La odisea cultural y educativa de José Vasconcelos que transformó a México

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En 2021 se cumple un siglo ‌de‌ ‌la‌ ‌consumación‌ ‌del‌ ‌proyecto‌ ‌que emprendió‌ ‌una‌ ‌cruzada‌ ‌contra‌ ‌el‌ ‌analfabetismo‌ y ‌la‌ ‌inserción‌ ‌de‌ ‌México‌ ‌en‌ ‌el‌ ‌concierto‌ ‌universal‌.

José Vasconcelos, funcionario público y filósofo. (Fototeca MILENIO)
Marcos Daniel Aguilar
Ciudad de México /

Entre junio y octubre de 1920, comenzó la gesta de José Vasconcelos, quien tuvo como trincheras a la Universidad Nacional de México y al ministerio que crearía un año después, la Secretaría de Educación Pública (SEP). Una revolución que no se pelearía con ametralladoras ni con discursos políticos, sino que se lucharía con las armas de la palabra, el arte y la historia. Y lo haría al lado de un ejército no de soldados sino de intelectuales, artistas y, sobre todo, de profesores, la base de su modelo filosófico y educativo.

Entre esos meses del año 1920 había llegado la hora de la acción para Vasconcelos, antiguo combatiente revolucionario durante los diez años anteriores: primero al lado de Francisco I. Madero y después con una fracción de la Soberana Convención de Aguascalientes, la de Eulalio Gutiérrez, en donde fungió por muy breve periodo como ministro de Instrucción Pública. Pero al imponerse Venustiano Carranza sobre el resto de los generales, en 1915, el filósofo tuvo que partir hacia Estados Unidos; un destierro que lo obligó a meditar y replantear ideas no sólo sobre la estética, sino también sobre las implicaciones de ésta en el proceso civilizatorio.

Este personaje, que estuvo en el exilio alrededor de cinco años, regresó a México como regresó Ulises de la guerra de Troya, con las ganas de poner en práctica sus ideas en ese mismo año que el investigador Claude Fell llamó como el inicio de los Años del Águila. Para hablar sobre este periodo definitorio para la Universidad Nacional, para la educación y la cultura en México entrevistamos a cuatro especialistas e interesados en la vida y obra de José Vasconcelos: a Carmen Gaitán Rojo, gestora cultural y directora del Museo Nacional de Arte; a Susana Quintanilla, ensayista e investigadora experta en el Ateneo de la Juventud; a Pilar Torres, autora del libro José Vasconcelos, texto sobre el pensamiento filosófico de este escritor; y a Alberto Enríquez Perea, ensayista e historiador de las ideas.

El regreso de Ulises

Con el apoyo de Adolfo de la Huerta como presidente interino, Vasconcelos regresa “de un exilio prolongado en un periodo muy crítico por todo lo que estaba pasando en México y, además, hay un elemento que se olvida y es que se está viviendo el contexto de la Primera Guerra Mundial. En este periodo de guerra interna y externa, él va a Estados Unidos y viaja a Perú, y ahí, al recorrer el continente, comienzan sus debates sobre cuál podría ser el presente y el futuro de América Latina. Cuando regresa a México lo hace como si fuera el regreso del héroe, pero hay que decir que José Vasconcelos buscó un acercamiento previo con Álvaro Obregón, amparado con la magnífica cobertura de Adolfo de la Huerta, que es un personaje que cada vez va a ser más importante en la historia de México”, comenta Susana Quintanilla, autora de Nosotros. La juventud del Ateneo de México.

A propósito de esto, la escritora Pilar Torres asegura que “Carranza es uno de los personajes a quien más aborrece Vasconcelos, por ello se va exiliado. Y se puede saber algo de este destierro por sus cartas en donde hace referencia de que en 1920 va a regresar a México, que tiene buena relación con diversas personas que van a llegar al poder y que lo han invitado a formar parte del equipo de la Universidad Nacional. Hay que decir que en estas cartas ya plantea la idea de transformar a México con la educación y es que siempre fue muy crítico sobre las circunstancias de la educación pública en el país y le achaca el supuesto ‘desastre’ a Carranza. Quizá esto motivó que en los cinco años alejado de su tierra escribiera Pitágoras, una teoría del ritmo y La sinfonía como forma literaria, en los que plantea que el universo es como una sinfonía, donde la filosofía es el pentagrama y la educación es la orquesta que va a hacer tocar a todo mundo”.

Al preguntarle a Carmen Gaitán, directora del MUNAL, sobre cómo observa a este personaje en 1920, apunta: “me llama mucho la atención este joven funcionario, un joven pluricultural, con una visión absolutamente panorámica en la que no sólo se integra a la posrevolución, sino que es un hombre que viene trabajando con las ideas desde que era estudiante en la Escuela de Jurisprudencia. Quiero suponer que la personalidad tan incluyente de este joven de 1920 viene desde que era parte del Ateneo de la Juventud, quienes tenían la idea de romper con el positivismo impuesto por el régimen de Porfirio Díaz y los llamados Científicos. Él vive la larga descomposición del Porfiriato y ahí se da cuenta de las fallas, por eso al triunfo de la Revolución mexicana comienza a gestarse en él un proyecto de nación del cual va a ser partícipe en la construcción de las instituciones, ya que él ve a lo lejos al México rural, lastimado y descompuesto”.

La Universidad en favor del pueblo

En el segundo libro de su serie autobiográfica, La tormenta (1936), Vasconcelos narra cómo vuelve a Ciudad de México. Tomado el poder por el “delahuertismo, tan justo como el obregonismo”, dice, camina por la ciudad al lado de Miguel Alessio Robles, cuando éste le pregunta: “Y usted, ¿qué va a pedir?” Y Vasconcelos responde: Nada. “A menos que vaya allí para deshacer el mal que hizo Carranza y a tomar la Universidad como base de un Ministerio que no soñó ni don Justo (Sierra)”.

Sobre la llegada del filósofo a la rectoría de la entonces Universidad Nacional de México, Enríquez Perea menciona: “Vasconcelos quiere trabajar por una nueva educación y cultura, y lo va a hacer desde la Universidad. En 1920, Vasconcelos empieza una estrategia para la creación de la Secretaría de Educación Pública. En el periodo que va a estar en la rectoría se manifiesta la importancia de la Universidad Nacional, porque ésta siempre pone todo de su parte, como cuando puso todo para el gran proyecto nacional de educación de Vasconcelos: sus imprentas, sus edificios, su personal, sus trabajadores, los académicos e intelectuales. Vasconcelos no refunda a la Universidad, pero le da un impulso enorme, la establece como punto central donde se gestarán muchas instituciones y además le da su lema: ‘Por mi raza hablará el espíritu’”.

Mientras que Pilar Torres afirma que al llegar Vasconcelos a la Universidad “pronuncia un discurso en el que les dice a los universitarios que les mentiría si les dijera que la Universidad es la mejor de todas, y en cambio les dice que él no viene a repartir dádivas doctorales y que él no viene a darle algo a la Universidad, sino todo lo contrario, que viene a pedirle que la Universidad trabajar por el pueblo, pues ya es hora que la Universidad le retribuya al pueblo con la creación de un gran proyecto de educación pública federal”.

El revolucionario que funda la SEP

En el libro José Vasconcelos. Los años del águila, Claude Fell asevera que este programa de regeneración de la educación federal impulsado por Vasconcelos tenía el propósito de implementar en México una educación que fuera capaz de integrar a los no alfabetizados, además de no sólo llevar conocimientos teóricos, sino también una práctica para incentivar la creatividad y el trabajo entre los más oprimidos del país. Finalmente, el Proyecto de Ley para la creación de la SEP se presentó el 22 de octubre de 1920, el cual causó entusiasmo, pero también controversia, pues muchos se preguntaron si acaso no se trataba de un proyecto educativo de corte socialista.

Al respecto, Susana Quintanilla comenta que “cuando se funda la SEP, ya con Álvaro Obregón en el poder, en 1921, éste le da mucho apoyo a la educación, le da recursos y entonces es sorprendente que un país que está recuperándose de diez años de guerra civil haga una inversión tan fuerte en materia educativa. No sé por qué Obregón apoyó tanto a la educación, porque no era el poder de convencimiento de Vasconcelos, más bien tiene que ver con que Obregón viene del norte y trae esa idea de que la educación es una herramienta del progreso y de la civilización, además de que Obregón era un caudillo muy institucional y no sólo era el poder militar sino una forma de construir un Estado y una nación. Además, sobre el modelo educativo no es que las misiones culturales hayan sido exitosas o que hayan transformado algo, básicamente fueron el sentido místico y religioso que Vasconcelos toma de los misioneros de la Conquista, sumada a la actitud del maestro misionero, quienes fungieron como los nuevos sacerdotes. Es decir, hay toda una mística ahí. Cuando yo estudié a Vasconcelos no había aún las investigaciones acerca de la influencia que tuvieron en él el orientalismo, el budismo, pero no entendido como una cuestión religiosa sino como de resistencia y soporte social, y eso me entusiasma”.

Sobre este modelo educativo y cultural emprendido desde la SEP, Alberto Enríquez, autor de Alfonso Reyes. Curiosidades de coleccionista, comenta que en las misiones culturales y la cruzada contra el analfabetismo sí había “ese sentimiento de que se podría transformar el país de una situación de analfabetismo a un país en donde los niveles de educación fueran superiores. Añadió a la enseñanza el conocimiento del teatro, la pintura, la lectura, y ese modelo educativo rebasa el trabajo de los misioneros, pues va a renovar el modelo para que los profesores ofrezcan una educación mucho más integral, ahora que todos hablan de esto en el siglo XXI. Además, promueve las impresiones de los primeros libros de la SEP que salen con el logo de la imprenta universitaria, y llegan jóvenes talentos a trabajar a su lado como Daniel Cosío Villegas, Samuel Ramos, Eduardo Villaseñor, Carlos Pellicer, Ramón López Velarde que va a trabajar en la revista El Maestro, y es ahí donde publica ‘La suave patria’. Se le criticó por hacer la colección de los Clásicos, porque decían que era un derroche, pero para José Vasconcelos era una necesidad”.

El nuevo arte mexicano y el muralismo

En su discurso inaugural como rector de la Universidad Nacional de México en 1920, José Vasconcelos propone como parte de su proyecto educativo la instauración de una “estética nueva”, como lo explica Claude Fell en su libro en torno a este filósofo y revolucionario. Un arte apoyado no sólo por la Universidad sino por la nueva secretaría de educación que no tardará en crearse. Vasconcelos plantea que “la clase de arte que el pueblo venera es el arte libre” y que la única exigencia que el Estado mexicano puede manifestar respecto a los artistas es que el “saber y el arte sirvan para mejorar la condición de los hombres”.

Sobre este arte con visión “social”, Pilar Torres cree que “Vasconcelos piensa que el mexicano por su manera de percibir el mundo es un ser eminentemente poético, pero considera que la manera en que ha sido educado es contraria a eso, porque hemos sido educados con base en ideologías extranjeras. Vasconcelos entonces es pionero de la educación basada en la inteligencia emocional, con una educación artística, con interés nacional, que no patriota, porque lo nacional para él implicaba una cultura, una tradición, una combinación de historia, de ancestros, de pasado en común, de futuro y no sólo el patriotismo pozolero”.

En una idea parecida, Susana Quintanilla cree que “Vasconcelos no era un nacionalista, más bien fue alguien que representa el arte universal, pues él quería que México formara parte de un contexto universal más amplio: esta idea suya de poner a Buda, a Platón, a Quetzalcóatl y al padre Las Casas en el patio central de la SEP es una cuestión de juntar las civilizaciones, hay que reunir a los países, la cuestión misma del mestizaje pero no de manera folclórica”.

Carmen Gaitán, autora de Diego Rivera y la inquisición: un puente en el tiempo, piensa que este nuevo arte se integró también a la educación básica, a través de la enseñanza del teatro, la danza, la música y también a las misiones culturales en donde “participaron, por ejemplo, Germán y Lola Cueto con sus títeres”. Además, en este 1920, Vasconcelos comienza a pensar el desarrollo de lo que sería el muralismo mexicano, ya que “este conocimiento tan general y rico que trae después del exilio le va a dar la oportunidad de pensar de que el gran pizarrón del mural será el lienzo para combatir el analfabetismo, la pobreza y la ignorancia de México. Evidentemente este pensamiento se estuvo gestando desde años atrás, por el conocimiento que ya tenían Roberto Montenegro y Gerardo Murillo (Dr. Atl). Y es que Vasconcelos quería que los murales coadyuvaran a la función didáctica y para la creación de una nueva cultura en donde por primera vez se vea reflejado el campesino y el indígena, y es un reflejo de las ideas que trae Vasconcelos como reformador político y cultural y de los valores nacionales, valores que van a estar proyectados en el indígena no derrotado, no sometido, no agachado, sino en un indígena que se va a vestir en sus plumajes como en los muros que van a pintar Fernando Leal y Jean Charlot en San Ildefonso, que son las primeras propuestas que se tienen. Es que este secretario de Educación Pública se acerca a estos jovencitos como Ramón Alva de la Canal, Fermín Revueltas, Carlos Mérida, Carlos Orozco Romero, Fernández Ledezma, que son muchachos llenos de ideales reformistas, que vienen saliendo de las escuelas de arte al aire libre, y se van a sumar también al movimiento latinoamericano que promueve el secretario como forma de renacimiento no sólo de México, sino de toda la región. Por eso el espejo que Vasconcelos crea con los murales es un espejo en el que todos nos podemos mirar incluso en este siglo XXI”.

AQ

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