La gran música | Parte IV

Ensayo

Desde hace décadas ha habido una “explosión” de diversos arreglos para la música del compositor barroco, entre ellos lo del jazzista francés Jacques Loussier, fundador del trío Play Bach.

Representación del compositor barroco Johann Sebastian Bach. (Ilustración: Simón Serrano)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

Johann Sebastian Bach

En este nuestro extenso recorrido, la figura más preclara de la vasta familia de los Bach representa la cumbre inicial de la creación musical de la humanidad, y ahora veremos si algo pudiéramos hacer ante la descomunal empresa de reseñarla.

Lo primero que se me ocurre es pensar “¿Quién soy yo para ponerme a hablar de Johann Sebastian Bach (1685-1750) como si supiera o tuviera el derecho de hacerlo; como si acaso bastara el millón de veces que he escuchado el Concierto de Brandemburgo #3 —cuando de adolescente casi me lo aprendí de memoria con esos enormes audífonos en el tocadiscos Sony que me regaló mi papá, y que fuera mi gran tesoro por tantos años?”

Pero no, sí es mi deber (y de paso el de usted, amable lector) “entrarle” a Bach, la primera de las “Tres B” de la música (las otras dos son Beethoven y Brahms): ánimo, porque es una aventura extraordinaria.

De Bach se han dicho muchas cosas: que si su música se basa en las matemáticas, que si hay una numerología oculta codificada en las escalas musicales de algunas de sus piezas, que si murió pobre y olvidado... A continuación trataremos de explorar su figura y su legado en forma muy resumida.

Aparte de la católica Francia, en el Sacro Imperio Romano Germánico hubo una buena cantidad de principados autónomos que, entre otras cosas, le daban una importancia desmesurada a la música, y los grandes compositores del barroco se acogieron a esos poderes locales para vivir y trabajar. Adicionalmente, y emanada de la Reforma protestante de Martín Lutero (1483-1546), la poderosa liturgia ortodoxa luterana tenía la misa como centro musical y así sería para los siguientes siglos, de la mano de los diversos compositores de obras utilizadas en las frecuentes prácticas devocionales.

Dentro de ese esquema de “estados imperiales”, Bach sería una figura prominente; ahora reconocido como uno de los mayores compositores de todos los tiempos, con numerosas obras maestras y una gran cantidad de piezas donde fijó estándares que recogían el conocimiento musical anterior a él, o formuló innovaciones que definieron el porvenir de la música del mundo.

En su infancia y adolescencia aprendió a tocar el violín y el órgano, y este último fue siempre su preferido, para el que transcribió muchas obras instrumentales de otros compositores, como vía de aprendizaje y perfeccionamiento técnico. Él mismo contó cómo de niño a escondidas, bajo la luz de la luna durante seis meses reprodujo a mano partituras “prohibidas” que su hermano tenía resguardadas en un mueble. Toda su vida copiaría partituras (propias y de otros compositores), y eso terminó por arruinarle la vista.

Fue integrante del coro de la iglesia, luego violinista y organista en otras, además de músico de cámara. Su padre y su hermano le dieron sus primeras lecciones de música; a los 20 años de edad, durante días caminó 300 Km para llegar a ver a Buxtehude (mencionado en la parte I de esta serie) y fue su alumno durante cuatro meses; más adelante estudió la obra de Albinoni, Corelli y Vivaldi (ver parte II) dentro de su afán por explorar y crecer, además de las constantes revisiones que hacía de sus obras. Se casó dos veces y, extendiendo la dinastía musical de la cual provenía, tuvo nada menos que once hijos y nueve hijas, aunque la mitad murieron pronto. Miope de joven, en su último año se quedó ciego; tampoco le fue bien en su vida porque, sin ser pobre, nunca gozó de una posición privilegiada, desempeñando varios trabajos como músico, maestro y hasta supervisor de la construcción o reparación de los órganos de varias iglesias. Asimismo, se vio obligado a cambiar de lugar de residencia en varias ocasiones por desavenencias con sus empleadores.

Un aspecto fundamental en ese tiempo era la muy extendida instrucción musical impartida en los hogares: “Hasta el aire de la casa era música”, cuenta Anna Magdalena, la segunda esposa de Bach, quien se encargó de la extraordinariamente meticulosa y ardua tarea de copiar a mano muchas de las partituras originales. (La primera esposa era su prima segunda y había sido su estudiante, pero murió cuando él, estando de viaje, tenía 35 años.) Todas las grandes y pequeñas ciudades de la ahora Alemania tenían maestro de capilla y colegios musicales; por ello la proliferación del arte musical no resulta extraña aun con la enorme limitante de que para escuchar música era forzoso estar físicamente presente en donde se interpretaba, o bien descifrar las partituras.

El Concise Oxford Dictionary of Music explica que sus obras se pueden dividir en tres grandes grupos: 1) música para órgano [hace años compré sus obras completas para este instrumento en 20 discos compactos, con un increíble total de 242 piezas diferentes, todas con el mismo intérprete]; 2) música para orquesta de cámara, piezas para teclados, y conciertos para uno, dos y hasta tres instrumentos solistas; 3) música para la iglesia (corales, cantos y demás variaciones vocales, cinco misas y 295 cantatas; ¡durante algunos años una para cada domingo! El Evangelio traducido a música).

Se dice igualmente que con Bach se cierra la fase musical de la polifonía y el contrapunto —con la forma de la fuga como su expresión definitiva—, mientras que llevó la forma de la suite a su máximo nivel. Por “forma” se entiende una de las seis categorías de idea musical básica (no necesariamente se refiere a toda una obra, sino a sus componentes, que el compositor irá combinando): la forma binaria simple (que incluye la suite), la forma ternaria, la forma sonata, la forma rondó, la forma de aire con variaciones, y la forma de la fuga, aunque aquí ya no seguiremos por este camino técnico especializado que me rebasa.

La fuga es una especie de conversación donde varias voces actúan en armonía contrapuntística: comienza con una tonada como tema principal, a la cual más adelante se le une una segunda voz transpuesta (es decir, en un tono diferente), pudiendo haber una tercera o cuarta voz, en una especie de juego a la vez libre y disciplinado, que se presta para muchas combinaciones.

Aquí hay un corto ejemplo visual fascinante de una fuga a cuatro voces; a la par de su hipnótica magia musical, parece ser un complejo y esmerado desarrollo matemático, “imposible” de tocar, aunque (relativamente) fácil de escuchar si uno se involucra y le presta atención... lo cual tristemente no suele ya ser común. Sí hay melodía, pero la cosa no es tan simple como para simplemente tararearla y ya: hay un genio involucrado.

El último gran maestro de la tradición polifónica

En el ameno y amplio libro (598 pp.) The Vintage Guide to Classical Music, de Jan Swafford (1992), se anuncia: “Bach fue el último gran maestro de la antigua tradición polifónica. El arte de la polifonía es la disciplina más difícil de la música porque todo debe servir para dos propósitos contradictorios: las líneas melódicas deben ser libres y flexibles, pero a la vez deben trabajar en forma armónica. En su nivel más alto, escribir contrapuntos es una labor de complejidad einsteiniana”, lo cual nos pide mencionar (pero solo eso) el complejo y voluminoso (777 pp.) libro Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle, escrito por el filósofo y físico Douglas Hofstadter (hijo de un Premio Nobel de Física) en 1979. Bach da para eso y más, por lo visto.

The Vintage Guide to Classical Music indica que Bach llamó a sus partitas (una especie de danzas estilizadas) “galanterías compuestas para la recreación mental de los amantes del arte”, como ésta para violín solo, de menos de cuatro minutos de duración.

Junto con tres sonatas y tres partitas para violín, además de unas piezas para flauta y otras para laúd, dentro de las obras para instrumentos solistas especialmente destacan las compuestas para el chelo (violoncelo): seis extraordinarias suites sin ningún acompañamiento, verdaderos universos de expresividad profunda e inolvidable. Este es el Preludio de la suite #1, por uno de los mejores intérpretes actuales, de alguna forma discípulo de Pablo Casals, quien sacara las suites de la obscuridad en donde estaban.

Como enunciamos desde el inicio de esta serie de artículos, los grandes compositores crearon —y siguen creando— sus obras para transmitir la preciosa herencia cultural de la humanidad: durante siglos esa riqueza ha perdurado en forma de piezas completas y no solo fragmentos desconectados de un todo integral y armónico. También dijimos que en lo posible presentaríamos las piezas cortas si así fueron concebidas, y mantenemos una afectuosa invitación a buscar y encontrar un tiempo de calidad para apreciar las composiciones completas, pues afortunadamente ya son muy fáciles de conseguir en Internet. Escuchar música clásica y comprender su valía es un arte que nunca había estado tan al alcance de cualquiera de nosotros, y sería realmente una pena dejar ir esa oportunidad por seguir persiguiendo “éxitos”, demasiadas veces tan intrascendentes como endebles. Hay muchas formas de alimentar el alma, y ésta es además gratis.

Volviendo al tema, por esos tiempos, la palabra “clave” se empleaba en forma genérica entre los diversos instrumentos de teclado afines, aunque solo décadas más adelante el recién desarrollado piano se erigiría como el rey de todos ellos. La muy extensa obra para clave de Bach está compuesta por decenas de obras, entre las cuales podemos mencionar El Clave bien temperado, las Suites francesas, las Suites italianas, el Concierto italiano, las Variaciones Goldberg, así como una buena cantidad de partitas, tocatas, preludios, fugas y fantasías, además de composiciones de carácter didáctico, entre ellas las maravillosas “invenciones” en dos y tres partes, como ésta, la número 8 a dos partes, a la cual yo no logro verle nada de sencilla...

El Clave bien temperado está formado por dos “libros” de 24 preludios cada uno, y se llama así por la propuesta de afinar el instrumento de modo equidistante y equilibrado entre todas sus notas, permitiendo desplazarse armoniosamente de una tonalidad a otra dentro de una misma pieza. Este es el conocido y hermoso Preludio en do mayor de tan solo dos minutos, interpretado por el extraordinario pianista clásico y de jazz Keith Jarrett (a quien ya dedicamos todo un artículo), como parte de su grabación de la obra completa.

Y a modo de un nuevo ejemplo, el gran pianista húngaro András Schiff toca el “eco” (último movimiento) de la Partita en si menor “a la manera francesa”.

Mencionamos ya la música para órgano de Bach: cientos de obras, entre piezas corales (arreglos de arias de sus cantatas) y composiciones libres (preludios, fugas y tocatas), dedicadas básicamente al culto protestante. Esta es la conocida pieza “Jesús, la alegría de los hombres”, parte de un coral en donde se puede apreciar la complejidad de la interpretación en el enorme órgano de vapor; también fue utilizada en otra cantata. “Órgano y Bach forman un todo que no puede ser dividido”, expresa el volumen I de la enciclopedia La gran música, citada al inicio de esta serie.

Una perfección que nunca superada

Son muchas las composiciones instrumentales de Bach, todas pensadas para reducidos grupos de músicos o las pequeñas orquestas a su disposición, y entre ellas sobresalen los seis Conciertos de Brandemburgo, conocidos así porque Bach le envió las partituras al príncipe de ese estado germano con la intención de ponerse a su servicio para salir de la limitada ciudad en donde vivía a sus 35 años de edad... pero el ilustre personaje nunca le respondió. Se trata de piezas relativamente cortas (de menos de 20 minutos cada una), y todos los conciertos son de tres movimientos, excepto el #1, con cuatro. Los seis son diferentes tanto en su tema como en su composición instrumental, y podría decirse que representan la suma de posibilidades de la música de cámara. Le invitamos a comprobarlo: su espíritu está a la espera y se lo agradecerá (me refiero al de quien ahora lee, no solo al de Bach). Si no los conoce o no los recuerda, mi sugerencia es comenzar con el #3.

Igualmente dentro de ese género compuso cuatro suites u oberturas; y reconoceremos sin duda el Aria de la Suite #3, pues forma parte de la herencia cultural de casi todo mundo, aunque no siempre se sepa de dónde proviene.

Por otro lado, el Magnificat en re mayor es otra de las gozosas obras maestras de calidad expresiva de un compositor profundamente religioso, como se puede apreciar en la apertura. La obra completa dura más de media hora y pertenece a su muy extensa producción de música sacra, compuesta, como dijimos, por misas, cantatas, oratorios y varias “Pasiones”: la de San Mateo, de tres horas de duración, la de San Juan, de casi dos, y otras de las que sólo hay fragmentos. Obras mayores, sin duda. Este es el Sanctus de la Misa en si menor; una monumental obra de casi dos horas de duración.

En su etapa final Bach se fue alejando cada vez más de la “utilización práctica” de la música, al extremo de ni siquiera especificar para cuáles instrumentos había escrito esas piezas, pues se trata más bien de un diseño abierto para cualquier combinación válida, como el caso de la Ofrenda musical, de casi una hora de duración. La última composición, El arte de la fuga, fue editada luego de su muerte por su hijo Carl Philipp Emanuel y transcurre por casi hora y media; en los discos que tengo es para cuarteto de cuerdas, pero hay para piano y hasta para metales. Este es el “Contrapunto IV”, de tres minutos de duración, interpretado por el gran pianista Glenn Gould.

Pero no todo en Bach es denso y profundo; también tiene cantatas profanas, como ésta, dedicada al café. Igualmente destinó tiempo a crear guías didácticas para el teclado; un ejemplo son las siguientes bellas mini piezas del Pequeño libro dedicado a Anna Magdalena como método de estudio: Minueto en sol, Bourrée, Musette, de uno o dos minutos de duración.

No me resisto a copiar la descripción que la misma Anna Magdalena hace del momento en que su marido le entregó el regalo, según muestra el volumen I de la Enciclopedia Salvat de los grandes compositores, de 1982:

“Poco tiempo después de nuestra boda me trajo un librito de música que había hecho para mí; todavía lo tengo en mi poder y, por muy pobre que llegue a ser, no me separaré de él mientras viva.
“Una noche, después de haber acostado a sus cuatro hijos pequeños, estaba yo abajo en su cuarto de trabajo, a la luz de una vela, copiando una partitura, cuando se me acercó sin hacer ruido y colocó en la mesa ante mí un librito encuadernado de color verde, con lomo y cantoneras de cuero. En la primera página llevaba la siguiente inscripción: Clavierbüchlein vor Anna Magdalena Bachin, Anno 1722.
“Cuando abrí las páginas de este librito, con manos impacientes, mientras él, detrás de mí, me observaba con bondadosa sonrisa, vi que había escrito en aquel librito composiciones fáciles para clavicordio, dedicadas a mí. Hacía poco que había empezado a enseñarme a tocar ese instrumento y todavía no había adelantado gran cosa, a pesar de que ya sabía tocar un poco cuando me casé. Había escrito aquellas pequeñas composiciones para darme una alegría, para animarme y hacerme pasar en forma agradable a una técnica superior”.

Hoy resulta increíble, pero como en su tiempo las composiciones de Bach no se habían distribuido en forma impresa, pronto cayó en algo cercano a la oscuridad, pues para la época de su muerte (1750) su complejo estilo de variaciones contrapuntísticas ya no era muy popular, y no sería sino hasta 1829 que Mendelssohn lo “resucitó” en Alemania. Sin embargo, los subsecuentes grandes maestros del período clásico vienés (Haydn, Mozart, Beethoven —¡y de todos ellos hablaremos pronto!—) nunca dejaron de admirarlo y estudiarlo.

Su abundante obra fue recogida y sistematizada en 1950 por un musicólogo alemán, y emplea la sigla BWV (Bach-Werke-Verzeichnis: Catálogo de las obras de Bach) seguida de un número secuencial, no necesariamente cronológico sino más bien temático.

Desde hace décadas ha habido una “explosión” de diversos arreglos para la música de Bach, y en primer término me gustaría volver al jazzista francés Jacques Loussier (ya mencionado al hablar de Vivaldi), fundador a inicios de los años 60 del trío Play Bach que llegó a vender millones de discos con algunas de las piezas icónicas del compositor barroco: “El bajo continuo de Bach [el sustento armónico, usualmente a base de cello y clavicordio] es un cojín perfecto para la improvisación”, explicó, añadiendo que en el barroco esa libertad era un recurso frecuente. Este es el Allegro del Concierto italiano.

También, a mitad de los años 60, el grupo vocal francés Swingle Singers produjo unos discos de gran éxito con música de Bach cantada a capella, con piezas como ésta.

En 1968 el músico Walter Carlos —quien a los pocos años cambió no sólo de nombre sino de sexo y desde entonces es Wendy— produjo el disco “Switched-On Bach” donde, nota por nota, realizó la transcripción de algunas obras de Bach al sintetizador analógico Moog y obtuvo un gran éxito por el magnífico resultado, como se puede apreciar en el tercer movimiento del Concierto de Brandemburgo #3. En el año 2000 hizo una nueva versión, esta vez empleando un sintetizador digital.

Hay muchas versiones más de calidad (como la del disco Bachbusters de Don Dorsey en 1985, o hasta arreglos —bastante serios— en el disco Bach Meets the Beatles, de John Bayless), pero no podemos seguir... Bueno, una más: he aquí una corta, correcta e imprudente versión de la Tocata y fuga en re menor. Bach sigue vivo.

Para finalizar. En 1981 Yehudi Menuhin, director de orquesta y uno de los mayores violinistas del siglo XX, escribió el libro La música del hombre, junto con el productor de programas culturales para televisión Curtis W. Davis, y allí declara:

“Toda mi vida he interpretado la música de Johann Sebastian Bach, compositor cuya pureza expresa nuestra ética más elevada, nuestra moralidad más vigorosa, nuestros más nobles sentimientos. Nos despoja de nuestro yo mezquino, nos habla de un hombre en paz consigo mismo y con Dios, y refleja el ritmo de una sociedad que ha consolidado su fe y su seguridad. Esta música está en la cumbre de la capacidad humana para el descubrimiento y la invención. [...]
“El camino para llegar al elevado nivel alcanzado por Bach ha sido largo y aún nos esforzamos por no perderlo ante la amenaza diaria de la violencia y la degradación, de un péndulo que puede llegar demasiado lejos en su oscilación. En la música de Bach hay algo más que sentimiento. Por muy apasionada que sea, siempre persisten en ella la forma, el equilibrio, una secuencia lógica, una estructura, dentro de lo cual el autor alcanzó una perfección que nunca ha sido superada. Esa es una de las enseñanzas que se desprenden de la música de Bach y de toda la música”.

Seguiremos…

Guillermo Levine

fil.tr.int@gmail.com

AQ

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