Todo es incierto. Nada es imposible. En el balotaje del 7 de julio en Francia puede que la ultraderecha arrase con todo, pero todavía no se sabe. Trump es favorito para las elecciones en Estados Unidos, pero algunos todavía pensamos que cualquier cosa puede pasar. El 28 de julio son las elecciones en Venezuela y es posible que el dictadorzuelo de ese país siga siéndolo pero quizá (esperemos) no. El mundo parece abocado a una guerra política y social, con bandos de países enfrentados. Varios de ellos tienen armas nucleares. ¿Podemos adivinar en qué acabará todo eso? La incertidumbre tiene mala fama con razón (no pueden hacerse proyectos a largo plazo). No solo es una certeza sino también una sensación. Hay que dedicarse a lo de cada uno y buscar algo parecido a una fe.
En el ámbito privado ocurre lo mismo. Proyectamos hacer algo en lo que se nos va la vida. ¿Saldrá bien? Cuidamos nuestra salud y nos sometemos a dietas y ejercicios. ¿Alguien puede decirnos cuánto tiempo viviremos?
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Algunos dicen que sí. Hace poco un grupo de investigadores de la Universidad de Copenhague ha creado un algoritmo que puede ayudarnos a saberlo. Se llama “life2vec” y trabaja con un sistema parecido al de la inteligencia artificial. Con base en una serie de datos biológicos y médicos de cada persona, el algoritmo nos puede pronosticar la fecha aproximada de nuestro fin. La posibilidad de acierto se calcula en un setenta y ocho por ciento. El algoritmo es conocido como “la calculadora de la muerte”.
La doctora Lehman, profesora de la universidad, ha anunciado que el algoritmo todavía no está disponible para el gran público. Me imagino los lemas publicitarios cuando ocurra. “Sepa cuándo se muere a un precio módico. Ofertas de preventa. Que no se le pase la fecha”. Hay que recordar que, según un mito clásico, ignorar el día de nuestra muerte es un regalo de los dioses.
Y, sin embargo, queremos combatir la incertidumbre. Siempre quisimos adivinar el futuro aunque fuera inútil. La desgracia de Casandra, la hija de los reyes Hécuba y Príamo, fue poder predecir lo que iba a ocurrir. Pero estaba condenada a que nadie le creyera. Los adivinos, por otro lado, tienen un largo recorrido en la historia. Cicerón afirmaba que venían de los pueblos de Etruria que convirtieron Roma en una gran metrópoli. Pero han existido en todas las culturas. Las gitanas leían la mano; en el mundo andino se echan las hojas de coca. En distintas épocas y lugares siempre hemos querido saber lo que va a ocurrir.
Y, sin embargo, también preferimos el suspenso que puede llevar a la sorpresa. Quienes escriben novelas y telenovelas saben que deben prolongar la intriga. Es lo que nos induce a hacer el viaje con los protagonistas. Vivimos de la intriga y de la curiosidad y por eso la incertidumbre puede ser una condena pero también un anhelo. En sus Meditaciones, Marco Aurelio recomendaba vivir cada día como si fuera el último. Aunque eso parece una exageración, es útil la frase que sigue: “nunca perturbados, nunca apáticos”.
AQ