Salman Rushdie: volver a la era mítica de la creación

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‘Ciudad Victoria’, la nueva novela del escritor de origen indio, traslada al lector al tiempo mítico de la creación, cuando no existían aún fronteras entre lo humano y lo divino.

‘Ciudad Victoria’ es el primer libro publicado por Rushdie después del atentado que sufrió en agosto de 2022. (Fotoarte: Luis M. Morales)
Carlos Rubio Rosell
Ciudad de México /

En su nueva novela, Ciudad Victoria, Salman Rushdie (Bombay, 1947), como los poetas visionarios védicos, nos sitúa en el centro de la creación de un mundo con una estructura unificada y una dinámica esencial en la que no hay distancias que separen los planos divino, natural y humano. El mundo ordinario se convierte en mundo sagrado, una totalidad incluyente en la que todas las cosas existen en una red interconectada, universo sin fisuras cuya historia, la de Ciudad Victoria, es como una rueda cósmica sobre la que giran todas las cosas y todos sus seres, un cosmos divino, físico, social y moral.

Pero Ciudad Victoria es, sobre todo, un ejercicio y un esfuerzo notable de imaginación. El escritor de origen indio no se limita solo a la reproducción de una forma externa, sino que expresa lo que otra mente concibe, internalizando el mundo exterior para externalizar el mundo interior, dotando a su relato de lo que en la India se conoce como māyā, un arte imaginativo que le permite desplegar un cosmos objetivo y conferirle realidad y verosimilitud.

Rushide pone en juego fuerzas en conflicto y relaciones de poder que llevarán el mundo al borde del colapso, y nos hace partícipes de un vínculo fundamental: el de la humanidad y lo divino. El gesto compasivo de una diosa permite a una niña huérfana la instauración de un orden que se produce a partir de la insignificancia. Rushdie sabe bien que la existencia misma se fundamenta en la no existencia y que el pilar sobre el que reposan todas las cosas consiste tanto en aquello que es como en lo que no es.

El relato comienza el último día de la vida de la milagrera, profetisa y poetisa ciega Pampa Kampana, cuando cuenta 247 años de edad y pone fin a su inmenso poema narrativo sobre Bisnaga, la Ciudad Victoria del título de la novela, capital del imperio vijayanagara, y lo esconde en una cazuela de barro sellada con cera en el corazón del Recinto Real como mensaje para el futuro.

El imperio vijayanagara realmente existió. Crónicas como las de los viajeros Duarte Barbosa, Niccolò Da Conti o Domingo Paes y Fernão Nunes hablaron de él. Fundado en 1336 en la meseta del Decán, en el centro-sur de la India, por Harihara I y su hermano Bukka Raya I, en su momento de mayor esplendor llegó a poseer el tercio meridional del subcontinente. Dicho imperio recibió el nombre oficial que se le daba por entonces a su capital, Vijayanagara (en español: La Ciudad de la Victoria), cuyas ruinas, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, rodean la localidad hoy llamada Hampi en el estado de Karnataka. Su corte imperial incentivó las bellas artes, provocando el resurgir de la literatura en kannada, támil, télugu y sánscrito, mientras que la música carnática evolucionó desde posturas que durante siglos habían permanecido estáticas hasta adoptar las reglas que aún hoy se utilizan. Las enciclopedias señalan que el imperio vijayanagara fue un punto de inflexión en la historia del subcontinente que trascendió los regionalismos promoviendo el hinduismo como factor de unión. Y si bien su decadencia comenzó tras una aplastante derrota militar contra los sultanatos del Decán en 1565, de la que nunca se recuperó, existió hasta 1646.

Rushdie coloca al lector cuatro siglos y medio después, cuando se encuentra la cazuela donde Pampa Kampana dejó su manuscrito, la inmortal obra maestra titulada Jayaparajaya, que significa “Victoria y Derrota”, escrita en sánscrito, tan larga como el Ramayana, compuesta de 24 mil versos, y nos sumerge en el conocimiento de primera mano de “los secretos del imperio que ella había hurtado a la historia durante más de 160 mil días”. Nosotros, puntualiza el autor, conocíamos únicamente las ruinas de ese imperio, pero “el recuerdo de su historia estaba también en ruinas debido al paso del tiempo, a las imperfecciones de la memoria y a las falsedades de quienes vinieron después”. Así que la lectura de la novela de Rushdie, que es la transposición de la lectura del libro de Pampa Kampana, reconquista el pasado y el imperio bisnaga renace “tal como había sido en verdad, con sus mujeres guerreras, sus montañas de oro, su generosidad de espíritu y sus momentos de vileza, sus puntos débiles y sus puntos fuertes”, y asistimos, por primera vez, a “la historia completa del reino que empezó y terminó con una quema y una cabeza cortada”. Lo que el lector encuentra a continuación, agrega Rushdie, “es esa misma historia contada en un lenguaje más llano por el presente autor, que no es ni un erudito ni un poeta sino un simple cuentacuentos que ofrece esta versión para el mero entretenimiento y posible instrucción del lector de hoy, sea joven o viejo, culto o menos culto, ya busque la sabiduría o le diviertan los disparates, gente del norte como del sur, seguidores de tal o cual dios o de ninguno, de miras amplias o de miras estrechas, hombres y mujeres y miembros de los géneros intermedios o de más allá, vástagos de la nobleza y plebeyos de carnet, gente buena y granujas, embaucadores y extranjeros, sabios humildes y tontos egoístas”.

Palabra de la que todas las palabras del relato son expresiones diferenciadas, la historia de Bisnaga-Ciudad Victoria de Rushdie comienza con una desgracia, cuando la madre de Pampa Kampana, que tiene solo 9 años, se inmola en una pira de fuego y la niña ve cómo los últimos pedazos de carne asada se desprenden de la osamenta de Radha Kampana, dejando al descubierto el cráneo mondo, y comprende que su infancia ha tocado a su fin. Pero en ese momento recibe la bendición celestial que va a cambiarlo todo, pues la voz de la diosa Pampa, tan antigua como el Tiempo, empieza a salir por su boca de niña de 9 años.

La diosa le vaticina, en medio de una calma que siente como una gran bondad, que “de la sangre y el fuego nacerá vida y nacerá poder”. Y la conmina a que funde, en el mismo punto exacto donde está, una gran ciudad, maravilla del mundo, cuyo imperio durará más de dos centurias, pidiéndole que luche para asegurarse de que ninguna otra mujer muera de la misma forma que su madre y de que los hombres empiecen a ver a la mujer con otros ojos: “Vivirás lo suficiente como para ser testigo de tu éxito y también de tu fracaso, para verlo todo y contar los hechos, aun cuando una vez que hayas terminado tu relato morirás al instante y nadie te recordará hasta 450 años después”.

Pampa Kampana visualiza en su mente una ciudad y pide a dos vaqueros que esparzan sus semillas, de las que surgirán imponentes murallas y construcciones y avenidas y habitantes, a los que ella susurrará sus historias. Y como hicieran los poetas visionarios védicos, entra en el mundo que ha creado y lo habita, dando así vitalidad y movimiento al mundo objetivo. De esta forma, Rushdie trasciende el tiempo lineal para situarnos en un tiempo mítico, “en los primeros tiempos antes de que comenzara el principio”.

Así, jugando a la mitología, Rushdie narra la creación de la ciudad mítica que centrará el relato de su epopeya. Recurriendo a la ficción inventa la vida, y dándole vida le da una historia. Pero con la memoria no basta, de modo que la imaginación toma las riendas en el punto en que la memoria no da más de sí. Y el arte de la novela se yergue como motor.

Hay que destacar un eje sobre el que gira la narración: no solo se trata del mundo de una mujer, sino, como el narrador señala, del carácter de la ciudad. “Por todas partes las mujeres hacían cosas que, en el resto del país, se consideraban impropias para ellas. Sin ir más lejos, un bufete donde tanto abogados como pasantes eran mujeres; obreras descargando mercancías de las barcazas amarradas en el muelle de la ribera. También había mujeres patrullando las calles, mujeres escribientes, mujeres arrancando muelas o tocando el mridangam en una plaza mientras los hombres bailaban a su ritmo. A nadie le parecía raro nada de todo esto. La ciudad medraba en la riqueza de sus ficciones, todo aquello que Pampa Kampana les había ido susurrando, historias cuya ficcionalidad quedó ahogada y perdida para siempre bajo el ritmo clamoroso del nuevo día”.

Cinco “Recriminaciones” sirven de cimiento al florecimiento del imperio. La primera corresponde al mundo de la fe, que debe ser independiente del poder temporal. La segunda suprime ceremonias masivas ajenas a la cultura local. La tercera versa sobre la relación entre el ascetismo y la sodomía, no demostrada, como tampoco el vínculo entre el celibato y dicha práctica, pues son muchos en Bisnaga los que la disfrutan como una forma de placer, así que al poder político no le corresponde prescribir qué tipos de placer son aceptables y cuáles otros ilícitos. En cuanto a la Cuarta Recriminación, se pide abandonar todo tipo de aventura militar, pero se conviene que cuando los intereses del imperio así lo requieran, habrá que ir al campo de batalla. Por último, la Quinta Recriminación se rechaza por completo, pues quiere prohibir el arte, lo cual, se dice, sería obra de un filisteo. Así que en Bisnaga habrá poesía y habrá música, y se construirán también grandes edificios. “Como bien saben los dioses, las artes no son ninguna frivolidad. Son vitales para la salud y el bienestar de la sociedad. En el Natya-Shastra el propio Indra declaró el teatro un espacio sagrado”.

Esta es la ciudad que Pampa Kampana edifica con semillas y susurros. Pero su gente, cuyas historias son sus historias, cuyo estar en el mundo viene de ella, acaba dándole la espalda a su matriarcado. Y la expulsa. Pampa Kampana narra su exilio y se adentra en la floresta, donde las reglas del mundo exterior quedan atrás. “Aquí lo que era irreal era el mundo real, sus leyes habían sido barridas como el polvo, y si en el bosque regían otras leyes, ellos no sabían cuáles podían ser. Habían llegado a arajakta, el lugar sin reyes. Una corona, aquí, no era más que un tocado innecesario. Aquí la justicia no se impartía de arriba abajo, quien mandaba era la naturaleza”.

Esta es la afirmación que Rushdie hace de su propio relato: “¿Podemos creer que la diosa que le había concedido el don de la longevidad, y la facultad de dar a unas semillas el poder de crear una ciudad, y el poder que le permitía susurrar a otros la biografía de cada cual, la dotó también de la capacidad de encantar al bosque encantado? ¿O acaso toda esta poesía, como tantas otras, era una fábula? La respuesta es: o bien es verdad todo, o todo es falso, y nosotros preferimos creer en la verdad del cuento bien contado”.

Es mucho lo que podemos aprender de esta bella novela. Igual que el personaje principal, podemos aprender “que el mundo es infinito en su belleza pero que también es despiadado, implacable, codicioso, indiferente y cruel”; “que el amor brilla generalmente por su ausencia y que, cuando surge, suele ser fugaz e intermitente y en definitiva insatisfactorio”; “que las comunidades que el hombre construye se basan en la opresión de unos pocos sobre la mayoría, y no entendí, y sigo sin entenderlo, por qué esa mayoría acepta ser oprimida”.

Rushdie nos lleva siempre un poco más lejos y nos susurra que cuando lo milagroso cruza la frontera del mundo de los dioses y penetra en lo cotidiano se nos revela a mujeres y hombres “que dicha frontera no es algo impenetrable, que lo milagroso y lo cotidiano son dos mitades de un mismo todo y que los propios humanos somos los dioses que buscamos adorar, capaces además de grandes logros”.

A los 247 años, Pampa Kampana pronuncia sus últimas palabras. Las palabras, dice, son las únicas vencedoras. Lo que hicieron, pensaron o sintieron sus personajes dejará de existir y solo quedarán las palabras que describen esas cosas. Serán recordadas tal como ella ha decidido que se les recuerde y sus actos sólo serán conocidos de la forma en que han sido puestos por escrito. Significarán lo que nosotros, sus lectores, deseemos que signifiquen. Y Pampa Kampana parecerá desintegrarse con el final del libro. Pero la gran novela de Salman Rushdie le dará vida una y otra vez. Porque ya es mito.

AQ

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