La RAE define kafkiano como lo absurdo o angustioso de una situación pero aparte de ese aserto elemental, Milan Kundera señaló que la complejidad de las parábolas del escritor checo generaron tantas interpretaciones que surgió la kafkología: una ingente cantidad de expertos que se ocuparon de esclarecer los hilos negros de una narrativa que, más allá del universo íntimo de un autor, la consideran metafórica, premonitoria en algunos casos.
Nada más desatinado, extravagante o kafkiano, diría Kundera, pues lo que él encuentra en la obra de Franz Kafka, en primer lugar, es el discreto sentido del humor. Y contrario a lo que se afirma como una alegoría o una predicción, es el propio cauce de las sociedades el que se ajusta a los ambientes nebulosos de ese mundo raro en que transcurren El proceso, El castillo o América: “Hay periodos en la historia moderna en los que la vida se asemeja a las novelas de Kafka”.
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En el capítulo “En alguna parte ahí detrás” de El arte de la novela, Kundera señala que ciertas imágenes, contextos y frases de esas obras formaron parte de la vida en Praga, cristalizados en los múltiples fenómenos que impuso un régimen totalitario: el laberinto burocrático y sus funcionarios de obediencia absoluta. En los ciudadanos vigilantes de su propio expediente que por un extraño complejo de culpa, reclamaron un castigo, o los castigos que el régimen aplicó aunque no existiera la infracción. En la concentración desmesurada del poder, que desembocó en su divinización. En la soledad violada al fundir lo público y lo íntimo. En la despersonalización del individuo.
Lo kafkiano nos alcanza a todos. Se volvió destino. Por ejemplo, en la perplejidad o las disputas que incitan los resultados electorales, no solo en círculos privados sino en los foros en que se expresan todo tipo de opiniones (principalmente en el gueto de las redes), donde no faltó, y nunca faltará, quien acuñe este adjetivo al final de la jornada.
¿Es kafkiana la progresiva consolidación de un nuevo Partido de Estado? ¿Es kafkiano que el ciudadano le dé otra oportunidad a un proyecto que no solo probó su ineficacia en distintos ámbitos de máxima importancia nacional sino que se propone replantear las reglas del juego a partir no de la mejora sino de la demolición institucional? ¿O que se reclame la desmemoria colectiva, cuando un buen espectro del electorado no vivió en carne propia los años dorados de un priismo sin contrapesos ni órganos autónomos? (Por ejemplo, los nacidos en la segunda década milenial (los años 1990) o la generación centenial, a partir del año 2000).
¿Es kafkiano el desinterés social en la política de aquellos que pasan la mayor parte de su tiempo en YouTube, X, Facebook o TikTok? ¿O explicar el insólito fenómeno electoral a través del inveterado (y conservador) refrán “más vale malo por conocido que bueno por conocer”, que tanto se repitió en las décadas de 1970 y 1980?
¿Es kafkiano el pésimo talante y desempeño de una oposición sin ideas ni imaginación? ¿O funcionó el espantajo que esgrimió la propaganda del Estado, el Prian, un monstruo que sí existe y está presente pero en el partido oficial, pues por más que se le mire por arriba o por abajo, por adentro o por afuera, no se ve dónde está la izquierda?
Para ilustrar la condición paradójica de lo kafkiano, Kundera anotó una anécdota verídica: “El poeta A., una gran personalidad comunista, fue encarcelado en un proceso estaliniano en los años cincuenta. En su celda escribió una serie de poemas en los que se declaró fiel al comunismo, a pesar de todos los horrores que le habían sucedido. No se trataba de cobardía. El poeta vio en su fidelidad (fidelidad a sus verdugos) la señal de su virtud, de su rectitud. Los praguenses que tuvieron conocimiento de sus poemas los titularon con hermosa ironía: La gratitud de Josef K.”
Así fueron los votantes incondicionales del PRI. Y los de ayer. Los de hoy. Tal vez, los de mañana.
AQ