La felicidad de ser libre

Toscanadas | Nuestros columnistas

Después de décadas de represión y autoritarismo, los pueblos salieron a las calles, felices de haberles dicho no a sus dictadores.

Caída del muro de Berlín. (Archivo)
David Toscana
Ciudad de México /

En cada final de campeonato de futbol, sea nacional, internacional o mundial, aparecen por las calles los aficionados del equipo ganador celebrando su felicidad. Hay otras escenas de júbilo mucho más duraderas que un efímero campeonato. Muchas de ellas ocurrieron entre la segunda mitad de 1989 y 1991.

En Polonia, el pueblo en masa obligó al gobierno comunista a convocar elecciones. Y el 4 de junio, los candidatos de Solidaridad barrieron con los del partido oficial, obteniendo así el primer gobierno democrático de la Europa Oriental y sacándose de encima a la despreciable Unión Soviética. Aún ahora veo las escenas de entusiasmo y me brotan lágrimas. ¡Qué bella es la libertad!

Hungría no se quedó atrás. Las multitudes en las calles, el recuerdo de la insurrección que sangrientamente habían reprimido los soviéticos vía Nikita Krushchev en 1956, y la palabra que se pronunciaba una y otra vez: libertad, libertad, acabó por desmoronar cualquier voluntad autoritaria del partido comunista. Budapest era una fiesta.

Los húngaros arrancaron la cortina de alambre de púas que bloqueaba la frontera con Austria, su único vecino democrático, y los alemanes orientales dijeron “patas pa que son” y se encaminaron a su otra media naranja occidental y democrática por la ruta Hungría-Austria. Grandes escenas de júbilo se dieron cuando estos alemanes escucharon por la televisión que eran libres de transitar hacia la libertad.

Llegaron también las escenas más mediáticas de la libertad: el derribo del muro de Berlín. ¡Ah, qué días tan felices!

Se sumaron los checoslovacos por millones. Los comunistas no tuvieron alternativa. Renunciaron al gobierno. ¡Y qué celebración tan maravillosa se vivió en las calles!

Bulgaria y más países mandaron al diablo a los soviéticos. Incluyendo algunas de sus repúblicas, comenzando por Lituania, Letonia y Estonia. En Rumania, necio como sólo los dictadores saben serlo, Ceauşescu, se amachó en su silla. Lo que debió ser pacífico tuvo que ser violento. Y así Ceaușescu terminó como un ridículo cadáver y un despreciable personaje en la historia. ¡Feliz Navidad!

Ucrania ganó su independencia en 1991. Y cuán grande fue la celebración.

Y mientras todo esto ocurría, ¿dónde continuaban persiguiendo a la oposición y apaleando a los que marchaban en protestas? En Rusia. Ahí donde nunca se aprende nada. Ahí donde nada hay tan escandaloso como las palabras libertad y democracia.

Ceterum censeo Putinum esse delendum.

AQ

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