La inteligencia es una ironía triste

Libros

En Casandra se desvanece, Fernando Solana reflexiona sobre nuestro tiempo a través de “ensayos, fragmentos, astillas” y señala que el único cambio radical para conjurar el desastre está en la conciencia de cada persona.

Portada de 'Casandra se desvanece', de Fernando Solana Olivares. (Universidad de Guadalajara)
José Antonio Lugo
Ciudad de México /

Fernando Solana Olivares nació en 1954 y fue becario del Centro Mexicano de Escritores cuando Juan Rulfo era el tutor. Fue subdirector del Museo de Arte Moderno y Director del Museo de Arte Moderno de Oaxaca, además de creador de los primeros contenidos del Canal 22. Ha estado al frente de suplementos y secciones culturales de los principales periódicos del país. Ahora vive en Jalisco. Ha ido elaborando, en forma paciente y sistemática, una obra literaria con una prosa elegante, de adjetivos medidos, una escritura que busca iluminar y describir partes abisales de la realidad que no son vistas y rebasan la evidencia, lo obvio.

En La rueca y el paraíso, atisba y describe su tradición, sus raíces en Oaxaca; en 49 y nueve movimientos indaga en el silencio interior y en el flujo de la conciencia; nos describe la noche blanca en Parísgótica; Casa Medusa es su gran novela a través del sendero de Mateo Maza. En Luna Roja, el narrador, desde Rulfiana, no ha perdido la esperanza y encuentra en el libro, la posibilidad de verse en el acto de leer.

Hablo de estas obras para referirme a Casandra se desvanece, su libro de "ensayos, fragmentos, astillas" que acaba de publicar la Universidad de Guadalajara, a través del Centro Universitario de los Lagos.

Casandra —la profeta— fue castigada por Apolo. No se quiso entregar a él —el precio a pagar después de haber recibido el don de la videncia—. Lo pagó siendo condenada a no ser oída. Solana viene advirtiéndonos desde hace años, en sus libros y en su columna semanal en el periódico MILENIO, que estamos en Kali-Yuga, la fase postrera. Nos encontramos tocando fondo porque es el fin de un ciclo. Pero la humanidad no escucha a las voces del arquetipo Casandra. Seguimos en una carrera sin fin hacia la destrucción planetaria; la violencia no tiene límites, los índices de desarrollo humano esconden una desigualdad brutal, la retórica del poder, aquí y en China, tiende velos y elabora mentiras que vende como verdades. La madre Tierra y su visión amorosa e integradora ha sido reemplazada por una visión masculina, discriminadora, que aísla a los individuos desde un egoísmo enloquecido. Son tiempos ominosos.

Libro, como el autor señala, de ensayos, fragmentos, astillas, es un ramillete de ensayos perturbadores. En él viene un apartado en el que Solana hace un recuento de la matanza del 68 y recuerda que el silencio es más eficaz que cualquier proclama.

En apariencia, Solana parece un profeta del desastre. Afirma: “Van empequeñeciéndose las características esenciales de la condición humana”. Pero su visión va más allá y nos da respuestas, caminos, alternativas. Destaco cuatro: la práctica del yoga cotidiano, que implica la ascesis de quien sirve a los demás, ejemplificada en la actitud de una gran escritora, que recoge madera, amasa pan y lo distribuye entre los vecinos, como un acto natural, sin dobleces. Se observa también en el personaje Socorrito del libro de Solana, que nos recuerda a la portera de La elegancia del erizo de Muriel Barbery o a Felicidad, la criada de Un corazón simple de Flaubert. Otro camino de liberación son las avezadas técnicas de conciencia que dominó Alexandra David-Néel y que le permitían sobrevivir en medio de temperaturas imposibles. El tercero puede ser la creación literaria de alumnos desenfadados, irreverentes y, por último, las epifanías que aparecen de manera espontánea para iluminar a quien las vive y al universo entero.

La inteligencia es una ironía triste, sentencia Solana. Dice también que el único cambio radical en la persona está en la conciencia. Quizá no se necesite ser Yourcenar, David-Néel o un artista adolescente. Baste el gesto de Orfeo al salvar a una tortuga, como lo describe el autor al final de Casandra se desvanece. La acción simbólica, el hacer “como si...” es quizá la mejor manera de vivir en estos tiempos. Con los ojos abiertos, como diría Nuestra señora de las Letras, Marguerite Yourcenar, la que amasaba el pan.

AQ

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