La furia contenida en los huesos y los músculos se aviva con metal, esa estridencia sonora que se asimila con el cuerpo. El heavy se queda mientras el vigor por la vida baja y aumenta la depresión y el peso. El metal persiste, no es capaz de envejecer. Y justo ahí, La Armada invencible (Seix Barral. 2022), última novela de Antonio Ortuño, se recrea.
El texto no solo tiene una cinta sonora para el autor, sino que al leerla, se cae en la historia de las canciones a las que pertenecemos. La desazón familiar, de la sociedad apeñuscada en lo cotidiano y en el prejuicio. De eso a lo que los metaleros huyen y avivan las letanías para instigar a esa masa humana unida por la normalidad.
La verosimilitud que alcanza Ortuño es el hilo conductor de una trama bien pensada como el destino mismo, improbable. Así avanza la vida, y esa urgencia de alcanzar ese tono épico del rockstar, que en la mayoría de los casos se apaga con los años ante la frustración de no alcanzar el éxito final, pero se aviva la batalla en las pequeñas luchas por seguir en la música y lo que implica. Ese tono épico de la vida de las estrellas.
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En las novelas de Ortuño siempre hay un hecho centenario al tiempo corriente de los textos que sutilmente cohesiona el argumento y la trama. Una fuerza que viene de un pasado remoto que anuda los destinos de los protagonistas como una suerte de argumento histórico siempre presente, pero poco visible para los personajes que lo habitan. Esa fascinación por leer cada página como si se atravesaran centurias para caer en el hoy, en una sesión de ensayo de una banda de metal.
Ortuño, con un profundo sentido de la realidad, decanta sentencias humanas en medio de lo cotidiano de la supervivencia en la sociedad actual. El metal libera de esa monotonía y los personajes habitan esa emancipación aunque sea por medio de la música. Como muchos lo hacemos en el día a día.
Retrata a profundidad a esos seres humanos que van a cualquier lugar con audífonos antes del contacto con sus congéneres antes de sacrificar en riff de Kirk Hammet, guitarrista emérito de Metallica por unos buenos días.
El metal es una fuerza vital, que al escucharla por primera vez se convierte en un asidero, la compañía rebelde para lidiar con la vida. Desde la nota inicial el aguijón vierte el sonido que aún aviva en la médula. La sensación más pura del género sin escucharlo está en las páginas de la novela. El bajo rasposo como la voz de Lemmy Killmister, en los pasajes para recordar de dónde viene del heavy.
La novela rescató uno de los recuerdos más preciados, cuando escuché por primera vez a Iron Maiden —cuando en el mismo viaje a verlos, luego de vagar por varias bibliotecas encontré la novela recién salida a mercado—, esa sensación de la más alta herejía en los infantiles oídos, esa oscuridad compañera fiel, y que en tantas hojas del libro hay. Los personajes de La Armada Invencible somos una horda disfrazada de profesionistas maltrechos, a veces ni eso, por el sueño de épica vida de los rockstar. Quienes todavía tocamos la guitarra imaginaria o los toms de vacío, literal, vivimos.
No sobra recordar a Cioran y el concepto del éxtasis de la música que al terminar se disipa, pero en la ejecución del metal, la épica viene por delante, por encima de la terrible vida ordinaria, en esa épica habitan todos los personajes de la novela y su destino inquisitivo como el de cualquiera.
No dejo de pensar que los personajes son los protagonistas de tantas canciones que he escuchado desde hace años. La insatisfacción por lo ordinario, por el dejo de los años que se acumulan igual que polvo sobre los instrumentos. Y romper con ese destino ahogado por la monotonía y regresar a ese sonido anidado en los huesos y en la espina dorsal los cantos aguardentosos de la inconformidad.
De La Armada Invencible sorprende ese cuño de experiencia humana cuando los hombres y mujeres, buscan saltar la barandilla de la épica de los rockstars. Ortuño trasmina las páginas hasta el mínimo detalle de la psique de los protagonistas y las circunstancias que ante los ojos del autor parecen únicas.
AQ