El cobarde del condado

Toscanadas | Nuestros columnistas

En la literatura del siglo diecinueve existen registros de bofetadas, que operaban como prólogo para retar a un duelo.

'El Código de Honor', un duelo en el Bois De Boulogne, cerca de París, grabado de Godefroy Durand, 1875.
David Toscana
Ciudad de México /

Tengo la gran fortuna de padecer el síndrome de Goldberg-Bach, por lo que no me comunico con las imágenes en movimiento, y así el cine es para mí tan interesante como aquellas barras que aparecían en los televisores para ajustar el color. Por lo mismo, los dos eventos más sosos del año me parecen Le concours annuel de toilettage de chiens pékinois y la ceremonia de entrega de los óscares.

Y así como quizás usted no sepa cómo se llama el perrito mejor peinado, yo no estoy enterado de quiénes ganan los óscares. Pero leyendo prensa me resultó imposible no enterarme de que uno de los participantes le dio una bofetada a otro por burlarse de la mujer.

Ni veo cine, ni tengo televisión, ni llevo contacto con redes sociales, en cambio soy lector de clásicos; en consecuencia me mantengo en un cosmos al que le cuesta trabajo relacionarse con el presente.

Quizás por eso, lo primero que pensé fue: “¿Bofetada? ¿No se dan los hombres puñetazos?”. Eso se aprendía desde niño. Si anda uno de bocasuelta le rompen la boca. Si no hay derecho de partirle el hocico a alguien, entonces campean los hocicones.

El automovilista goza de tradición de insultador porque tiene el anonimato del coche y la posibilidad de fuga. En cambio el peatón insultador sabe a qué atenerse.

Hace tiempo en Nuevo Laredo, fui con un amigo a la lucha libre. El amigo llevaba buen rato injuriando a cierto luchador, hasta que éste pidió un receso al réferi. Bajó del cuadrilátero, fue adonde mi amigo y le atizó un buen derechazo. No menciono el nombre del luchador, pues aquello que celebró todo el público, hoy sería motivo de censura. Mi amigo en ningún momento se sintió víctima. “Me lo gané a pulso”, dijo. Y terminamos de ver la lucha.

En la novela del siglo diecinueve, sí operaba la bofetada, pero como prólogo para retar a un duelo. Turguéniev, que fue retado a duelo por el mismo Tolstói, tiene varios de estos desafíos en sus novelas. Lo mismo Pushkin, que terminó muerto en un duelo por la honra de su amada. Duelos aparecen en Tolstói, Chéjov, Kuprin, Lermontov, Artisibáchev. También abundan en la literatura francesa, además de otras letras europeas. Y ni se diga de las aventuras de capa y espada, sobre todo en España. La lista es larga.

Si el cine y los cineastas y los espectadores de cine quieren ese mundo guango, con su pan se lo coman. La pena es que películas y series, junto con la propia industria del cine, son los tutores de nuestros días, y sus olas han llegado a la literatura. Por eso, antes que una novela viril que nos dé puñetazos, la mayor parte de los pocos lectores contemporáneos optan por esas novelitas rebajadas con agua y dos terrones de azúcar que, según dicen, nos hacen mejores personas.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.