La huída

Cuento

Este cuento forma parte de la colección Tópic

Nunca sabes cual será la salida
Laberinto
Ciudad de México /

Antonio Velázquez Crespo


Odio la forma en que sus ojos me miraron aquel último día, tan fríos, tan distantes; aquellos que me miraron con tanto amor, con tanta ternura. Su mirada, antes de darme un beso, era la mejor de todas; sólo comparable con la explosión de mil cuetones al mismo tiempo. Pero ¿Qué fue lo que paso? Aún me lo pregunto sin lograr una respuesta satisfactoria, fue quizá mi juventud inquieta, su imagen inalcanzable, mis ganas de que siempre fuera mía o quizá la culpa la tuvieron mis manos que rodeaban su cuello; fuese lo que fuese hoy no la tengo.
Es por esto que me he encomendado la misión de salir de este lugar. Después del juicio donde todos juzgaban y criticaban, sin escuchar si quiera las razones que me llevaron a terminar con ella; no quedaba duda alguna de que debían mandarme a este “sanatorio” donde más que curarme terminan enfermándome día a día. Medicamentos y drogas, doctores y más doctores son el pan de cada día; mantienen mi cerebro adormecido, conviviendo con desquiciados y personas socialmente desterradas. Decadencia, caras de tristeza, locuras, montones de esperanzas rotas; de cierta forma pertenezco aquí, pero yo sé que solo estoy de paso.
Me costó hacerle algunos “favores” a una enfermera cuarentona de moral flexible, pero al fin tengo mi boleto de salida. Una soga, es todo lo que necesito, no mide más de tres metros, con el grosor de pulgada y media que puede soportar mi peso sin ningún problema; es perfecta!, recuerdo que esta idea se me ocurrió una noche en que no podía dormir por los gritos de algún compañero desterrado, después de maquilar el plan de principio a fin y repasándolo una y otra vez para pulir detalles, no pude dormir imaginando, idealizando, sintiendo a distancia esta soga que sería mi boleto de salida, mi boleto de escape… mi último tesoro.
Será esta noche mientras todos duermen, hoy engañare a los doctores aparentando tomar mis pastillas pero guardándolas debajo de mi lengua para después escupirlas. Cuando apaguen las luces y nos encierren en nuestras habitaciones le pediré a la enfermera que deje la puerta abierta con el pretexto de ir a visitarla durante su guardia, iré a la sala común donde hay un ventilador que cuelga sobre el techo, en él haré con la soga un nudo tan perfecto que hasta un boy scout envidiaría; rodeare mi cuello con el otro extremo mientras me paro en una silla alta, y por último daré el salto.
Mañana quizá mañana la vea otra vez, le explicaré lo sucedido, tratare de explicar paso a paso mi esfuerzo sobrehumano para llegar a ese lugar; quizá ella de crédito a mi valor y a la justicia que hice, convirtiendo así su última mirada para que no sea aquella fría y distante, y le pueda decir “Te quiero”.

LAS MÁS VISTAS