Karl Marx leía también por placer, y muchísimo. La biblioteca en su casa de Maitland Road Park 41, en la periferia de Londres, albergaba alrededor de dos mil libros, modesta si se compara con las obras en diversos idiomas que el autor de El capital (1867-1883) debió de leer a lo largo de su vida, de la que pasó 34 años exiliado en la capital inglesa, donde leyó literatura al por mayor en el Museo Británico.
El napolitano Marcello Musto, profesor de Sociología en la Universidad de York, en Toronto, da cuenta de entrada del enorme placer con que Marx leía clásicos de la literatura, en Karl Marx 1881-1883. El último viaje del moro (Siglo XXI Editores, 2021), la reciente traducción de su obra sobre el filósofo, sociólogo, economista y periodista nacido el 5 de mayo de 1818 en la ciudad prusiana de Tréveris.
El volumen de 180 páginas, una decena de ellas de bibliografía, está concebido por Musto como una breve biografía intelectual de los últimos tres años de Marx, que busca revertir la leyenda de que el autor de La miseria de la filosofía “habría agotado su propia curiosidad intelectual y cesado de trabajar”.
Marcello Musto (Nápoles, 1976) demuestra con su investigación cómo Karl Marx continuó y extendió sus investigaciones hacia nuevas disciplinas, como la antropología y las matemáticas (que le relajaban), y a estudios profundos de la propiedad común en la sociedad precapitalista, de las transformaciones en Rusia después de la abolición de la esclavitud, además de que apoyó la lucha por la liberación de Irlanda del yugo inglés y mostró su oposición al colonialismo europeo en India, Egipto y Argelia. Incluso destaca su postura en contra de la desigualdad de género y contra la discriminación racista.
El investigador considera que la biblioteca de Marx “no era tan imponente como la de los intelectuales burgueses de su misma altura, ciertamente más ricos que él”, y cita testimonios y anécdotas de gente como el socialista cubano-francés Paul Lafargue, su yerno, o el de un corresponsal del Chicago Tribune que en diciembre de 1878 visitó el estudio e identificó en las estanterías, no sin apuntar que se puede juzgar a alguien por lo que lee, a Shakespeare, Dickens Thackeray, Molière, Racine, Montaigne, Bacon, Goethe, Voltaire, Paine…, además de obras políticas y filosóficas en ruso, español, italiano.
Lafargue detalla las lecturas por placer de su suegro, en un párrafo citado en L’ultimo Marx, 1881-1883: Saggio di biografia intellettuale —título original del libro editado en 2016—, que vale la pena reproducir:
“(Marx) Conocía de memoria a Heine y Goethe, a los que citaba a menudo en sus conversaciones. Leía continuamente poetas escogidos entre todas las literaturas europeas. Cada año leía a Esquilo en su texto original griego. A éste y a Shakespeare los veneraba como a los dos máximos genios dramáticos producidos por la humanidad. (…) Dante y Burns también formaban parte de sus autores predilectos. (…) Era un gran consumidor de novelas. Marx prefería ante todo las del siglo XVIII en especial Tom Jones de (Henry) Fielding. Entre los escritos modernos, los que más placer le producían eran Paul de Kock, Charles Lever, Alexandre Dumas padre y Walter Scott. El Old Mortality de este último lo calificaba de obra maestra. Mostraba una marcada preferencia por las narraciones humorísticas y de aventuras. A Cervantes y Balzac los colocaba a la cabeza de todos los novelistas. Don Quijote era para él la epopeya de la caballería en trance de desaparición, cuyas virtudes se convertían en actos ridículos y locuras en el recién iniciado mundo de la burguesía. Su admiración por Balzac era tan enorme que quiso escribir una crítica sobre su gran obra La comédie humaine. (…) Marx leía todas las lenguas europeas. (…) Le gustaba repetir el lema: ‘Una lengua extranjera es un arma en la lucha por la vida’. (…) Cuando se decidió a aprender también el ruso (…) al cabo de seis meses ya lo dominaba hasta el extremo de poder recrearse en la lectura de los poetas y novelistas rusos que más apreciaba: Puskin, Gógol y Scendri”, escribió Lafargue, citado en Conversaciones con Marx y Engels por Hans Magnus Enzensberger.
Lafargue, autor de El derecho a la pereza (1883), quien tras 43 años de matrimonio se suicidó con su esposa Laura Marx en su cama en 1911 (como Stefan y Charlotte Zweig en 1942), no sin antes dejar comida y agua para su perro Nino, refiere que, para su mentor y suegro Karl Marx, los libros “no eran objetos de lujo, sino herramientas intelectuales: ‘Son mis esclavos y deben servirme según mi voluntad’”, decía.
Al respecto, Musto recuerda que Marx se definía como “una máquina condenada a devorar libros para vomitarlos, de distinta manera, en el basurero de la historia” y cita además la obra de referencia “sobre los vastísimos intereses y conocimientos literarios” del coautor del Manifiesto del Partido Comunista con Friedrich Engels: Karl Marx and World Literature (Oxford Clarendon Press, 1976- La biblioteca di Marx, Garzanti, 1978), de Siebert S. Prawer, profesor de literatura alemana en la Universidad de Oxford.
Marx contrajo serias lesiones en la espalda tras los años que pasó frente a su escritorio para escribir El capital e ironizaba al decir “espero que la burguesía recuerde mi ántrax por el resto de su vida”. Musto señala al respecto que tenía pocas distracciones, entre ellas sus reuniones familiares del “club Dogberry”, así llamado por la comedia Mucho ruido y pocas nueces, en las que se interpretaban justo las obras de Shakespeare y las cenas eran preparadas por Engels. Además, compartía con su familia sus lecturas. A su nieto Johnny, por ejemplo, le envió una copia del cuento Reinaldo El Zorro, de Goethe.
Según Marcello Musto, conocer estas facetas permiten “penetrar en la vida íntima espiritual de Marx”.
Para el filósofo italiano, el padre del socialismo, descrito como modesto y gentil, fue en sus últimos años “un Marx más íntimo, aquel que no esconde su fragilidad frente a la vida, pero continúa, sin embargo, combatiendo”, una “figura completamente diferente a la esfinge granítica de Marx, colocada en el centro de las plazas por los regímenes de Europa del Este, que mostraba el porvenir con certeza dogmática”, sostiene el también autor de Tras las huellas de un fantasma. La actualidad de Karl Marx.
AQ