las buenas noticias sobre el hermano Juan: recientemente su viuda, quién ya cedió todos los derechos de autor su hijo Sean, anunció una nueva antología de grandes éxitos del Lennon solista, 36 canciones remasterizadas con la mayor calidad sonora posible. A la venta legalmente en internet, como descarga, CD, blu-ray y vinil, a partir de su cumpleaños ochenta, el 9 de octubre del 2020, titulada Gimme some trurh, donde se incluye uno de sus mejores himnos: "Working Class Hero". Y en verdad eso fue, un héroe de la clase obrera.
Así que no dejen de escucharlos, y que les ayuden a sobrellevar este maldito año del fatal 2020, pues al menos esta navidad, hay sorpresas de los Beatles, en la recopilación del Gimme some trurh, y el McCartney III, ¡enhorabuena!
Así me despido, compañeros, recordando lo que dijo el camarada Lennon, e imaginemos otro mundo posible, y que All we need is love para hacerlo realidad.
Posdata: Feliz Navidad, y les deseo un muy rocanrolebrio fin de este año tan pandemoniaco, estimados lectores, all across the universe… ¡Salud, mucha fuerza y buena suerte!
ÁSS