Los robots que amaban a los humanos

Literatura

La nueva novela de Kazuo Ishiguro, Klara y el sol, es una lección de amor; cuenta la relación entre una niña y una robot, cuyo carácter está inspirado en su madre, quien “jamás perdió su inocencia ni la fe en la bondad que existe en el mundo”.

El escritor británcio Kazuo Ishiguro. (Alessandro Fucarini | AP)
Carlos Rubio Rosell
Madrid /

Una gran bondad emana de la nueva novela del escritor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro. Es una bondad superior, primigenia, que anima al personaje central, una robot llamada Klara, a entregar su existencia a una niña hasta que ya no es necesaria. Porque para eso ha sido programada. Y entonces, cuando llega ese momento, la bondad se transforma en gratitud, en agradecimiento por haber vivido.

Dice Ishiguro (Nagasaki, 1954) que esa bondad está inspirada en su madre, fallecida en 2019 a los 92 años de edad y quien lo introdujo en el mundo de la literatura: 

“Muchas cosas que observé en ella las he puesto en Klara, quien ve el mundo como mi madre, que jamás perdió su inocencia ni la fe en la bondad que hay en este mundo. También muchas de las cosas que le ocurren a Klara al final de la novela, cuando deja de ser necesaria, tienen que ver con la experiencia de mi madre, que acabó sus días en una residencia, apartada de todo pero con la convicción de que había hecho un buen trabajo”.

Klara y el sol (Anagrama), título de la novela, es la respuesta de Ishiguro a una serie de preguntas de calado filosófico sobre la naturaleza humana. En ella, el autor se vale de las emociones de una máquina que siente y padece para explorar “qué significa que un ser humano ame a otro”, si “somos únicos o reemplazables” o si la invasión de la llamada “inteligencia artificial” en nuestra vida cotidiana “tendrá un impacto en la idea milenaria de que tenemos un alma que nos hace especiales”.

“Mi interés real —explica el autor de obras como Pálida luz en las colinas, Los inconsolables, Cuando fuimos huérfanos o Nunca me abandones, entre otras obras que le valieron en 2017 el Premio Nobel de Literatura— son los seres humanos, a los que observo a través de los ojos de esa máquina. La naturaleza de los sentimientos que puede desarrollar un androide es un tema apasionante, pero no es el principal objeto de interés de la novela. A mí lo que me importa son las personas, y lo que Klara observa en ellas. Y también el modo en que la máquina se convierte en una metáfora de los impulsos humanos y su determinación en hacer lo mejor para la niña de la que se ocupa, lo que la hace parecerse bastante a una madre humana, porque los padres son como máquinas programadas para cuidar a sus hijos”.

Para Ishiguro, en el planteamiento de su novela, una narración con tintes de ciencia ficción, el objetivo era elaborar una parábola sobre el desarrollo tecnológico del mundo actual e incidir en la idea de que “no es inevitable convertirnos en una sociedad tecnológicamente más avanzada y a la vez menos empática, aunque en la práctica se dé esa tendencia, porque el modelo de negocio de las grandes empresas tecnológicas no favorece al bienestar de los seres humanos y crea muchas desigualdades, ya que hay un desajuste entre el interés de la sociedad y el de sus grandes empresas. Y necesitamos que ambas se alineen”.

Otro de los puntales sobre los que Ishiguro ha construido Klara y el sol descansa en la pregunta de si es posible sustituir a un ser querido cuando muere, una pregunta, sostiene, “que nadie se hubiera planteado hace algunos años, cuando una desaparición era para siempre, algo devastador. Aquí, no obstante, planteo la posibilidad de que alguien muera y una inteligencia artificial pueda reemplazarlo, porque me interesa ver cómo las emociones humanas, las familias y el amor, resultan afectados por este pensamiento, aunque creo que los seres humanos siempre van a necesitar otros seres humanos”.

Ishiguro también aborda el asunto de la obsolescencia, cuando algo o alguien deja de usarse o de tener utilidad, si bien para el escritor utilizar esa palabra refiriéndonos a las personas quizá sea demasiado fuerte, “pero cada generación de seres humanos”, considera, “debe dejar paso a la siguiente. De pequeño me gustaban las películas de Yasujiro Ozu, que cuentan cómo una generación se sacrifica por el bien de las venideras y tras haber hecho un buen trabajo, se dan cuenta de que deben dar un paso atrás, todo lo contrario a lo que se ve en los westerns crepusculares de Sam Peckinpah o John Ford, con esos viejos pistoleros que siguen estando ahí cuando su momento ha pasado. Y es que la vida es corta, y si cometes un error grave no tienes mucho tiempo para recuperarte, pero a veces simplemente hay que aceptarlo. En ese sentido, Klara es como una persona mayor que ha cumplido y ya no la necesitan más aquellos que tanto la necesitaban. Y esta es una idea emocionalmente muy profunda que está no solo en este libro, sino en toda mi obra”.

Precisamente respecto a su obra en conjunto, Ishiguro expone que cada libro suyo es una especie de reinvención, al modo en que lo hacía Stanley Kubrick, un creador que ha sido modélico para él. O Bob Dylan, quien, observó, “cambiaba de estilo a menudo, lo que sus seguidores recibían con hostilidad. Sin embargo, yo quería ser eso, alguien que salta de lo acústico a lo eléctrico. En el caso de mis libros, en los primeros el mundo era estable y la historia ponía el acento en las debilidades y fracasos de la naturaleza humana de los personajes. Pero, desde Nunca me abandones (2005), el trasfondo es distópico, y en un primer plano aparece una idea más optimista sobre los seres humanos”.

Esos cambios que han tenido lugar en su obra, también lo ha experimentado en su perspectiva del mundo actual, ya que hubo un tiempo en que Ishiguro creía que tras la Segunda Guerra Mundial todo iría en la buena dirección. “Asumí de modo inconsciente que eso iba a ser así siempre. Y al final de la Guerra Fría, en 1989, pensé que el sistema liberal democrático era el único válido, pero ahora no tengo la misma certeza. Yo creía que los supermercados de las democracias liberales eran los mejores y que por eso eran tan convincentes. Sin embargo, hoy es posible que algunas sociedades autoritarias tengan herramientas que estén haciendo difícil a las democracias competir con ellas, porque los autoritarismos pueden tomar decisiones económicas centralizadas y aplicarlas a todos los ciudadanos. Así que tenemos enormes desafíos, como el desempleo masivo, ya que la inteligencia artificial elimina la mayoría de los empleos que conocemos. Y en mi novela la gente ya no es sólo desempleada, sino posempleada, lo que significa que la idea capitalista del trabajo ha desaparecido”.

Ishiguro matiza esa preocupación con la esperanza de que los jóvenes autores, a quienes sigue de forma constante, pongan voz a este mundo nuevo, ya que cada uno de nosotros, agrega, es producto necesariamente de su edad. 

“Por ejemplo, los jóvenes han destruido nuestras etiquetas, esa idea de lo que son los géneros, en donde por un lado hay literatura seria y por el otro el thriller, la ciencia ficción o lo juvenil. Pero ellos lo han fusionado todo, tanto lo literario como lo popular, y lo han hecho bien. Por eso en mi discurso de recepción del Premio Nobel animé a las jóvenes generaciones a plantear nuevas ideas con el humanismo en su centro, porque las viejas ideas ya no son suficientes. Y en el terreno de la literatura, el estilo serio, canónico, se tendrá que romper o fusionar, la literatura deberá mezclarse con el cine, el cómic o lo audiovisual, son tiempos para una apertura total a otros formatos”.

Por último, Ishiguro menciona que concluyó Klara y el sol antes de que comenzara la pandemia de covid-19, por lo que si hay ecos de la actualidad, es pura coincidencia. “Lo cierto es que hay en este momento millones de personas en estado de shock y duelo porque han perdido a un ser querido. Vivimos un nivel de fallecimientos que sólo podemos encontrar en períodos de guerra. En el Reino Unido ya hemos duplicado la cifra de muertes de civiles de la Segunda Guerra Mundial. Y en Estados Unidos ya han muerto más personas que en las dos guerras mundiales y la de Vietnam juntas. Entonces, lo que nos debe preocupar no son los cambios en la vida laboral, sino la enorme angustia, rabia y dolor de tantas pérdidas. Del futuro apenas veo entre una especie de neblina, y hago como Klara: intento ver luces entre los rayos de sol”.

ÁSS

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