José de la Colina decía que él no era crítico de cine sino ensayista de películas, porque no emitía juicios ni calificaba la obra de directores o de actores, simplemente escribía sobre un filme según el canon literario. Esa inspiración, cerebral, apasionada, reflexiva, también se proyectaba en su narrativa y en sus guiones, cualidad que no sólo denotaba la sagacidad del lector atento sino del observador empedernido. La memoria de don José era prodigiosa, basta con releer Personerío o De libertades fantasmas o de la literatura como juego, en el que el desfile de sombras adquiere la dimensión de un breve pero no menos profundo análisis de la obra, la vida, o la vida y la obra de esos espectros liberados, sean poetas, narradores, personajes de ficción, un puñado de espíritus que le sirven, también, para meditar lo cotidiano; su capacidad para encarnar imaginativamente a los grandes autores en algunos cuentos, sean Oscar Wilde, Arthur Rimbaud, Edgar Allan Poe o Ernest Hemingway, también se apoyaba en el puntual conocimiento de sus virtudes y sus vicios, y lo mismo esa agudeza se percibe en los seres improbables, las creaturas que inventó. Pienso, por ejemplo, en el relato “De poeta acosado por crítico”, en el que el vate Orlando Pastrana sufre una auténtica tortura por no saber la verdadera identidad de un columnista que firma con el seudónimo de Óscar Perucho, el más virulento y agresivo detractor de sus poemas. Pastrana muere, amargado, sin descubrir quién se ocultaba tras esa firma que lo exhibía de pies a cabeza, aunque el misterio no era tan oscuro: el poeta padecía sonambulismo y dedicaba sus noches de duermevela a denunciar su impostura literaria.
Pero volvamos al cine. El célebre “Eros/ Gato”, y el tema, variaciones y pastiche inspirados en los Exercices de Style de Raymond Queneau (incluido en De libertades fantasmas…) es ineludible al evocar La lucha con la pantera, esa película que Alberto Bojórquez dirigió en 1974, basado en las ficciones del libro que, con el mismo título, De la Colina publicó en 1962.
Si la imagen del félido salvaje le sirvió a don José de metáfora para la educación sentimental y el descubrimiento de lo sexual de tres ninfetas nabokovianas a la deriva en la Ciudad de México, no es sólo porque proviene de sus lecturas de Emilio Salgari o de Rudyard Kipling, sino de la observación lírica de los atributos del gato al ceder a la caricia. “Billet Doux”, de su libro Tren de historias (1998), dice: “Como los gatos, cuando se les pasa la mano por el lomo, levantan la cola para indicar dónde termina el gato, cuando te acaricio la espalda, levantas el culo para anunciar dónde empieza la puta”. El amor con garras y pelaje, el deseo como un ser huidizo, frágil, indómito y feroz.
José de la Colina descubrió en el mundo una pátina sutil de ironía. “Esperanza”, guión que escribió para Luis Alcoriza en la trilogía Fe, esperanza y caridad (1974), es otra suerte de reflexión sobre la entelequia espiritual, a través de un Cristo crucificado como principal atracción de un circo harapiento. Ese Cristo envenenado lentamente por los clavos de cobre en pies y manos, simboliza no sólo la avaricia de sus explotadores (otra metáfora brillante) sino la tortuosa obsesión por la penitencia, el sacrificio inútil para consuelo del vulgo y el escape de la miseria a través de una nebulosa expiación.
Hace ya un año que Don José de la Colina no está con nosotros. Éste es, tan solo, un breve recuerdo.
AQ