Hay en el cine dos formas de mirar a la gracia. En la primera, el genio es un semidiós que trivializa la libertad. Así lo ve Hollywood. En Oppenheimer, por ejemplo, el sabio está tan lejos del mundo que aprende holandés en un fin de semana para dar una charla de física. Es el Prometeo sugerido, no uno como nosotros.
Al otro extremo está el genio según este movimiento que comenzó a gestarse en Francia hacia 1930 y que más adelante originó el Neorrealismo italiano. Es un arte que abre los ojos a creadores y espectadores en Asia, Europa, África y América Latina. El genio según el Realismo poético es uno como nosotros. Puede que sea un santo. O un criminal.
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La muestra internacional de Cine de la Cineteca Nacional, en su emisión 65, sigue teniendo la relevancia que tuvo en el siglo pasado. Si uno se fija, la oferta era tan limitada como hoy, pues la calidad no ha crecido junto a la cantidad de series y películas que se ofrecen tanto por streaming como en el circuito de carteleras cooptadas por el dinero estadunidense.
En oposición a la visión californiana de lo que un genio es, la Muestra presenta La quimera, una película en apariencia sencilla, pero que nos lleva hasta un pueblo italiano para que ahí, escuchando cantar a las cigarras conozcamos a Arturo. Él tiene un don: encuentra las cosas perdidas.
Desde la primera secuencia queda establecido esto: que el protagonista de La quimera ha perdido el amor. Es necesario tenerlo en mente para permitir que el final nos golpee con la fuerza de una película extraordinaria que, sin embargo, pudo haber sido filmada con un celular. Pero la directora y guionista nos enseña a mirar el campo y el volar de los pájaros. Nos muestra a gente pintoresca que habita en pueblos como este en cualquier parte del mundo. Un grupo de pícaros se ha unido a Arturo para que él, con su don, les muestre tumbas etruscas para saquearlas. Luego llevan sus tesoros para cambiarlos por dinero con un misterioso personaje que se hace llamar Espartaco.
El uso del sonido en La quimera recuerda los murmullos de los que tanto se ha escrito a propósito de Pedro Páramo, esa otra obra en que el arte surgía del ingenio y no del artificio. Realismo poético: encontrar la poesía en la vida cotidiana.
En el pueblo de La quimera hay también un juglar que cuenta con simplicidad la historia de este hombre raro. Nos informa, por ejemplo, que Arturo es inglés, pero hay quien dice que es irlandés. Viene a buscar un amor perdido y hoy roba tumbas. ¿Será que el amor encontrará a Arturo en la estudiante de la señora que en aquel pueblo enseña a cantar? Tal vez en modo extrañamente fetichista Arturo encuentre el amor en una magnífica escultura antigua que la prensa cultural italiana bautiza de inmediato como La Venus Etrusca. O quizás la directora encuentre un modo todavía más sutil para llevar a su protagonista hasta un puerto donde ni él ni nosotros pensábamos llegar. Un reino que está de cabeza, como Arturo. Porque el protagonista cuando sufre la maldición de su extraño don se voltea. Como en el afiche de la película que remite a la carta del tarot que simboliza al ahorcado: el sacrificio por amor.
Al igual que con Lazzaro feliz (disponible en Netflix) y de la que hablamos aquí, Alice Rohrwacher ha creado un personaje realmente novedoso. El cine ofrece, en películas como esta, cosas que antes no habíamos visto: lo que mira una mujer como Rohrwacher en un hombre como Arturo, un tipo de aspecto cualquiera que tiene, sin embargo, una gracia. Un don.
La quimera
Alice Rohrwacher | Italia | 2023
AQ