Joumana Haddad: “El monstruo del patriarcado está en todas partes”

Entrevista

La escritora libanesa habla en esta conversación sobre Sheherazade, el Marqués de Sade y las guerras en Siria y Palestina, escenarios de su más reciente libro.

Joumana Haddad, escritora y activista por los derechos humanos. (Foto: Wikimedia Commons)
Adriana Cortés Koloffon
Ciudad de México /

La revista Arabian Business la seleccionó como una de las mujeres más influyentes del mundo árabe por su activismo social y cultural. Fundadora de Jasad, revista cultural erótica, primera en su estilo en lengua árabe, Joumana Haddad (Beirut, 1970) es periodista, conferencista y activista en derechos humanos. Ganadora de diversos premios, entre otros el Premio de la Carrera Poética otorgado por la Fundación Archicultura en Italia, es autora, entre otros libros, de Yo maté a Scherezade: confesiones de una mujer árabe furiosa, El retorno de Lilith, Superman es árabe. Acerca de Dios, el matrimonio, los machos y otros inventos desastrosos, y La hija de la costurera (Lumen, 2019).

—¿Qué le dejó Las mil y una noches?

Cuando leí por primera vez este libro maravilloso yo era muy joven, me dieron una edición corta y censurada. Después lo releí sin censura en mis veintes. En ambos casos me fascinaron los relatos, la forma en que cada uno de ellos nacía de otro me parecía un milagro sin fin. No me siento capaz de describir a qué grado este libro alentó mi imaginación y creatividad.

—¿Por qué decidió matar a Sheherazade en uno de sus libros?

Este “crimen” se debe a que hice una interpretación personal distinta del personaje de Sheherazade: consiste en una crítica a la mujer que para obtener lo que le corresponde por derecho debe sobornar al hombre con sus relatos. Aunque la cultura y la imaginación sean buenas vías de escape, pienso que es tiempo de pasar a otro modelo de emancipación, a otra Sheherazade que narre sus relatos por el placer de contarlos, en vez de negociar con alguien a cambio de su vida y libertad. En este último caso, la responsabilidad de la mujer se vuelve un compromiso, o bien una autovictimización o aún peor, la comodidad pasiva de la mujer oprimida.

—¿Cómo influyó en usted la lectura del Marqués de Sade?

Me obligó a cuestionarme sobre muchos conceptos que fueron la base de mi educación. Como mujer, comprendí que era mejor tomar en lugar de esperar a que se nos dé. Las mujeres que hemos crecido en una sociedad injusta hemos tenido que levantarnos, avanzar, extender los brazos hacia lo que queremos y tomarlo. Sade también me ha enseñado a comprender las prácticas y los gustos como son y no desde un a priori que los clasifica entre “normales” y “anormales”. Los opositores a Sade lo comprenden únicamente en un primer nivel, el de la crudeza y violencia sexuales, cuando se trata de mucho más. Ha sido hasta nuestros días el más grande explorador del alma humana, el que se ha aventurado a ir más lejos. Es, sobre todo, el primero en haber considerado que la imaginación erótica no depende sólo de un género masculino o femenino. Y que los fantasmas no pueden regirse sólo por las reglas de lo políticamente correcto. La lectura de Sade me ha infundido también la valentía para expresar mi cólera contra los radicales de todo tipo, trátese de los musulmanes que practican crímenes de honor y se casan con jovencitas, casi niñas, de los cristianos que cierran los ojos ante la pedofilia inmunda de la iglesia, o de los ultraderechistas que, en Occidente, quieren controlar los cuerpos de las mujeres en nombre de un poder machista, hipócrita en extremo, ejercido sólo en contra del género femenino.

—¿Por qué le gusta el poema “Libertad” de Paul Éluard ?

Porque la libertad ha sido y siempre será el primer motor de mi búsqueda interna en este mundo que se parece demasiado a una prisión.

—¿Cómo describe a las mujeres de su familia?

Aunque me crie en el seno de una familia tradicional, mi manera de pensar y de vivir es muy diferente a la de otras mujeres de mi entorno. Pero siempre ha habido modelos de mujeres fuertes y combativas cerca de mí. Mujeres como mi madre, quienes pese a tanto sufrimiento y dolor no se dan por vencidas y se levantan una y otra vez.

La hija de la costurera trata acerca de las guerras en Siria, Palestina, el genocidio armenio, la violencia ejercida contra cuatro generaciones de mujeres y cómo asumen de manera distinta su sexualidad.

Y lo más triste es que esta violencia continúa. Fuera de algunos avances que se han obtenido en cuanto a las leyes aquí y allá en el mundo, el monstruo del patriarcado y del sexismo se encuentra en todas partes y arruina las vidas, las oportunidades, los derechos y, sobre todo, los cuerpos de las mujeres. ¿No es tiempo de destruirlo?

—Se le ha recriminado que critica la falta de libertad entre las mujeres de religión islámica cuando usted proviene de un entorno familiar católico.

Cuando critico a las religiones monoteístas a propósito de las mujeres no lo hago desde una postura de excatólica sino como una mujer indignada. Y en este sentido mis críticas se dirigen lo mismo a la religión católica que al islam. De cualquier modo, no pretendo defenderme. No creo que sólo los musulmanes tengan el derecho de criticar al islam ni sólo los católicos al cristianismo. Es absurdo. Donde se comete una injusticia se pone el dedo en la llaga.

La hija de la costurera: ¿crónica ficticia o novela sin ficción ?

Una novela en la que la parte de ficción es muy grande si bien es cierto que me inspiré en algunos personajes de mi familia, sobre todo en mi abuela materna, quien, como Qayah, nació en Aintab, sobrevivió al genocidio armenio cuando tenía tres años y más tarde se suicidó en Beirut. Pero fuera de estos pequeños detalles de inspiración el asunto del libro es totalmente ficticio.

—¿Vislumbra un mejor futuro después del covid-19?

Lo espero con toda mi alma pues los seres humanos necesitamos aprender por fin la lección sobre nuestro comportamiento, tan irrespetuoso lo mismo hacia esta tierra que nos alimenta y protege, como hacia los unos con los otros. Deseo que esta crisis sea una alarma y un punto de inflexión, pero debo admitir que soy muy escéptica a este respecto. No tengo fe en el género humano.

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