El 12 de mayo de 1924 nació en Nicaragua Clara Isabel Alegría Vides, pero desde antes que cumpliera un año, pasó a vivir a Santa Ana, El Salvador, lugar de origen de su madre. A lo largo de su primera infancia y adolescencia, su casa era frecuentada por personalidades literarias como Miguel Ángel Asturias y José Vasconcelos, quien la bautizó como Claribel Alegría y en 1948 escribió en el prólogo de su primer poemario: “Claribel Alegría procede de uno de esos vergeles centroamericanos en donde igual que las flores exuberantes del trópico, se dan corazones ardientes iluminados por la flama del espíritu”.
La vasta trayectoria de esta poeta, tan nicaragüense como salvadoreña, es recordada a cien años de su natalicio, y la cariñosa apuesta que hiciera Vasconcelos en su momento fue cumplida cabalmente no sólo con una intensa exuberancia, sino con la emotividad ardiente de su espíritu.
Imposible en un apunte hacer justicia a toda la obra de Claribel Alegría.
En todo caso, me he planteado un recorrido a través de su vida y obra poética, una obra que revela esos espacios vitales de juventud y que se extienden hasta su muerte, a los 93 años.
Poemas intimistas, líricos, o de corte narrativo para dar cuenta de lo que sucede en el mundo; marcados por la brevedad o el largo aliento; para hacer este recorrido me propuse regresar a ciertas instancias y destacar lo que me pareció más representativo.
Entre los 20 y 30 años Claribel Alegría viaja a Estados Unidos y se gradúa en Filosofía y Letras en la Universidad de Washington. Ahí conoce al Nobel Juan Ramón Jiménez y también lleva una relación con el que será su marido y entrañable colaborador literario: Darwin J. Flakoll (“Bud”). Desde su primer poemario, Anillo de silencio, con veinticuatro años, Claribel Alegría se define por una poesía sensiblemente humana, una vocación de servicio que busca hermanarse con aquellos que han sido acorralados por un destino adverso:
Déjame entrar*
Déjame entrar en tu dolor,
no romperé el silencio.
Llevaré rosas frescas que lo aromen
y mi amor como una lámpara.
Para tu cielo oscuro
guardo fuego de estrellas,
pájaros encendidos
y reinos de nubes blancas.
Déjame entrar;
esperaré que me abras.
Estoy sola en la sombra
y la ronda del viento muerde.
Entre los 30 y hasta los 40 años la poeta consolida su vida familiar, y junto al quehacer de madre en la educación de sus cuatro hijos, continúa publicando, acorde a las vicisitudes de la época. En Huésped de mi tiempo (1960) es obvio que está pasando de los espacios íntimos a los públicos, incluso el discurso se vuelve más narrativo; son los tiempos de la guerra de Vietnam, y quizá se refiera a ésta en su poema “Mi vecindario”:
Es como si de pronto
hubiese puesto el pie
sobre un alambre de tensión muy alta.
Como si mil agujas me picasen la piel.
Temo a las gentes
que no han sentido nunca un choque
eléctrico,
que no han caído en un pozo de agua fría.
Debiera tenerles piedad,
pero les temo.
Me recuerdan la muerte.
Vivo en un vecindario de muertos.
Las flores,
las hojas,
el viento,
luchan contra ellos.
La muerte cuelga como el humo
y cubre mi vecindario.
Todos los días
converso con los muertos.
Con los muertos de ojos vacíos
y ademanes indecisos.
Sufro el contagio a veces.
He visto morir a mis amigos.
Les he hablado después.
He ido a sus casas
y he bebido el té con ellos.
Pero es distinto ahora.
Un fragmento de nube
divide el cielo azul.
La gaviota ha caído
con su triunfante grito
al siempre mar de siempre
recién nacido, tibio.
Me ha vuelto a quemar
la vida
y llevo su relámpago en los ojos.
Al cruzar los 40 y al encausarse rumbo a los 50 años, se consolida la publicación de dos poemarios: Vía única (1965) y Pagaré a cobrar y otros poemas (1972); de este libro quedan registros de la residencia de Claribel Alegría en Europa, más precisamente en Deyá (Mallorca) un lugar emblemático donde también habría de relacionarse con personalidades como Robert Graves y Julio Cortázar.
En el libro predominan los vientos encontrados, por ejemplo, el sentimiento de vivir en un edén: “Mi paraíso de Mallorca”, pero también la sensible pérdida de su hijo en la “Elegía a Duncan”. Transcribo unos versos, que aún en su brevedad, reúnen y conjuntan estos dos contrastes afectivos y emocionales:
Florecen los almendros
Florecen los almendros
en Mallorca
y no estás para verlos.
De mi balcón anoche
los vi fosforecer.
Te llamé por tu nombre,
conjuré tu fantasma,
te perfilé de pétalos caídos
y una ráfaga de aire
te rasgó.
Entre los 50 y 60 años recibe la distinción del Premio de Poesía Casa de las Américas, Cuba, por su poemario Sobrevivo (1978). De estas páginas sobresale un largo poema dedicado al poeta y revolucionario salvadoreño Roque Dalton, que fuera asesinado en su país sin más referencias que noticias vagas “y envolvieron tu muerte en la neblina”. En contraste a este poema de aliento largo que se extiende en los recuerdos de Claribel Alegría, hay también unos versos que se restringen entre la desolación y la esperanza:
Soñé
que era un ala
desperté
con el tirón
de mis raíces.
…
Sobrevivo.
Alegrovosamente
sobrevivo.
De los 60 a los 70 años quisiera destacar un ars poética donde la escritora asume el oficio como un cuervo, ave que para los entendidos de la simbología podría referenciar al mensajero de la noche, la noche maternal y primigenia de las fuerzas espirituales. El libro Variaciones en clave de mí fue publicado en 1993; el poema tiene la misma línea aquella que ve en el paso del tiempo los despojos de una batalla, batalla que a pesar de la tribulación sigue fiel a entrever en el oficio, la tierra prometida:
Yo,
poeta de oficio,
condenada tantas veces
a ser cuervo
jamás me cambiaría
por la Venus de Milo:
mientras reina en el Louvre
y se muere de tedio
y junta polvo.
Yo descubro el sol
todos los días
y entre valles
volcanes
y despojos de guerra
avizoro la tierra prometida.
En la década que va de los 70 a los 80 años de vida, la poeta enfrenta la muerte de su compañero (“Bud” fallece en 1995) y con ello se dispara un largo periodo de duelo que traerán para Claribel Alegría graves momentos de zozobra. De su libro Saudade (2000), este poema que lleva también por título ese apesadumbrado nombre:
Saudade
Quisiera creer
que te veré otra vez
que nuestro amor
florecerá de nuevo
quizá seas un átomo de luz
quizá apenas existan tus cenizas
quizá vuelvas
y yo seré cenizas
un átomo de luz
o estaré lejana.
No volverá a repetirse
nuestro amor.
Y de Soltando amarras, que es ya un intento desesperado de volver a la vida cargando aún la ausencia del ser querido, estos versos que aun en su brevedad pesan a la hora de la decisión:
Debo soltarte
A ti también
debo soltarte
descargarte del peso
de mi duelo
dejarte al fin a solas
con tu arcano.
De los 80 a los 90 años, con una actitud entusiasta a toda prueba, Claribel Alegría sigue publicando. Tanto en Otredad (2010) como en Mitos y delitos (2008), la poeta regresa a las referencias míticas o a personajes emblemáticos de la cultura greco-romana o judeocristiana. De este último libro elegí el poema “Clamor de Gaia”, porque en este se hace evidente que como nuestro planeta, como la Tierra, la poeta es también “guardiana de la vida”:
Nací del parpadeo
de la luz
me escoltaba la lluvia
y brotaron del caos
los volcanes
los árboles
los ríos
y corrieron los ríos
y surgieron los lagos
y los mares
y yo bailé desnuda
entre las olas.
El viento
un viento norte
me envolvió
fui poseída por el viento
y engendré gigantes
de cien manos
y cíclopes
y dioses.
Soy guardiana de la vida
y de la muerte
todos mis hijos
vuelven hacia mí
los llamo
los conjuro
los escondo en mi seno
me nutro de sus huesos
y reviven.
Yo soy la madre tierra
la madre tierra oscura
conservo la inocencia
que tenía al nacer
y miro al universo con asombro.
Escucho al universo
día y noche lo escucho
y renace mi amor.
Lo amo en el relámpago
en el sol
en las galaxias
en cada piedra muda
en cada vuelo.
A sus 93 años, al otorgársele en el 2017 el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, se le hace justicia a una trayectoria que no solo fue visible en el ámbito poético, sino también en otros géneros literarios, entre ellos el ensayo histórico social.
Concluyo con su poema “Testamento”, dedicado expresamente a sus hijos pero que igual es un obsequia a todos los que la leemos; los versos son a todas luces una invitación a subir a las instancias más altas de la vida:
Les dejo
una escalera
tambaleante
inconclusa
tiene peldaños rotos
otros están podridos
y más de alguno
entero.
Repárenla
elévenla
suban por ella
suban
hasta tocar
la luz.
*Este y los demás poemas citados proceden del libro Pasos inciertos (Colección Visor de Poesía, 2015).
AQ