Juan Ponce, el fotógrafo del destrampe y la lujuria

Arte

El autor tepiteño, quien es reconocido por retratar a las vedettes más famosas de México, presenta actualmente la exposición 'Xóchitl, Reina de reinas' en la galería Drama.

Juan Ponce posa junto a sus fotografías en la galería Drama. (Foto: Juan Carlos Aguilar)
Juan Carlos Aguilar
Ciudad de México /

Desde los años 60 y hasta mediados de los 80 del siglo pasado, cuando el entonces Distrito Federal era desvelado y “mal portado”, el fotógrafo tepiteño Juan Ponce Guadián se puso a tono —fue trasnochador y algo pícaro— y asistió con vehemencia a cabarets, salones de baile, antros e incluso fiestas particulares para retratar a las más famosas vedettes de la época.

Ponce las capturaba en plena demostración de virtudes (“Siempre pedía mesa de pista”, presume) e incluso en los camerinos, algo que no lograba cualquiera, pero que él podía hacer gracias a que muchas de ellas eran sus amigas y aceptaban su propuesta de fotografiarlas en privado.

Así, lo que comenzó como una mera afición, terminó convirtiéndolo en uno de los más grandes fotógrafos del destrampe y la lujuria, al lado de otros autores destacados como Jesús Magaña, Antonio Caballero y Humberto Zendejas.

Autor incansable, su archivo fotográfico es fundamental para entender esas noches eróticas de cabaret, las cuales terminaron casi de manera abrupta tras el terremoto de 1985 y con la llegada de los table dance. Otro factor que apagó para siempre las marquesinas que iluminaban los nombres de estas estrellas fue la creciente inseguridad que comenzó a padecer el Distrito Federal.

Por su lente pasaron las vedettes más emblemáticas del momento: Lyn May, Norma Lee, Olga Breeskin, las princesas Yamal y Lea, Angélica Chaín, Merle Uribe, Ivonne Govea, Olga Muñiz y un muy largo etcétera, quienes luego se convirtieron en el deleite de miles de lectores en publicaciones como El Metropolitano, Estadio, Chulas y divertidas y Órbita, en las que el fotógrafo publicó principalmente su trabajo.

Pero la obra de Ponce, ahora de 79 años, va más allá del simple desparpajo. Un ejemplo del valor histórico que tiene su archivo fotográfico se puede apreciar actualmente y hasta septiembre en la exposición Xóchitl, Reina de reinas, conformada por 13 retratos de mediano formato que el autor realizó por encargo a este peculiar personaje que en los años 70 tuvo una presencia central en el medio del travestismo, el espectáculo y la política, y que es reconocida por ser una activista que contribuyó a combatir la discriminación y la violencia contra la comunidad LGBT+.

Montada en la galería Drama, ubicada en el Pasaje Savoy (16 de Septiembre 4 en el Centro Histórico de la Ciudad de México), la muestra reúne fotografías en color y blanco y negro, en las que se puede ver a Xóchitl acompañada de actrices como Isela Vega y María Sorté, o siendo anfitriona en alguna fiesta privada en Acapulco.

Muchos fotógrafos que en los años 70 y 80 se vincularon a la escena gay tomaron en algún momento un retrato de Xóchitl (su nombre real era Gustavo Xochilteotzin); sin embargo, Ponce tuvo la oportunidad de fotografiarla en innumerables centros nocturnos y fiestas, pues lo contrató expresamente para ello.

Lorena, Xóchitl, “Reina de reinas”, y “La Pil”. (Cortesía del autor Juan Ponce y de Drama)

En opinión de César González-Aguirre, curador de la muestra y director de Drama, la exhibición es pertinente porque a pesar de las reivindicaciones trans que ocurren en esta época, Xóchitl es una figura que no se ajusta con la corrección política de nuestro tiempo.

“Representó una figura que no encaja solo en el activismo ni únicamente en el jet set, es decir, en nuestra escena galante y nocturna de la ciudad. Así como Carlos Monsiváis, fungió como un puente que enlazó el mundo del travestimo con el mundo del espectáculo, la política, la contracultura e incluso con la escena hegemónica de la cultura”.

Por otro lado, dice, sus características de personalidad son muy interesantes, debido a que en el mundo de las identidades trans, generalmente las chicas elegían un nombre y un apellido que asociaban con Europa y Estados Unidos.

“En el caso de Xóchitl, ella se autonombra, y su nombre se refiere a un contexto muy mexicano. Además, sus características físicas son muy mexicanas, eso en un contexto de un México racista, donde en algunos lugares la vida nocturna estaba reservada para cierta clase social y cierto fenotipo físico, más asociado a lo europeo”.

Agrega: “No era un personaje que se moviera únicamente en la cultura de la transgresión, también subía al escenario del teatro Blanquita para acompañar a Carmen Salinas y a otros actores y actrices a la develación de placas. Es decir, era un personaje bastante visible que hoy tenemos que recordar para pensar en la complejidad cultural de la Ciudad de México”.

María Fernanda, Xóchitl y Sandra Chávez. Penthouse de Xóchitl en la Ciudad de México en 1980. (Cortesía del autor Juan Ponce y de Drama)

El hombre de mirada pícara

Respecto a la obra de Ponce, quien sorprendentemente se mantiene activo como fotógrafo, el curador señala que es un reportero gráfico que “tiene una mirada ligada a la cultura popular mexicana, que pasa por el deseo, el candor y la picardía”.

Afirma que fue en Tepito, de donde es originario, donde formó sus códigos culturales y visuales: “Fue armando una cultura visual ligada al periodismo, a la inmediatez que implicaba cubrir un evento, y aprendió a seleccionar qué imagen podría constituir junto con otras un reportaje, y armar una historia. Juan nos ha legado muchas historias de lo que ha sido la Ciudad de México y eso es necesario pensarlo desde el espectro del arte y de la cultura en un sentido más amplio”.

Maestro Juan Ponce, usted es conocido como el fotógrafo de las vedettes, pero ¿cómo entró al medio?

De niño fui zapatero, y a mis 13 años, en Tepito, ya tenía mi propio taller donde pegaba zapatos. Con decirte que ahorita mismo podría hacerte un par de principio a fin. Lo de la fotografía vino después, llegué a ella por un hermano que trabajaba en Kodak, tendría entonces unos 16 o 17 años.

En ese tiempo Kodak daba cursos de fotografía y yo tomé el de retrato, eso me ayudó. Entonces le tomaba prestada la cámara a mi hermano, una Brownie Fiesta, y me iba a los cabarets. Siempre me gustó mucho ese ambiente…

¿A qué lugares iba?

A todos. Al Siglo XX, El Club de los Artistas, al Gran Vals, al Teatro Blanquita, al Savoy, al King Kong, que era un jacalón que duró muy poco tiempo. También al Tío Sam, al Apolo, al Teatro Iris, al Balalaika, al Bombay. Uno más fue El Burro, aunque ese no era de variedad, más bien para echar desmadre, pero claro que fui. Era buen bebedor y bueno para el baile…

En El Club de los Artistas comencé a tomar fotos. Siempre pedía mesa de pista, chingona, pues había lana. Ahí hice amistad con algunas bailarinas y con otras anduve. Un día le dije al jefe de meseros que le preguntara a algunas de ellas si les podía tomar fotos en los camerinos. Aceptaron. En una revista hasta tuve una sección que se llamaba “Por el ojo del camerino”.

Y ahí fue que comenzó a dedicarse de lleno a la fotografía…

Yo comencé a los 18 años como reportero gráfico en una revista quincenal que se llamaba El Metropolitano, con el reportero policiaco Armando El Chato Azcona, ahí me hice con él. Como la revista tenía un perfil policíaco, conocí a Arturo El Negro Durazo y a todos los policías de esa época. El semanario era muy famoso porque El Chato entregaba una medalla a los policías.

Con él aprendí a puros chingadazos. A él le agradezco no usar drogas. Siempre decía: “Al Poncecito no le den nada”. Me cuidó como a su hijo. Después colaboré en Estadio. Ahí publicaba espectáculos: cine, teatro, televisión, y en la contra, todos los días, el retrato de una mujer.

También colaboré en La Prensa, El Nacional, El Universal, todos me pedían mis fotos. Yo les decía a los jefes: “No manches, se va a encabronar tu fotógrafo”. Y me respondían: “Tú mándalas”. Me fue bien…

¿Le pagaban esas colaboraciones?

No, no me pagaban, aunque sí me daban mi crédito, ese siempre. Más bien el negocio era que yo les vendía las fotos a las vedettes, por cientos.

A veces también redactaba, aunque poquito, sobre cómo había estado el espectáculo. Me decían: “Tú escribe, aquí hay correctores”. Sucedía que a veces el reportero no iba al show, entonces yo les contaba cómo había estado todo. Les gustaba lo que yo decía, nada más que me corregían porque tenía mala redacción.

También publicó en la revista Órbita, “el pior periódico del mundo”. ¿Le gustaba trabajar ahí?

Claro que me gustaba, era la revista que más se vendía sin publicidad. Lo mejor es que a mí me llamaron. Cuando llegué, comencé a desplazar a Jesús Mañaga, que era el rey de la fotografía de espectáculos, imagínate eso; hizo rumberas, artistas, de todo. Me veía como un pinche chamaco, pero pronto comenzó a reconocer mi trabajo.

Alguna vez vio un retrato que le tomé a la Princesa Lea y Magaña le dijo que la imprimiera en grande, tamaño póster, para que la colocaran en el cabaret. Desde ahí comenzó a reconocerme, y fue entonces que nos volvimos amigos. Su hijo David me dijo alguna vez: “Eres de los pocos fotógrafos que fue amigo de mi padre, porque eres bueno”. La verdad es que no quería convivir con ningún colega.

Xóchitl con la actriz Isela Vega en el Teatro Blanquita, 1980. (Cortesía del autor Juan Ponce y de Drama)

¿Cuántos rollos conforman su archivo?

Pues no sé exactamente, miles, con todo y que me han robado muchísimo, cajas enteras. Mucho está sin revelar, pero no tengo tiempo porque hay que buscar la chamba, sino no come uno. He querido digitalizar mi archivo, pero ya no me da tiempo. A varias personas les he regalado rollos y les digo: “A ver qué te sale”.

Y eso es lo que tengo en casa, porque muchos otros rollos se quedaron en los periódicos, eso fue una pendejada de nosotros los fotógrafos. En Estadio sí dejé mucho material.

Para acabarla, compré un archivo de toros que me vendieron en 150 mil pesos. Son fotos de alguien que trabajó en la cuadrilla del matador Manolo Martínez. Llevo tres años trabajando ese archivo, ya me quitó mucho de tiempo.

¿Siempre fue consciente que debía guardar sus negativos o nunca pensó en eso?

Sí, claro que sí.

Pero, ¿cómo lo hacía? ¿Tiraba con doble cámara o se llevaba los negativos a casa?

Para que sepas, siempre traíamos cuatro o cinco cámaras, medio formato, 35 mm, angulares y telefotos, éramos unos viciosos de la óptica. Traía una mochilota con un chingo de rollos y de lentes. Teníamos una práctica chingona para cambiar los rollos, pum, pum, pum, y vámonos. Era una práctica que todos teníamos…

¿Tenía un modelo de cámara preferido?

Todas. Mi hermano y yo teníamos una tienda fotográfica, entonces yo usaba todas, y la verdad es que todas son buenas. Hasta una caja de zapatos sirve, le pones un lente y ya. Algunas tienen sus limitaciones, claro, pero todas son buenas.

¿Qué trucos tenía al momento de fotografiar?

Siempre he usado muchos filtros, me gusta, tanto a color como en blanco y negro. Ah, y saber usar el flash. Si no sabes usar el flash, pues truenas, pero si sabes rebotar, te suaviza muy bonito la luz. Una vez que la tienes controlada, pum, pum, a tirar.

¿Cómo le fue con las envidias?

Afortunadamente les di la vuelta y a todos los hice mis amigos.

¿Qué es lo que más extraña de esa época de los cabarets?

Se extraña y no. Te resignas a tu edad, yo voy a cumplir 80 años. Pero ahora que me lo preguntas, no extraño nada, porque me siguen invitando a los shows. Actualmente me invitan al Delirio Tropical y me rifo. Ya sería un crimen que a mi edad no supiera tomar buenas fotos ¿no?

¿Cómo podría definir su fotografía?

No pues es difícil que uno hable de su chamba. Yo le doy gracias a Dios que desde que empecé a tomar fotos, a los jefes les gustaron, y eso me dio ánimo para seguir adelante, si no, hubiera cambiado de oficio.

AQ

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