En su más reciente novela, La vida a ratos (Alfaguara), el escritor español Juan José Millás (Valencia, 1946) no habla de los grandes momentos o acontecimientos que podrían marcar la vida de cualquier persona, sino de los “intersticios” o las “ranuras” que dejan las cosas que parecen importantes y por donde se cuela, dice el autor, el sentido de la vida, aunque por desgracia, asegura, “no tenemos la mirada educada para reparar en ello”.
“Esa mirada”, explica Millás en entrevista con Laberinto, “en parte nos viene de serie y guarda relación con el modo en que desde niños nos hemos relacionado con el mundo. Creo que si de niño has sentido extrañeza frente a la realidad; si tu relación con la realidad ha sido conflictiva, vas adquiriendo una mirada que se fija en lo que es aparentemente banal, pero donde en realidad reside el significado de las cosas”.
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Esa forma de ver el mundo, afirma, se puede cultivar, especialmente si uno quiere ser escritor, porque la literatura “es en parte precisión, detalle, y por tanto recomiendo a mis alumnos de los talleres de literatura que nunca vayan al grano, al corazón del asunto, sino a la periferia, donde está el significado”. De manera que esa mirada de extrañeza, que de alguna forma nos viene dada desde que nacemos, tiene que ver “con el mundo de cada uno de nosotros, aunque en parte también pueda educarse y cultivarse. Yo digo que para aprender a escribir hay que desaprender todo aquello que la cultura ha puesto sobre nosotros, porque la cultura entendida en el peor sentido de la palabra es una suerte de orejeras que te impiden la visión periférica, donde ocurren las cosas más interesantes”.
Tras poco más de una treintena de obras entre novelas, libros de cuentos, ensayos y recopilaciones de artículos periodísticos, Millás ha afinado una mirada y un estilo literario que alcanza su cumbre en La vida a ratos, donde rompe toda clase de fronteras entre géneros literarios y genera un universo vital a partir de la pura ficción.
“Toda vida es una preparación para el libro que uno escribe, así que toda mi vida ha sido una preparación para este libro que acabo de publicar y que trata de esto: de la vida cotidiana. La vida a ratos es un diario de la vida cotidiana de un personaje que se llama Juan José Millás y, por lo tanto, donde narro mis propias experiencias, y que se mueve en esas rendijas de la existencia, en aquello a lo que prestamos poca atención. La vida es en gran parte el producto de una sucesión de malentendidos, y de eso nos damos cuenta cuando somos muy mayores. Por eso mucha gente dice: ‘Si yo tuviera oportunidad de volver a vivir otra vez la vida, no cometería ciertos errores’. Seguramente es un engaño y caeríamos en los mismos errores pero esa afirmación significa que de repente uno entiende que todo ha sido el producto del azar. Y esto es lo que he intentado revelar en este diario de lo banal-cotidiano”.
En cuanto a los géneros literarios, Millás reflexiona que en esta novela la barrera que se rompe, aparte de la meramente formal entre diario y novela, “es la barrera entre lo que me ocurre y lo que se me ocurre. La gente suele hablar de lo que le ocurre, pero no de lo que se le ocurre. Hay muchas conversaciones que empiezan diciendo: ‘Fíjate lo que me ha ocurrido’, pero hay muy pocas conversaciones que empiecen diciendo: ‘Fíjate lo que se me ha ocurrido’. Yo hablo de ambas cosas borrando las fronteras entre una y otra, haciendo dudar al lector, porque previamente lo he dudado yo, pues muchas veces nos ocurren cosas que se nos están ocurriendo, y no nos damos cuenta. Esa frontera es un poco parecida a la frontera existente entre la vigilia y el sueño. Por eso la lectura de este diario puede producir sensaciones oníricas, pues está escrito en ese espacio fronterizo en el que uno se despierta y tiene un pie en el sueño y otro en la vigilia. Luego hay otras fronteras de orden formal. Es cierto que es una novela que tiene forma de diario, pero la escritura intenta ser muy precisa, porque creo que la precisión es literaria. Yo diría que es un texto antilírico, en el sentido de que se adentra en las zonas a veces más ásperas de la vida cotidiana. Mi mayor preocupación desde el punto de vista formal, sobre el trabajo de las frases y la palabra, fue la búsqueda de la precisión, un valor literario de primer orden: expresar bien las ideas, expresarlas sin retórica vacía. En ese sentido es antilírica, porque la palabra lírico tiene una connotación que alude a un exceso de retórica”.
Literatura-insecto
Millás ha dicho en alguna ocasión que el cuento se parece mucho a los insectos, y que a veces ha llegado a escribir novelas que casi llegan a ser insectos, lo que ocurre en La vida a ratos. “Desarrollé esta idea en una conferencia, y en líneas muy generales expone que la historia de la literatura está compuesta por los grandes mamíferos y por los insectos. Como ejemplo de gran mamífero estaría el Ulises de Joyce, y en el de insectos La metamorfosis de Kafka. Son novelas coetáneas y cada una es el negativo de la otra. Lo que me llama la atención de esas dos novelas, para mí las más importantes del siglo XX, es que la novela de Joyce, el gran mamífero, hoy no se puede leer sin notas a pie de página: es un gran mamífero que ha mutado, como todos los mamíferos que han mutado a lo largo de la historia en busca de la perfección. En cambio, no hemos visto una edición de La metamorfosis con notas a pie de página, porque no hay nada que explicar: ya era perfecta, al igual que el mosquito ya era perfecto hace 300 mil años y no ha evolucionado. Así pasa con las novelas o la literatura-insecto, que tiene una perfección que no necesita ser explicada. Eso me lleva a deducir que lo que Kafka consiguió en esa novela, que es la que mejor explica el siglo XX y va camino de ser la que mejor explique el siglo XXI, es hacer una novela con sencillez compleja o complejidad sencilla. Es un tipo de literatura como la que hizo Juan Rulfo en Pedro Páramo, o la que hizo Melville en Bartleby, el escribiente. La historia de ese tipo de literatura está por escribirse”.
Al hablar de algunos de los maestros que como escritor han sido fundamentales para él, Millás sonríe y aclara que “la lista sería interminable, porque cuando se tiene mi edad se tiene un bagaje de lector importante. Podría citar a muchos, pero cuando hablo de este tema suelo dar un lista para satisfacción de quien me la pide, pero esa lista no suele ser la auténtica y cambia al rato. Es absurdo reducirlo todo a cuatro o cinco autores, porque no se suele pedir un listado de veinticinco. Lo puedo hacer, pero sería mentira. Lo que sí es indiscutible es que si no has leído mucho es imposible ser escritor. La lectura es el combustible de la escritura. Alguien que no lee no puede escribir. Y alguien que no ha sido un lector enfermizo no puede pretender ser escritor. Mucha gente habla de que escribir es ir en busca de la propia voz, en busca de la construcción de una voz que sea reconocible. Y cuando de un escritor dicen que tiene una voz propia —lo más a lo que puede aspirar un escritor—, quieren decir que su voz está hecha de las lecturas que ha hecho; es decir, de la tradición de la que uno viene y de la subjetividad que uno ha puesto en esa tradición. La voz propia proviene de un choque entre la tradición y la subjetividad, entre la tradición de la que uno viene y la subjetividad que aporta a esa tradición. Pero para aportar subjetividad a esa tradición tienes que venir de una tradición lectora”.
En cuanto a la realidad que aborda, Millás considera que toda realidad es producto de la ficción: venimos del cuento, de aquellas primeras manifestaciones orales que se hicieron en el alba de los tiempos. “Nuestra primera forma de conocimiento de la realidad no fue de orden científico. Los primeros testimonios que tenemos de cómo explicamos la realidad son los testimonios del cuento, de la tradición oral, que se contaban alrededor de la lumbre, no para pasar un buen rato sino para transmitir a los oyentes información sobre la realidad. Y nosotros seguimos ahí, donde al tiempo que se cuenta la realidad la genera. Así que lo que llamamos realidad es un delirio consensuado”.
En ese contexto, el periodismo “es también una representación de la realidad”, considera Millás. “Suelo recordar aquel cuadro de Magritte en el que se ve una pipa de fumar, y debajo hay un texto que dice: Esto no es una pipa. Al principio, ese texto nos sorprende porque estamos viendo una pipa; sin embargo, si se piensa un poco, nos damos cuenta de que, en efecto, esa es una representación de una pipa, no una pipa, que no es lo mismo. Así que debajo de la cabecera de todos los periódicos debería ponerse: Esto no es la realidad. Y no lo es porque no puede serlo, sino una representación de la realidad. Si alguien escribe una crónica de un suceso, está haciendo una representación de la realidad; no está mostrando la realidad. Es un mapa de la realidad y no conviene confundirlo. En ese sentido, el periodismo, en la medida en que es una representación de la realidad, es un artefacto literario. Y esta es otra frontera que llevo intentando borrar: la frontera entre periodismo y literatura. Cuando alguien hace una crónica está mostrando una representación de la realidad, de lo que ha visto o ha escuchado. ¿Y qué utiliza para ello? La palabra. ¿Y qué recursos tiene? Los recursos literarios. Y esto no es una opinión, no es una cuestión de que el periodista quiera o no; es que así es”.
Volviendo a La vida a ratos, Millás expone que muchos afluentes de esta obra son de carácter existencial. “Son cosas que le ocurren al personaje en las atmósferas en que se desenvuelve, como un taller de escritura y sus relaciones con los alumnos. El personaje viaja en metro y observa a los demás para observarse a sí mismo en ellos; acude semanalmente a un psicoanalista y se tumba en el diván y cuenta sus perplejidades; va por la calle; entra en las tiendas. Es un diario de la vida cotidiana, donde aparecen las relaciones familiares y con los amigos; las relaciones con la propia escritura y los problemas que presenta”.
También hay temas de alguna forma extremos, como el suicidio. Al respecto, Millás comenta que “eso también forma parte de la vida diaria. Pienso mucho en esto y creo que hay mucha gente que también lo piensa. Lo que ocurre es que los periódicos hablan poco de ello. La primera causa de muerte en la adolescencia es el suicidio, aunque uno no ve en los periódicos noticias de suicidios porque hay un pacto implícito para no hablar de eso. Pero la gente piensa en el suicidio, hasta el punto que, como decía Albert Camus, es el único asunto filosóficamente serio e importante. Yo pienso en el suicidio porque pienso en la muerte. Y la muerte forma parte de la vida, que es inconcebible sin la muerte. La muerte, cito en algún momento del libro, es en la adolescencia un asunto dramático; en la madurez es filosófico y en la vejez un asunto burocrático, que hay que despachar”.
Por último, Millás menciona que la literatura, en esos “intersticios” de su propia vida, es su manera de relacionarse con el mundo y con la realidad. “Por eso en el momento en que me fijo en los momentos cotidianos, éstos adquieren significado. Y hablar de esos momentos de la forma en que lo hago es un modo de extrañarme de ellos y, por lo tanto, de conseguir que adquieran significado. Gran parte de la obligación del escritor es conseguir que el lector se desfamiliarice de lo que es familiar, para que lo que es familiar adquiera significado. Porque lo que no es familiar no solo no tiene significado, sino que no lo vemos siquiera. Solo cuando nos extrañamos de lo familiar adquiere significado. Y de eso se trata. Siento extrañeza de mi oficio, y en realidad de todo. Pero escribir es una actividad muy rara. No pienso la escritura como un gran arte, sino como un oficio artesanal. Y no concibo mi vida sin la literatura. Es mi oxígeno. El día en que no pudiera leer o escribir, me podrían hacer la eutanasia”.
ÁSS