La exposición Silvia González de León. Una caja oscura 2008-2018, que se presenta en el Museo de la Ciudad, es breve y eficaz. Las imágenes expuestas son una síntesis de la investigación formal que ha realizado la artista durante la última década para, más que crear atmósferas “antiguas”, hacer visible la densidad del tiempo.
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A la artista le atraen las escenas urbanas, pero no esas veloces que se nos cruzan y se evaporan casi instantáneamente. Le obsesionan las que son casi imperceptibles, las que están ahí y son invisibles por su sutileza o porque sencillamente no nos damos, como espectadores, el permiso de escudriñar, de mirar lentamente, con sigilo. Quizá por eso desde hace más de 30 años se ha comprometido a re-observar a través de cámaras estenopeicas. Un ejercicio que la ha obligado a replantearse la forma en la que posamos la mirada, haciendo del procedimiento el eje del discurso. Sin mediación óptica ni disparador mecánico, la imagen es atrapada en su gravedad. Es lo que es. Y lo que vemos no son fotos “artesanales” ni una propuesta meramente técnica o un enfoque clásico. No se trata únicamente del método, sino de transformar los diafragmas fijos y las exposiciones largas en una metáfora acerca de la necesidad de volver a mirar sin prisas.
Las piezas exhibidas nos dan foco y realidad. Vemos escenas que están pero que hemos dado por hecho. En la obra Parque México, la Fuente de los cántaros —de José María Fernández Urbina— es captada en una cotidianidad que condensa las miradas que se han repetido por años y que la han esculpido en nuestro imaginario. Lo mismo sucede en Princesita: el tiempo se estira en la luz de tal manera que logra borrar el alrededor para atraernos al presente de la foto, que en papel se asume un siempre.
Así, la fotógrafa nos devuelve la cadencia de las horas en cada una de sus imágenes, en las que hay juegos de sombras que por el ritmo sostenido trazan fantasmas. Quizá lo son. Esta sensación es la que perturba al espectador; no lo incomoda sino lo afecta, lo mueve, lo toca proponiendo desacelerar la mirada y fijarse en, por ejemplo, los juegos de escala (en Bellas Artes o en Las tres Gracias), o en la luz en sí (Alameda).
Mirar y pensar la luz es quizá su secreto, porque comprenderla en sus posibilidades define su aprehensión de la realidad y a la vez del tiempo. La luz entendida como el aquí y ahora porque, tal como sugiere el poeta Francisco Segovia, en la obra de Silvia González de León tiempo y espacio se acompañan.
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