José Emilio Pacheco: un país llamado infancia

Memoria

Reaparece Jardín de niños en edición facsimilar, con la colaboración gráfica de Vicente Rojo, publicada por El Colegio Nacional.

El escritor, ensayista y poeta José Emilio Pacheco. (Foto: Secretaría de Cultura CdMx)
Vicente Quirarte
Ciudad de México /

Desde su primer libro de cuentos, El viento distante, de 1963, José Emilio Pacheco viajó a ese país llamado infancia. Los niños protagonistas de las historias aparecen como héroes solitarios que debían enfrentar todas las batallas, superar todos los obstáculos, enfrentar todas las pruebas. La niñez es miserable, pero todo el mal está por delante, subraya el autor en la sentencia del académico Denis Donoghue. Así lo comprueba el adolescente que acude a su diario íntimo en el siguiente libro de relatos de José Emilio, El principio del placer. En ambos tuvo la compañía plástica de Vicente Rojo, aunque el artista haya preferido pasar a la lista del anonimato, como es su admirable costumbre.

En fecha reciente, el amigo fiel llamado Vicente Rojo publicó, en forma privada, 100 ejemplares fuera de comercio de un hermoso libro titulado El niño José Emilio cumple 80 años. Se trata no de un homenaje forzado, sino de publicar en forma facsimilar los cuadernos en los que el infante José Emilio libró sus primeras batallas escriturales, sus dibujos espontáneos donde el niño representa los efectos inmediatos de lo que lo rodea, sus afectos más próximos. Completan el libro una fotografía del niño José Emilio, reproducciones de escrituras autógrafas y un certificado escolar, así como los cuentos iniciales del autor.

El impacto de la guerra es visible en estos dibujos, en el cuento “Tarde de agosto” y en la novela Las batallas en el desierto, donde el niño es el héroe anónimo que es todos los combatientes: “y te sentiste el héroe, los héroes de la pasada guerra, los vencedores o los caídos de Tobruk, Narvik, Dunkerque, las Ardenas, Iwo Jima, Midway, Montecassino, El Alamein, Varsovia. Te sentiste en el Afrika Korps o en la caballería polaca, en las cargas suicidas contra los tanques alemanes. Te sentiste Montgomery, Von Rundstedt. Te sentiste el soldado capaz de toda acción guerrera, porque sabe que una mujer va a celebrar su hazaña y el enemigo va a perder, a ceder, a morir”.

La expresión “Jardín de niños” significa que existe una frase para designar esa etapa del aprendizaje en que el niño se relaciona con sus semejantes en un huerto cerrado donde nada puede suceder. Pero afuera está el enemigo latente. Dentro de cada uno, el gusano conquistador que nos habrá de devorar una vez que el tiempo se encargue de decirnos que existe.

En el prólogo a la primera edición de Tarde o temprano, Pacheco había dejado claro que toda su vida iba a continuar corrigiendo. Es decir, que no había una edición definitiva. “Jardín de niños” es la última sección del libro Desde entonces, que incluye poemas de 1975 a 1978, año este último en que aparece la edición de Jardín de niños, donde Vicente Rojo nunca deja de jugar el más serio de los juegos. Gracias al empeño de Vicente Rojo y a los esfuerzos del equipo editorial de El Colegio Nacional, encabezado por Alejando Cruz Atienza, ahora tenemos una edición facsimilar más accesible que la original.

En 1980 apareció en las páginas de Unomásuno la primera edición de Las batallas en el desierto, con ilustraciones de Vicente Rojo. Allí puede leerse la nota: “Quisimos honrarlo y él honra a Sábado con su primer cuento escrito en los últimos años”. Treinta años más tarde apareció la edición conmemorativa, con fotografías de Nacho López. Hoy leemos Las batallas en el desierto no como un cuento, sino como una novela. Sus poderosas 68 páginas hacen la odisea de un niño que se enfrenta a la dolorosa experiencia de crecer con sus principios íntegros y con su amor intacto en medio de un mundo donde prevalece el odio.

“Jardín de niños” no es un poema optimista. Ninguna gran poesía lo es. Su misión es recordarnos la verdadera condición del mundo, desde que el ser es pura materia informe hasta que llega al fin de su aventura terrestre. Sin embargo, hay en las palabras de José Emilio sitio para la esperanza. Todo ángel es terrible, dijo Rilke. Y José Emilo hace eco a sus palabras:

No eres un ángel


sino algo más humano y terrible.


Por ser humano


estás sujeto a tu grandeza y tragedia.

No quiero terminar con patetismo estas palabras, aunque su mensaje sea claro y contundente. José Emilio nos dotó de hermosas, brillantes herramientas para enfrentar con entereza, aplomo y entusiasmo la aventura que nos corresponde. Mejor acudo a estos otros conceptos, que inspiraron el título de una de sus selecciones de poemas, Los días que no se nombran, y que se entregó de forma gratuita El Día Nacional del Libro de 2011:

El niño tiene la intuición de que no es preciso formar


una secta aparte o sentirse


superior a los otros para hacer poesía.


La poesía se halla en la lengua,


en su naturaleza misma está inscrita.


Y sus primeras frases son poéticas siempre.


Como un poeta azteca o chino,


el niño de dos años se interroga y pregunta:


—¿Adónde van los días que pasan?

​SVS | ÁSS

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