La escalera

Ficción

La zozobra, el miedo paulatino, la atmósfera opresiva caracterizan el primer relato del antólogo de ‘A viva voz. Conferencias culturales de Carlos Fuentes’ y colaborador, entre otros medios, de ‘Laberinto’.

" Logré estar en otro escalón. ¿Retrocedí o avance? Ya no sabía". (Ilustración: Simón Serrano)
Jovany Hurtado García
Ciudad de México /

Cuenta hasta el escalón trece, —eso me dijo aquel hombre— después encontrarás a tu mano izquierda el pasillo que conduce a la puerta de la señora que renta el departamento.

Yo era un joven delgado, piel apiñonada, cabello bien peinado hacía atrás; camisa de vestir azul y pantalón caqui que siguió las instrucciones que le dio el viejo conserje que tenía un bigote bien arreglado; su piel era de un tono amarillo, parecida a un viejo libro; su aroma era el de un objeto guardado por años.

Aquella mujer me daría informes del departamento.

     —Tiene que hablarle fuerte al oído izquierdo, es el que le funciona. Es una mujer muy grande, el 13 de febrero cumplió 113 años, imagínese que nació en 1913, es una de las hijas de la Revolución —me comentó aquel hombre.

Me sorprendió no tanto la edad de aquella mujer, si no el hecho de que aún tuviera la capacidad de llevar su casa. A esa edad cómo era posible que pudiera ser consciente de sus actos. Si ya no escuchaba bien, seguro tampoco hablaba con fuerza y muy probablemente se le olvidaban las cosas. No se negaría a rentarme. Quizá lograría que lo hiciera más barato, me aprovecharía de su condición para hacer un trato que me conviniera a mí…

Guardé silencio al caminar por el patio rumbo a esas largas escaleras que estaban unidas a pasillos; parecían infinitas. La casa era muy blanca, todo relucía de limpio. Daba la impresión, por la soledad, de que nadie vivía ahí, solo escuchaba aquel sonido, ese relinchido de caballos. ¿De dónde provenía? ¿Era posible que en la ciudad alguien tuviera establos?

No sabía porque prolongaba mi entrada a aquellas escaleras. Todo era blanco. Solo había una ventana sin cortinas. Me le quedé mirando para ver si encontraba algo que fuera diferente a la paz y soledad del lugar. Nada, solo blancura. Di un paso más y de reojo pude observar una sombra que pasaba rápido detrás de aquella ventana. Regresé mi vista para encontrar qué era. No había nada, solo silencio. Quizá mi imaginación creó todo para calmar la ansiedad que me empezaba a generar ese lugar.

Subir la escalera; ya no podía prolongar el momento.

Otra vez ese relinchido… ese ruido fuerte que se propagaba como un eco ensordecedor… Dar el primer paso de los trece para encontrar a la mujer de más de un siglo… coloqué mis pies sobre el primer escalón y de pronto la luz se fue, el techo abierto se cubrió de hierbas secas, veía telarañas por doquier… y ese ruido ya era imparable… regresar era lo mejor, salir de esto ahora que podía… di el paso de regreso y estaba en el segundo escalón… ¿Qué me estaba sucediendo?... grité y mi eco fue el relinchido de un caballo…

Regresar. Solo tenía que hacer eso, no era nada complicado. Pero, cómo hacerlo sin avanzar un paso más. Tenía una idea. Dar un salto al patio y salir corriendo. Contaría hasta tres y luego saltaría… uno… dos… tres… y había avanzado al escalón seis, donde esa oscuridad se completó con el relinchido de un animal desbocado, con unas pezuñas que golpeaban con fuerza y levantaban un polvo caliente que cubría mi cara y se metía por mis narices, olor quemante que hacía arder mis pulmones, ¿qué era eso?… Azufre…

Respirar… Respirar… necesitaba aire, me ahogaba en ese lugar donde ya no sabía si yo existía o era una simple alucinación de mi mente, todo estaba cubierto de una tolvanera. Desesperado, se me ocurrió avanzar, regresar no servía. Con dificultad, como si tuviera hierros amarrados a mis tobillos, di el paso hacia adelante, sacando fuerza de donde podía. Impulsándome con mis brazos para proseguir. Logré estar en otro escalón. ¿Retrocedí o avance? Ya no sabía. Me sentía exhausto de aquel paso. Cerré los ojos con la ilusión de al abrirlos despertar de la pesadilla y cuando lo hice el humo se había disipado, podía mirar hacia abajo y ver que el patio quedaba tan lejos de mí que apenas lo conseguía observar, era tan diminuto. Conté los escalones y estaba en el siete… Di otro paso sin dificultad. Y me esperé a que algo sucediera. Siguió la calma. Avancé hasta el peldaño doce. Sentí miedo, aquella sensación recorrió mi piel y me la puso de gallina. ¿Hasta dónde me había llevado aquella escalera? Veía el trece tan cerca, pero qué sucedería al llegar ahí…

Tomé valor y di el paso. Estaba en el trece… escalón trece y ahí se encontraba el primer pasillo… hacía la izquierda… seguí las instrucciones… caminé lentamente… perdida mi vista en la simetría de las losetas de distintos colores… las fui contando… hasta llegar al trece y toparme con otro escalón… cuando coloqué mis pies sobre él, miré que había caminado sobre el mismo patio y que estaba en la misma escalera… qué lugar era ese… ¿era otro patio idéntico?

Avancé y nada sucedió. Otra vez trece… hacía dónde debía de girar… izquierda, parecía que escuchaba la voz de aquel anciano… lo hice y ahí estaban las mismas losetas y un largo pasillo… no volteé hacia abajo… miraba hacía enfrente, no parecía haber indicios de alguna puerta… apareció de nuevo el relinchido… gritos de mujeres y una ráfaga de pistolas que me hizo tirarme en el piso… observaba como las balas rebotaban sobre el concreto y todo se cubría de polvo… eran tantas que sentía que alguna me había atravesado… estaba tirado con las manos sobre la cabeza para evitar que una me alcanzará… ¿a dónde había llegado?... volvió el silencio… me incorporé y me di cuenta de que estaba ileso…

Seguí mi camino jurándome regresar a la salida. Cuando vi que frente a mi estaba una vieja puerta de madera. Toqué con fuerza. No tuve respuesta. Estaba tan desesperado, que la agarré a patadas, solo quería salir de ahí. No pedía más. La madera estaba podrida, rápido se abrió. Me sorprendió lo que había adentro… un pequeño cuarto… dos fotos junto a un sillón. Apestaba a humedad. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que el dueño de aquel sillón lo uso? No había salida… trece… izquierda… el relinchido del caballo… pólvora… gritos… sangre… ¡sí! sangre embarrada en las paredes con dedos… una huella de sangre cubría uno de los retratos, tapándole la cara… en el otro una mujer… joven… hermosa… ojos hipnotizantes… parecía una mujer de mi tiempo, pero el blanco y negro del papel la ubicaba en su momento…

     —¿Hay alguien?… vengo a ver lo del departamento que rentan —yo no hablaba, gritaba. No tuve respuesta.

A dónde había llegado… En mi mente solo vivían los ruidos de aquel caballo que no dejaba de relinchar y de golpear con sus pezuñas la pared… ¿Cuál pared?... Se escuchaba tan cerca que parecía que en cualquier momento atravesaría el adobe y me mataría de la fuerza con que saldría desbocado… En mi nariz estaba el aroma a azufre… Sentía cómo me irritaba las vías respiratorias… Estaba a punto de caer desmayado… Me senté en aquel sillón, a pesar de ser viejo era bastante cómodo… respiré hondo sin cerrar los ojos, tenía miedo de abrirlos y estar en otro lugar… Respiré lo más que pude… Tenía que volver… ¿Adónde?

El calor que se sentía, en ese lugar, era como si estuviera en el infierno, después de que la puerta se cerró de un azotón… No había viento… Me paré a tratar de abrirla… Estaba sellada… Me resigné después de un tiempo y me senté de nueva cuenta en el viejo sillón… no sé de dónde provenía la luz que no me dejaba en la oscuridad… No había ventanas… Me asfixiaba… Miré la foto de aquella mujer sin poder dejar de contemplar sus ojos, parecía que me observaban, estaban vivos, los vi cerrarse, los vi hacerme un guiño… Dejé el retrato en su lugar… Y tomé el otro… Con un poco de saliva quité la marca de sangre que se resistía a desaparecer… Siempre trece… A la izquierda… Escuché la voz de aquel anciano, no entendía por qué no había venido a buscarme…

Era él quien estaba en la foto… el mismo viejo sin los años y las arrugas… Traía su uniforme de soldado… Cargaba un rifle y me miraba con fuerza… Siempre trece, me dijo… Aventé el retrato cuando la puerta se abrió… Era ella… La mujer de la imagen…

     —Has venido —gritó con alegría. Busqué si había alguien más en la habitación, solo estaba yo— ¡dime que ya terminó la guerra! ¿Te quedarás conmigo para siempre?

Silencio… pólvora… azufre… relinchido de caballo… mi mano llena de sangre… Me escurría de la punta del dedo con que había quitado la marca del retrato… Sangre, mucha sangre… Manchaba mi ropa… También mi bigote… ¡Yo era lampiño!... Mi cara al tocármela estaba arrugada… la sangre estaba alrededor de mí… Ella me miraba…

     —Lo mataste, miserable… Jamás te dejaré salir… Jamás…

Su voz se adelgazaba mientras se marchaba a lo largo del pasillo… Me levantaría corriendo para salir… Las piernas ya no me respondían… La sangre había cubierto las arrugas de mi mano… Pólvora… Azufre… Esos ojos que estaban clavados en mi memoria… Los relinchidos… La sangre se había borrado… Escuché la puerta, tenía que abrirla, seguro alguien venía a ver el departamento 13 que está en renta…

AQ

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