La hermandad de Neruda y Silvestre Revueltas

Al margen

El poeta admiró profundamente a la familia del compositor, compañero de pláticas en la sala de su casa.

Silvestre Revueltas y Pablo Neruda tuvieron una breve amistad. (Laberinto)
Alma Gelover
Ciudad de México /

Hace cincuenta años, el 23 de septiembre de 1973, en Santiago de Chile, murió Pablo Neruda, uno de los poetas más grandes de nuestro idioma. Premio Nobel de Literatura 1971, autor de clásicos como Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Residencia en la tierra, Canto general y Los versos del capitán, tuvo una estrecha relación con México, en donde fue Cónsul General de Chile entre agosto de 1940 y septiembre de 1943.

En su libro Para nacer he nacido (Seix Barral, 1978), conjunto de prosas que completan el autorretrato trazado en Confieso que he vivido (Seix Barral, 1974), Neruda habla de su breve amistad con Silvestre Revueltas. Cuenta que un día, al regresar del consulado, encontró a un desconocido sentado en la sala de su casa, en la Quinta Rosa María, en Barranca del Muerto, tenía puesto uno de sus sombreros de paja y se había bebido varias de sus botellas de vino chileno. Era un hombre robusto, de melena alborotada y traje desaliñado. Era Silvestre Revueltas, “el más grande, más original y poderoso compositor de México”, quien dormitaba.

Neruda se sentó frente a él, Revueltas abrió los ojos y le dijo:

     —Tráeme otra botella. Hace ya varias horas que te espero. Se me ocurrió pensar esta mañana que puedo morirme un día de estos sin haberte conocido. Por eso estoy aquí. Es malo que los hermanos no se conozcan.

“Tres días y tres noches se pasó en mi casa”, escribe Neruda, platicando, repasando sus vidas y las ajenas. Cuando el poeta salía a trabajar, su huésped se quedaba solo, bebiendo. Un día, al regresar, Silvestre ya no estaba. Pensó que quizá la próxima puesta en escena de su ballet El renacuajo paseador en Bellas Artes, lo había hecho regresar a los ensayos.

Tiempo después, la noche del estreno, el 5 de octubre de 1940, Neruda estaba en un palco. “En el programa se acercaba el momento en que debía presentarse Silvestre a dirigir su obra. Pero ese momento no llegó —recuerda Neruda—. Sentí que desde la sombra me tocaban el hombro. Miré hacia atrás. Su hermano José Revueltas me susurró:

     —Vengo de casa. Acaba de morir Silvestre. Eres el primero en saberlo.

Salieron del palco y José le contó que su hermano, poco antes de morir, “había pedido que colgaran en la pared, frente a su lecho, el sombrero de paja que se llevó aquella vez”.

Lo enterraron al día siguiente y, en su memoria, el poeta leyó su “Oratorio menor”, que “lo sacaba de las circunstancias y del territorio para darle la verdadera dimensión continental que le correspondía”.

Pablo Neruda admiró profundamente a la familia Revueltas: Silvestre (músico), Fermín (pintor), Rosaura (actriz), José (escritor). “En un país de creación perpetua, como el país hermano, ellos se revelaron excelentes y superdotados. Es una familia eficaz en la música, en el idioma, en los escenarios”, escribió el autor de Las piedras del cielo cuya muerte ocurrió en los días aciagos del golpe militar en Chile, cuando sus libros alimentaron las hogueras y su nombre atravesó fronteras para inscribirse en el cielo de la poesía contemporánea.

AQ

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