Entre tardes e infancia el humo del pasado se difumina
las nubes se asoman por la ventana de una casa y una familia
como las páginas de un libro cayéndose a pedazos.
Para abrir la cárcel del olvido necesito el silencio
de golondrinas formando su mandala sobre el lago de Texcoco:
la edad de mis hermanos, 7 años, 5 meses
y mi madre con su lírica lozanía de vivir,
en el tránsito del cuerpo a través de las consignas,
rondaba por el pasto mojado
y era como el silencio de una marcha estudiantil…
Pequeños trozos de remedios
ahora me encuentran sentada bajo el ahuehuete.
¿Qué fue de la vida después de la matanza?
No había respuestas: solo la ruta de las lagartijas
subiendo a las copas de los árboles
desde donde divisé la sombra
de mi madre ausente.
Su acta de defunción (carcomida por el tiempo
en los anaqueles del Panteón de Dolores)
la firman el 3 de octubre de 1968,
el médico que no sé si le atendió
y un estudiante desconocido.
Entre imágenes de niebla
escucho el grito lleno de pavor de mi abuela:
“Ahí vienen los granaderos”;
o es mi forma muda de decir
que mamá nunca volvió a casa.
Leticia Luna
Nació en la Ciudad de México, en 1965. Estudió la licenciatura en Periodismo y Comunicación Colectiva en la UNAM, el posgrado en Literatura Cubana en la ENA de Cuba. Ha publicado seis libros de poesía, entre ellos: Los días heridos (400 Elefantes, Nicaragua, 2007; Premio Internacional Caza de Poesía Moradalsur) y La canción del alba (Parentalia, 2018). Es Coordinadora Nacional de Literatura del INBAL.
ÁSS