La familia de la autora de 'Amor armado' llegó a la Ciudad de México en 1960, procedente de Nueva York, a donde ella volvió en 1978 para vivir el ambiente artístico, bohemio y peligroso que imperaba en la ciudad, donde conoció a uno de los personajes más importantes de su vida: la canadiense Suzanne Mallouk, quien se convertiría en la musa de Basquiat.
La llamaba “Minnie Mouse”. Cuando la conocí, Suzanne llevaba un vestido de lunares blancos y negros, y sus grandes ojos marrón verdoso la hacían parecerse al personaje de dibujos animados. Dentro de su cardado y erguido peinado en forma de colmena, sostenido con docenas de horquillas, escondía sus pequeñas bolsas de drogas.
Suzanne dejó su casa en Ontario, Canadá, y compró un boleto de ida a la ciudad de Nueva York. Recalcó “boleto de ida”, como si “boleto de ida” fuera un destino, un lugar en un mapa.
Suzanne y yo íbamos a bailar o a ver bandas en el Mudd Club del Downtown. Nos vestíamos con ropa negra, medias negras y guantes de encaje negro. Eran nuestros atuendos nocturnos de “ven aquí, rétame”.
Más tarde, después de salir de las discotecas, Suzanne y yo cogíamos un taxi hasta los muelles y pescaderías de Fulton en South Street Seaport. En tacones altos paseábamos y mirábamos las barricas y las enormes cubetas llenas de relucientes pescados, cangrejos y calamares. Llegamos a conocer a muchos de los pescadores. Eran gentiles y algunos bromeaban y nos pedían que nos casáramos con ellos.
Poco después de huir de casa en 1980, Suzanne conoció a Jean-Michel Basquiat, que habitaba una banca de piedra en Washington Square Park con una manta de lana azul. Él siempre la apodó “Venus”. Jean-Michel se mudó de la banca al pequeño apartamento de Suzanne en la 1st Street y la Avenue A, donde pintó algunas de sus primeras obras.
Cuando Jean-Michel no volvía a casa por la noche e incluso desaparecía por días, Suzanne pasaba la mayor parte del tiempo buscándolo. Yo la acompañaba, una sombra de amor, a salto de mata de un club a otro. Al encontrar a Jean-Michel en Mr Chow o en Kiev comiendo una gran tortilla de papa con puré de manzana, siempre se alegraba de vernos. Suzanne se sentaba en su regazo y Jean-Michel la alimentaba como a una niña. Alzaba una cuchara y le decía que abriera la boca. Di: “Ahhh”.
Un año después o poco más, cuando Jean-Michel desalojó el apartamento de Suzanne, el piso de madera estaba completamente recubierto con una gruesa capa de sus chorreados, manchas, aerosoles y salpicaduras de pintura. Había barras de aceite endurecidas y crayones derretidos incrustados en la agrietada duela y profundamente en las vetas de la madera.
Cuando Jean-Michel se fue, Suzanne decidió pintar. Tiró casi todo lo que había en su pequeño apartamento ganando espacio para sus materiales de arte y lienzos; solo conservó su cama y la mesa de la cocina con dos sillas. […]
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Cuando Jean-Michel y Suzanne vivieron juntos, él le enseñó sobre el vudú. Como su padre era haitiano, se sentía conectado con las ideas espirituales ancestrales, pero para él era al mismo tiempo una broma y no era una broma. En el cuadro The Guilt of Gold Teeth (La culpa de los dientes de oro), Jean-Michel había retratado al Barón Samedi, el jefe de la familia Gede de Iwa en el vudú haitiano, que acogía a las personas en la muerte y en la resurrección, con sombrero de copa y abrigo largo.
Suzanne había presenciado a Jean-Michel practicar hechizos vudú en el Museo de Arte Moderno rociando agua debajo de obras de Picasso, Van Gogh y Matisse. En sus cuadros Jean-Michel escribía “GOLD” (“ORO”) o “NOT FOR SALE” (“NO SE VENDE”), que eran hechizos vudú, como lo fueron sus obras sobre dinero.
Cuando la relación de Suzanne con Jean-Michel terminó, la pintura se convirtió para ella en una forma de estar cerca de él y la obra de él se espejeaba en la de ella y en sus temas. La pintura era la magia vudú para Suzanne, un modo de hechizar a Jean-Michel para que volviera. […]
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Mientras Suzanne pintaba, yo me sentaba a la mesa de la cocina con un cuaderno y un lápiz. Escribía a mano docenas de historias inventadas para venderlas a revistas de confesiones reales para mujeres. Escribí: “Lo que realmente sucede a puerta cerrada: una criada de Las Vegas cuenta todos sus secretos”, “Encontré el amor en los brazos de una joven estrella de rock”, “La chica que podía ver el mañana”, “Gemela frustrada admite: Mi hermana intentó robarme al hombre que amo” y “No tardé en enamorarme de mi jardinero”. Luego, durante los días de vuelta a mi propio apartamento, en el número 13 de St. Mark’s Place, escribía las historias en mi máquina de escribir eléctrica Olivetti. Tardé solo once días en escribir mis dos novelas románticas, The Labyrinth of Love y Desire Among the Statues (El laberinto del amor y El deseo entre las estatuas), que vendí por 500 dólares cada una. […]
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Poco a poco, al cabo de un año, mientras Suzanne pintaba sus lienzos, sus manchas de pintura roja revuelta cubrieron el piso y se mezclaron con la pintura de Basquiat.
La duela se volvió una paleta de los colores de ella y de los de él.
La pintura verde de ella salpicaba la pintura dorada de él.
La pintura blanca de él desapareció debajo de los rayones amarillos de ella.
El rojo de ella y el azul de él se volvieron violeta.
En aquellos tablones de madera caminé por el paisaje oceánico titulado “El fin del amor”.
AQ