Jorge Aguilar Mora: una inteligencia rebelde

In memoriam

El 5 de enero murió el poeta, ensayista, novelista y traductor, autor de libros como el ensayo ‘La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz’ y la novela ‘Cadáver lleno de mundo’, quien fue además un destacado profesor en EU.

Jorge Aguilar Mora, 1946-2024. (Foto: Octavio Hoyos)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

Enero fue el mes más cruel para el poeta, ensayista, novelista y traductor mexicano, nacido en Chihuahua, Jorge Aguilar Mora (1946-2024): nació el día nueve de este mes y murió el 5, a punto de cumplir 78 años. El libro por el que más es recordado es el ensayo La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz (1978), el mejor estudio crítico que se escribió sobre el autor de El laberinto de la soledad, pero es injusto reducir su fama como escritor a esa obra. Para alguien que tuvo un hermano guerrillero —a quien le dedica su primera novela, Cadáver lleno de mundo (1971)— y otro que fue líder comunista —trotskista, para precisar—, fue natural oponerse a la figura que dominó nuestras letras durante décadas; él, además, participó activamente en el movimiento estudiantil de 1968, lo que al final lo hizo salir del país llevándolo a Francia, donde fue discípulo de Roland Barthes. (Como siempre en estos casos, no faltaron dimes y diretes. El lector interesado, puede leer el texto con el que Christopher Domínguez Michael lo recuerda en Letras Libres, en el cual deja aclarado el asunto).

En este texto quiero resaltar algunas de las obras por las cuales merece ser atendido. Acaso su faceta como poeta sea la más desconocida, y precisamente Domínguez Michael pide que en esa área se lea con atención. Stabat Mater (1996) fue su último libro de poesía (los anteriores son US Mail Special Delivery, No hay otro cuerpo y Esta tierra sin razón y poderosa). Si el libro sorprende, se debe a que este rebelde se acerca a un tema religioso no retóricamente sino con sinceridad. El poemario comienza como una réplica a la nietzscheana muerte de Dios: Han venido a tocar a hasta mi puerta,/ sin alas, dolorosos,/ los ángeles de todas las edades,/ (…)/ traen grandes voces, solares, desquiciadas;/ con espuma de huérfanos pronuncian:/ “Dios ha muerto, mortales, Dios ha muerto”/ (…)/ Junto a ellos, que no atinan a irse,/ está de pie este día, erguido como un amo,/ (…)/ y ya todos repiten, jadeantes, gemebundos,/ que Dios fingió su muerte,/ que anda por las calles, que anda como ellos,/ resuelto, plañidero, mocoso, ensimismado.

Roberto Calasso ha escrito que la relación del hombre moderno con la divinidad está marcada por la indiferencia; para Aguilar Mora esta indiferencia vuelve Dios a Dios: Te hace Dios como si fueras tierra,/ el delirio intocable de una astilla, / o la astilla de pura indiferencia/ en el rostro incandescente, en el incesto. Pero también, por paradójico que pueda ser, otra imagen de este Dios es el alejamiento. La palabra más repetida a lo largo del poema es “culpa”, sentimiento que, en mi opinión, dio origen al poemario: qué estribillo tedioso el de la culpa,/ exacta culpa, puntual y cariñosa.

Para el filósofo alemán Theodor Adorno, el hombre de nuestro tiempo dejó de creer en dios y comenzó a creer en cualquier cosa; en este sentido, considero que el esfuerzo de Jorge Aguilar Mora se acerca a lo que cinematográficamente hicieron Martin Scorsese en The Last Temptation of Christ y Jean-Luc Godard en Je vous salue, Marie. Si como señaló David Huerta Dios es una cuestión de retórica, el trabajo de estos artistas ha llenado la palabra con otros contenidos.

Refiriéndose a sus novelas, Domínguez Michael considera que, con el paso del tiempo, se han convertido en lo menos valioso de su producción. Eso es algo a discutir; en principio, hay que leerlas. Si muero lejos de ti (1977), para mí, es la más compleja. Se supone que iba a ser un proyecto escrito a varias manos; entre los escritores que iban a participar se contaba el cubano Severo Sarduy. Me detengo igualmente en la última, Los secretos de la aurora (2002), a la que veo como una novela política. En ella se depuran los recursos narrativos de Aguilar Mora; si particularmente en Si muero lejos de ti se le podía acusar de disperso, aquí no falta ni sobra nada. La estructura de la novela queda cifrada en la siguiente frase que el narrador dice a mitad de la acción: “Más bien pienso que esos vértigos de átomos que, según decía el licenciado Gaxiola, forman el movimiento del universo pueden representar mejor lo que ha sido mi búsqueda”. El narrador, hijo del arquitecto Carlos Domínguez, quien ha sido acusado de traicionar un movimiento revolucionario —la Rebelión de los Mil—, al ir descubriendo los detalles que se ocultan en esta traición —los secretos de la aurora— nos va presentando a los diversos personajes que precisamente son como átomos que, al ir reapareciendo, van conformando el universo representado por la ciudad. Más que el narrador, es el manejo del tiempo el que complejiza la novela; esa aparición y reaparición de los personajes nos exige estar muy atentos a su papel en el desarrollo de la historia. El esquema de las vidas paralelas es otro de los recursos de los que se vale el novelista.

Si puede considerarse a Los secretos de la aurora una novela política, se debe a que la rebelión afectó la vida de la polis, de la ciudad. El narrador dice en un momento que la ciudad “estaba necesitando algún sentido de ser única y ser real”. También somo testigos de cómo la ciudadanía se convierte en sujeto activo de su devenir. No estamos en el paso del estado de naturaleza al estado de derecho, sino en el segundo nivel donde se intenta equilibrar el contrato social: que exista un equilibrio entre los derechos y obligaciones del gobernante y los gobernados. Pero igualmente vemos cómo los rebeldes luchan porque las palabras adquieran un sentido. En el ámbito político, se sabe, el dominio de las palabras es un modo de ejercer el poder.

En su etapa final, Aguilar Mora se asumió como historiador. La comienza con un libro sobre la Revolución: Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra durante la Revolución Mexicana (1990), muy celebrado, y continúa este interés con El silencio de la Revolución (2011), que tuvo menos eco. Pero en realidad, esta faceta inició con Un día en la vida del general Obregón (1982 y 2008), cuya primera edición la sacaron de circulación las autoridades de entonces.

Sus intereses como historiador y narrador se conjugan en esas novelas del pensamiento que son Sueños de la razón. Umbrales del siglo XIX: 1799 y 1800 (2015), libro por el que obtuvo el Premio Villaurrutia, y Fantasmas de la luz y el caos. 1801 y 1802 (2018), que son la cima de su carrera literaria. Se supone que este proyecto iba a continuar, así que por ahí debe haber páginas inéditas que esperemos sean publicadas pronto.

Como una posdata, recordemos su labor como traductor. Dejó los libros Kafka, por una literatura menor, de Gilles Deleuze y Felix Guattari, la mejor puesta en página de su método rizomático, y Las flores azules, del creador del OuLiPo, Raymond Queneau.

AQ

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