La imagen que popularmente se tiene del escritor francés Gustave Flaubert es la de una persona huraña que se aisló del mundo para vivir en la más estricta intimidad su relación con la escritura, desechando cualquier compromiso que le distrajera y alejara del sacrificio que suponía la composición de textos literarios perfectos. Sin embargo, la primera parte de su vida, la de su formación como escritor, desmiente rotundamente esta visión. La juventud de Flaubert estuvo marcada por la rebeldía romántica y el compromiso con la naturaleza, la historia, el arte y, ante todo, la pasión por la escritura. Desde su infancia Flaubert se sintió destinado a la escritura y al oficio de escritor, por lo que toda su experiencia vital —desde sus viajes a los Pirineos y Córcega (1839), al norte de Italia (1845) y a Bretaña (1847) hasta su vida familiar y personal— se rigieron por su compromiso con ella. En los años de su juventud el mito de Oriente, la fuente de todos los sueños según sus propias palabras, estuvo presente de forma constante en su vida, forjando un compromiso inalterable y formando su identidad como escritor. La ocasión de realizar un viaje largo y completo al soñado Oriente, algo tan temido como deseado, resultó irrechazable. Acompañado de su amigo Maxime Du Camp, Flaubert tuvo la oportunidad de conocer todo aquello con lo que había soñado desde su infancia, desde Egipto, incluyendo un viaje por el Nilo, a Tierra Santa, Constantinopla, la Grecia clásica e Italia, la fuente del arte. Fue un viaje extraordinario, no solo porque se realizó justo en el momento en el que se estaba extinguiendo el viaje romántico, que daría paso al turismo masivo, con todos sus inconvenientes, sino porque fue el que produjo las primeras imágenes fotográficas que se publicaron de Egipto, gracias al intrépido Du Camp, a lo que habría que añadir que fue la experiencia que convirtió a Flaubert en verdadero escritor, dejando una huella definitiva en el resto de su obra. Los dos amigos, protagonistas de esta historia, vieron cómo su vida quedaba marcada para siempre por su experiencia en Oriente. En 1849, al inicio del viaje, Flaubert era un atractivo joven que se sentía profundamente herido en su convicción de convertirse en escritor, ya que la obra que escribió justo antes de partir, La tentación de San Antonio, no había recibido la aprobación de sus amigos. La frustración, el desencanto, la depresión y las dudas, a los que se añadieron sus penosos cambios físicos, que anunciaban la madurez, fueron esfumándose ante el deslumbrante espectáculo de Oriente, un cúmulo extraordinario de experiencias que no hicieron sino reafirmarle en su vocación de escritor. A lo largo de todos sus viajes, pero en especial en su viaje a Oriente, Flaubert mantuvo una actividad literaria constante y de gran calidad. A partir de sus diarios, notas de viaje, cartas y otros documentos variados es posible rastrear su compromiso con la escritura y la confirmación de su enorme talla como escritor. Solo así puede entenderse que nada más regresar a su despacho y refugio de Croisset se concentrara en la escritura de su Viaje a Oriente, que no publicó en vida, y que solo dos meses más tarde empezara a escribir Madame Bovary, una de las cúspides de la historia de la literatura. De esta forma, este ensayo trata de rastrear la decisiva influencia que tuvo el mito de Oriente en la formación de Flaubert como escritor y de demostrar cómo el gran escritor que encontramos en Madame Bovary se gesta en Oriente. Es también un viaje al mundo de los viajeros románticos, que trataron de entenderse a partir de la seducción de una ruina lejana y fantástica, Oriente, un mundo a punto de desaparecer bajo la amenaza del turismo y la dominación europea. Quizá haya pocas cosas más apasionantes que acompañar a Maxime Du Camp y Gustave Flaubert en este fantástico viaje. Para realizar el presente ensayo, el entusiasmo por Flaubert y Du Camp ha sido acompañado por la lectura de una amplia y variada colección de testimonios sobre sus vidas y sobre los viajeros que visitaron Oriente desde finales del siglo XVIII, entre los que es justo destacar dos fuentes fundamentales: la obra Voyage en Orient, en versión en castellano de Menene Gras Balaguer, publicado por la editorial Cátedra, y la edición de sus cartas durante el viaje, traducidas por Ricardo Cano Gaviria, en la editorial Laertes, a las que habría que añadir las memorias de Du Camp tituladas Souvenirs littéraires. Algunos de sus textos iluminan el presente ensayo, lo que permite la experiencia de acompañar, entender y leer directamente a los dos escritores franceses, algo imprescindible para palpar las emociones y sensaciones que conforman su experiencia del viaje. Tras visitar Egipto, Tierra Santa, Constantinopla, Grecia e Italia, tras viajar en barco por el Mediterráneo, en canga sobre el Nilo, tras transitar por el desierto sobre camellos, tras galopar a toda velocidad, cruzar ríos, acantilados, valles y montañas, ver amanecer desde la cúspide de la pirámide de Keops, visitar todos los lugares santos, incluidas las más bellas mezquitas, y los escenarios de las grandes historias clásicas, tras conocer a los beduinos, sufrir un asalto y tener una completa y variada colección de relaciones sexuales, tras haber probado la comida y las costumbres orientales, la seducción de los baños y la mística de los derviches, entre otras muchas experiencias, entre ellas pasar calor, frío, hambre y sed, solo tras haber vivido Oriente, Flaubert supo explorarse a sí mismo y se retiró a su refugio de Croisset a vivir una vida en relación íntima y total con la escritura.
Fragmento publicado con autorización de la editorial Fórcola.
G.O.