En las batallas del mundo moderno, la primera víctima es nuestra vida privada. Nadie puede ufanarse de tenerla. Hoy todo se publicita de algún modo. Los victimarios de la vida privada son los objetos que tenemos cerca: los celulares, el internet, el tiktok. Gracias a ellos, hay gobiernos, empresas e instituciones que conocen al dedillo la información de todos nosotros. Basta que pongamos un tipo de música o que averigüemos el precio de unos boletos, para que alguien se entere al otro lado de la pantalla. En realidad nos hemos olvidado que uno es más feliz, y está más a salvo, si está bien escondido. La paradoja es que la gente, mientras más famosa o poderosa, es más vulnerable.
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La historia de la familia real británica está marcada por la tragedia de la fama. Los personajes de esta historia de pasiones contrariadas —Carlos, Harry, Diana, Meghan, Dodi, William y ahora Kate—, son pasto de chismorreos, uno de los surtidores de los pasquines y las pantallas.
La semana pasada, la confesión de Kate sobre su enfermedad fue un intento por legitimar el dolor detrás de esa fama. Lo mismo puede decirse de Carlos. Al desmentir la monarquía, la renueva. Si los reyes de antes peleaban y morían en las guerras, los de hoy confiesan que tienen cáncer. Diana de Gales les enseñó a sus parientes que el rey, la reina, los príncipes no son seres distintos.
A principios del siglo XX casi todos los países europeos eran monarquías. Las excepciones eran Francia, Suiza y poco más. Hoy quedan doce casas reales en Europa. Otros países como Rusia, Turquía y Persia tenían tradiciones parecidas a la monarquía. Muchas desaparecieron. Pero se mantienen monarquías alrededor del mundo, excepto en América. San Martín quiso imponer una monarquía en el Perú. Cuarenta años después Maximiliano llegó a México. La historia americana no estaba hecha para los reyes y las reinas.
Si han perdido su aura nobiliaria, es porque la época actual admira los fastos de la nobleza pero no sus razones. Sin embargo, no se puede decir que la monarquía ha desaparecido. Hoy uno de cada cinco países en el mundo se rige por un régimen monárquico. Y seguimos mirando a los reyes y reinas de Inglaterra, por supuesto.
Hoy, en medio del drama familiar inglés, se encuentra la figura del príncipe William. Tenía trece años cuando su madre confesó que Carlos tenía una relación sostenida con Camila y que ella había tenido un affaire con James Hewitt. Luego supo que la prensa publicó fotos de Diana con los pechos al aire en una playa española, lo que provocó acoso de parte de sus compañeros de clase. Luego fue obligado a caminar detrás del ataúd de su madre. Luego se enfrentó al escándalo de Harry. En el centro de estas dificultades, manifiesta una entereza heredada de su abuela. Si antes los reyes dominaban el mundo, hoy son los esclavos de un nuevo imperio. Es el imperio de los lobos de la mirada pública. Solo por eso ya no son temidos, pero sí compadecidos, acaso amados.
AQ