En el número 661 de Cahiers du Cinéma, Yann Gonzalez expresó su decepción por el cine francés, que, a decir del director, es moralista y carente de “locura, lirismo y alteridad”. Gonzalez no parece ver que cada dos o tres meses se produce en Francia una ficción de explotación que normaliza toda clase de comportamiento sexual y exalta el uso de drogas y la violencia. Elle, de 2016, por ejemplo, pretende que una violación sea cómica. Por su parte, Alain Guiraudie presenta sexo explícito en El desconocido del lago y en 2016 filmó Animal vertical, que contiene una secuencia en la que un hombre sodomiza a un viejito de carnes caídas. Lo moralino no lo veo por ninguna parte.
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Pues bien, Yann Gonzalez está por estrenar en México La daga en el corazón, que se filmó en el contexto del homenaje a Dario Argento con motivo del remake de Suspiria. La daga en el corazón no está mal aunque evidencia que si hay alguien moralizante es Gonzalez mismo, pues pretende que la prostitución y la pornografía sean políticamente correctas. Y puede que lo sean, pero pontificar a favor de ellas resulta hoy tan obvio como pontificar en contra de ellas. Defender como válida cualquier opción sexual es hoy parte de una “vanguardia” que se ha convertido en pensamiento hegemónico. La paradoja que implica el hecho de que la ruptura se haya vuelto tradición es algo señalado desde 1985 por Octavio Paz en Los hijos del limo.
La daga en el corazón cuenta el extravagante enfrentamiento entre un asesino enmascarado y una directora de cine porno gay inspirada en Anne-Marie Tensi, quien en la vida real llevó “el arte de la pornografía” a su edad de oro. Los títulos de algunas de sus películas son sugerentes: El asesino homosexual, Homosatisfacción y Nalgas de fuego.
La daga en el corazón es una parodia de estas películas porno. Es un pastiche, pues, aunque visualmente muy bien logrado. Pero que la película sea bonita no la vuelve contestataria por más que el director parezca estar diciendo que en Francia el único revolucionario es él. Y sin embargo es tan notoria la influencia de autores como Friedkin, Argento y Almodóvar que resulta muy obvio. Y lo obvio, claro, es poco revolucionario.
Por su contenido gay, por la violencia propia del cine de explotación y por uno o dos valores estrictamente fílmicos (la actuación de Vanessa Paradis, por ejemplo), La daga en el corazón tiene asegurado un sitio en el cine de culto. Seguro que no dejará de proyectarse en toda clase de festivales “alternativos”. Son tantos que resulta lo más convencional del arte moderno. Y es que los amantes del cult esperan que se sigan a la letra diversos lugares comunes. ¿O habrá quien piense que un slasher prácticamente calcado de la serie Halloween es original?
Ahora, como muestra de lo que es el cine posmoderno sí que vale la pena ver y discutir los valores estéticos de Una daga en el corazón, atender a la entronización de esta moral en que el único amor verdadero tiene lugar durante el efímero instante de un orgasmo. Por otra parte, la película resulta significativa para el arte mexicano: fue producida en parte con dinero de este país gracias al estímulo 189 del Eficine. Y a mí me parece muy válido que se apoyen esta clase de proyectos e incluso que un cine que necesita de tanto apoyo como el nuestro parezca hallarse en condiciones de fomentar a artistas franceses. Aun así la moralidad de todos estos hechos es algo que es necesario discutir.
ÁSS