La flor, poseedora de universos que a pocos se le muestran, la simetría sabia de su centro, dialogó por primera vez, hace más de diez años, con Mario Castelán. Así, desde su tallo, desde su ser dividido en pétalos, desde su aroma, fracturó la pared rígida de la vida cotidiana de Castelán. Fue entonces que, desde la ciencia, uno de sus centros, se lanzó al vacío de la locura, que es lo mismo que a la vida.
La escritura científica, informativa y fidedigna, se vistió de otra temperatura, poco a poco, de telegráfica maniatada, se transformó en tardes complejas. De la palabra acostumbrada a la comprobación útil que nos lleva a las profundidades del océano, donde las ballenas son enormes conciencias de lo que fuimos y seremos, dio paso a otro rasgo más en sus desvelos y alucinaciones, en sus días y noches de fiebre —contaminado de mujer, hablando con mujer— encontró diálogo en ese vórtice en el que la poesía nos convierte a todos en seres incendiados. Asombrado, horrorizado, dejó de luchar, se rindió ante un aspecto vital de la flor que tanto ama: la sombra.
Y en el espacio donde se puede decir: y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera, así, Mario Castelán dio luz a su yo poeta, encadenado ahora a un orden y una comprobación heterogéneas más allá de todo.
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En cajas textuales pequeñas, con divisiones precisas, metodológicas y fragantes, abordó varios aspectos de su ser en expansión, buscó caminos y puentes hasta que con El día 33, su primer libro, obtuvo el premio Juegos Florales Nacionales Universitarios, en su edición 37, de la Universidad de Campeche.
Entre el sonido bello y abrumador de lo cotidiano, persistió en la búsqueda de la matemática libre de la palabra, y así, incontrolable, escribió otro libro, Punto en medio de un círculo (Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón, Colección Viento y Arena) galardonado con en Premio Nacional Enriqueta Ochoa 2021 que otorga el estado de Coahuila de Zaragoza. Me detendré en él.
La dedicatoria es en sí, un poema:
A mi madre:
la estatua que profetizó
mi demolición
Desde las ruinas esparcidas que se funden con otra materia, concibe un círculo pensado en seis apartados; el primero, que da nombre a la obra, consta de cuatro poemas:
Alzado por imágenes mínimas y espaciales nos habla el poeta:
para amarte /debo quedarme aquí /donde lejos de ser hombre /me vuelvo partícula de algo /que ilumina el fondo de un lago.
Para Castelán nuestros cuerpos son y no son instrumentos de música, dependiendo para quién toquemos; puede encontrar lo que otros no encontramos en sus adentros, me refiero a un concepto capital que vibra en estos versos: hombres y mujeres /somos mujeres. Como lo refiere el poeta, la mujer es doble o triplemente ella, se refirma, pues a causa del viento hecho de invisibles átomos que introducen vida en la vida, el aire nos da existencia: el sexo del viento entra en cada persona, es así como el hombre da vida/da luz, de otra forma, siendo consciente desde la libertad verdadera, se da vida a sí mismo. Y porque somos, en este momento y por siempre, fecundados por la corporeidad del viento, hombre y mujer da, damos a luz a Crono, el primigenio, una y otra vez. Cito:
el tiempo nace en nuestra voz (…) el tiempo /nuestro hijo /renace en cada exhalación.
Castelán nos hace partícipes de la realidad alterna, donde señala ese otro universo, dice: la transparencia del mundo es ajena a nuestra percepción, donde lo prístino de lo alterno, en su pureza, nos hace consciente de lo opuesto.
Desde ese círculo donde el poeta se yergue, integra en el apartado “Aquí va el nombre de mi padre”. Estamos en presencia de lo disruptivo de la lírica: líneas rectas que conforman la imagen visual de una esquela, seguido por un poema dividido en cinco partes y un epitafio. En donde Mario da cuenta del servicio funerario para despedir a su padre al que no fue convocado: Misa hoy hace diez años no importa no llegué /Inhumación sin coordenadas de sus restos.
El poeta le habla desde un lugar donde /cada larva /es un heraldo que promete /la luminosa descomposición de tu carne.
Y da más a ese canto filial pendiente, el poeta imagina los deseos de su padre, dice: habrías querido ser /un brazo de álamo. En esta imagen puede ser que el poeta ubique algo para sí en ese brazo robusto. Quienes leamos colocaremos o penderemos algo que resguarde manifestaciones de vida. Castelán sigue dialogando con su padre, dando cuenta de viajes, de su recorrido por el mundo. Cierra este apartado, como si se abriera al tiempo, con el siguiente discurso, una suerte de justicia para su oído que esperó años, a ese el oído desamparado, vestido hoy de joyas que lo sostienen: buen descanso /papá /que las anguilas te acompañen/que te envuelvan /igual que cadenas (…) y que al tocar las puertas abisales / sonrías/ como si pudieras respirar en lo profundo/como como si el chasquido de los cetáceos dentados no fuera aterrador.
El apartado “Ministerio de la maternidad” se conforma con nueve poemas. Nueve, como la gestación humana. Abre con esto:
mamá: sigo intentando escribir un verso para ti //soy un perro gordo /echado sobre el pasto
(…) el poema es el amo /que juega /sin éxito /a lanzar la pelota
Con este poema, Mario Castelán va al pasado, lo visita y da cuenta de la pasividad ligada al hartazgo que se experimenta, tal vez, en el dolor. Ser perro o mosca al ras del suelo. El vislumbrar el tiempo ido y la noción de la madre: su caminar entre sombras. Ella habrá de limpiar los deshechos. El poeta registra la grandeza de la poesía a los pies de su madre.
En la sección “Los hombres que se rompen”, es el título de un poema, dividido en cuatro partes, donde pone luz sobre hechos extraños y preciosos. Aborda su propio ser: se fermenta el caldo que alimenta mis sueños dice el poeta Y una voz habla de Dios: es la perra/que a lengüetazos/limpia la orina y heces de sus cachorros /es la mantis extasiada devorando la cabeza del macho.
El erotismo se metamorfosea en la savia, y observa: Mis ojos dos puentes hacia adentro. Desde el amor da vida, involuntariamente, con su gesto, a hijas que adornan amorosas su piel: con hilos de color opalescente y hereje.
Es así como es otra cosa el poeta, y otra cosa, y otra más; declara: disfrutar hasta las últimas ramas del cuerpo.
En “Mitología del centro”, hay solo tres poemas, y precisamente es donde vuelve sobre el misterio del deseo que es un herido, que se lapida, se oculta, teme al canon social; mas el poeta lo muestra, lo libera escandalosamente para toda persona que teme a su la raíz: el hombre /que en extraño castigo/ fue convertido en mujer (ama de casa, sacerdotisa y prostituta), que en esa trinidad /desarrolló el don de la videncia, Castelán arroja la pregunta: ¿en verdad quieres saber /si en el placer del cuerpo /siente más /él /que ella?
“Luz artificial”, la última sección del libro, lleva el nombre del poema conformado por nueve partes, mezcla nuevamente el hilo de la gestación simbólica: como se da a luz a sí mismo, a un ser con la visión de ave que sobre vuela: los cormoranes (…) cantarán / viriles y orgullosos a los marineros de mi alma.
Hacia el final de libro, un nuevo comienzo para quien se apropie de él, desde una isla desierta Castelán dice: (…) mi único bien será un espejo /que usaré para verte /cuando me sienta solo. En este momento vence la fuerza de lo descarnado, el poeta le canta lo que alguna vez hemos experimentado: sabemos/que cada vez que abro la puerta/ ensayamos el momento/ en el que alguno de los dos/regresará solo.
Fuimos despojados en este final de la luz artificial. Mario Castelán nos deja el sol y las partículas desnudas con olor a futuro. Y precisamente por ese olor a muerte y a vida, es así como, con avidez, se mueve en un círculo, un círculo corporal que pareciera cerrarse en dos seres, donde la pareja se escinde. Mas estos versos que nos advierten que deberemos estar atentos a la noche: (…) encenderé la lámpara de tu lado de la cama//aunque no estés /aunque no te conozca /aunque no te haga feliz mi luz //abrazaré a otros en tu ausencia.
AQ