En la primera línea de Baumgartner, la última novela de Paul Auster, nos encontramos con su protagonista sentado en su escritorio. Está en su casa, lo que significa que corre un serio peligro. Mientras está escribiendo, descubre que el libro que necesita citar está en el primer piso, donde lo dejó la noche anterior. Mientras baja las escaleras, recuerda que prometió llamar a su hermana. Entonces va a la cocina, donde está el teléfono. Una vez allí, descubre un olor a quemado. Poco después, al coger algo, la mano empieza a arderle. En toda esta secuencia inicial, que termina cuando Baumgartner se rueda las escaleras y acaba con la rodilla inflamada, estamos frente a la primera evidencia del libro: no hay lugar más peligroso que la casa de alguien viejo y solo.
- Te recomendamos Marek Keller: entre esculturas y abedules Laberinto
Baumgartner es un profesor universitario. Tiene setenta y un años y está a punto de retirarse. Es viudo y con frecuencia recuerda a su esposa Anna, quien ha muerto diez años antes en un accidente en la playa (“solo me meto al agua por última vez”, fueron sus últimas palabras). Baumgartner la extraña tanto que cuando lee un artículo interesante en una revista, tiene ganas de llamarla para comentarlo. El protagonista compara la ausencia de Anna con la sensación que tienen los mancos o los cojos de que la parte perdida de su cuerpo aún los acompaña.
La novela es el relato de las sensaciones, reflexiones, breves aventuras de Baumgartner. Es un libro que muestra la pequeña sabiduría de los sobrevivientes que en medio de su soledad pasan momentos emotivos en los episodios cotidianos: la generosa compañía en el hombre que viene a la casa para leer el metraje de luz y la llamada de la pequeña Rosita, o la visita de Molly, la mujer que le trae los libros de la empresa de transportes. Con ella Baumgartner intercambia algunas palabras. Siente una secreta atracción por Molly, quien no es una amiga pero sí una conocida amistosa. Su presencia es un evento en esa soledad de “vigilancia radiante” en la que vive. Auster sabe que uno solo se conoce a sí mismo cuando está solo.
Pero es una soledad que quiere superar. Baumgartner conoce a Judith, una divorciada, académica, especialista en cine, una mujer sofisticada y segura de sí misma. Ambos intercambian recuerdos de sus relaciones anteriores. Una tarde de sábado, Baumgartner va a casa de Judith con un ramo de doce rosas rojas. Mientras camina se pregunta si le va a confesar sus sentimientos hacia ella esa misma noche.
Baumgartner está escrita con frases cortas, alternadas con otras que parecen largos ríos que apuntan a mostrar las deliberaciones del personaje. Es un personaje sabio, delicado, vulnerable, que confiesa sus emociones sin pudor. En un pasaje define a los seres humanos como “máquinas de movimiento”. Ese movimiento de su personaje no termina en el episodio final. El libro es un adiós tierno y sólido a la vida de un autor que, como confesó en Tombuctú, buscaba “traer un poco de belleza a los rincones monótonos del alma”.
AQ