'Joker', una tragedia clásica

Cine

Joker es una excelente película sobre todo porque no fundamenta sus logros ni en efectos especiales ni en coreografías aparatosas, sino en arquetipos psicológicos.

Joaquin Phoenix en 'Joker'. Dirección: Todd Phillips. Estados Unidos, 2019 (Warner Bros.)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

He leído que gente muy sabia asegura que Joker va a dañar a la sociedad en que vivimos. Según esto, la película de Todd Philips elogia la violencia. Supongo que se trata del mismo tipo de biempensantes que aseguró que Trainspotting aumentaría la drogadicción. Pero Joker se limita a señalar el desencanto de todos aquellos que en Occidente tienen pocas oportunidades de ser felices a pesar de que los tecnócratas aseguren que la globalización ha tomado el camino correcto. En este sentido, resulta fundamental que una psiquiatra anuncie a Arthur, futuro Joker, que se ha recortado el gasto social y que por tanto nadie podrá darle sus medicinas. Y Arthur, ¿qué va a pensar? Que los ricos, los que viven, en efecto, de números macroeconómicos, no quieren ya dar un centavo por estos que Thomas Wayne, famoso millonario de Ciudad Gótica, llama “payasos”.

Joker es una excelente película sobre todo porque no fundamenta sus logros ni en efectos especiales ni en coreografías aparatosas. Se funda más bien en el guión de Todd Phillips y en la actuación de Joaquin Phoenix. El hecho de que la historia gire en el universo de Batman es anecdótico. Arthur podría ser un loco en el metro de México. O en Bombay o París. Es un tipo que no recuerda claramente su pasado y que sobrevive anunciando rebajas en una calle superpoblada.

Arthur tiene, sin embargo, un par de sueños. O más. Para comenzar, quiere ser cómico. Además, fantasea con una vecina de buen ver y con un presentador de televisión (interpretado por Robert de Niro) a quien quiere abrazar y decirle papá. Arthur vive con una madre que parece salida de Psicosis de Hitchcock. Penny Fleck, madre de Arthur, está convencida de que Arthur es hijo del millonario Thomas Wayne. ¿Será? Por una serie de eventos que hay que ver, Arthur termina por volverse el símbolo del “payaso” pobretón a quien Wayne —su posible padre— desprecia.

Como vemos, más que de superhéroes, esta película va de arquetipos psicológicos; sus herramientas de trabajo no son los superpoderes ni los complots para destruir el mundo, sino la relación con los padres, con las fantasías y la locura. Y con estas herramientas el guión crece sin volverse nunca una farsa. Aun los hechos más truculentos son verosímiles.

Joker es una tragedia en el sentido clásico de la palabra, así que ¿cuál es la transgresión del héroe? Como Edipo, Arthur quiere saber: ¿realmente es hijo de Thomas Wayne? Una de las escenas más poderosas es cuando Arthur se enfrenta con Bruce por primera vez. Uno juega detrás de una cancela de hierro en un jardín; el otro se hace el payaso en una calle. Esta escena, seguro, fascinará a los amantes de Batman, pero, lo dicho, no necesitarán de este universo para admirarse. Después de todo, lo que estamos viendo aquí es a un pobre tipo loco y frágil tratando de conocer a un niño solitario y tan frágil como él, uno que podría ser su hermano.

Y ambos, entendemos, viven a la sombra de un hombre sin escrúpulos que aspira a utilizar sus millones para hacer carrera política. Thomas Wayne es el anclaje con nuestra realidad. Mezcla de Bolsonaro y Trump, el padre de Batman es el auténtico arquetipo de la clase política que ha emergido ante el hartazgo de una población occidental que cada vez se parece más a estos locos: el Joker y el niño privilegiado que, como se sabe, está por ver morir a sus padres en el inicio del fin de una Ciudad Gótica que representa a los países occidentales.

ÁSS

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