La resurrección de Anne Greene

Ciencia

A pesar del desarrollo del conocimiento en las ciencias de la vida, seguimos sin una respuesta clara a la pregunta crucial: ¿cuándo se detiene la vida, en qué momento y de qué manera se puede establecer que hemos dejado de existir?

Grabado en madera de 'A Wonder of Wonders' (1651) que representa el ahorcamiento de Anne Greene. (©Bridgeman Images)
Gerardo Herrera Corral
Ciudad de México /

En 1650, Anne Greene fue acusada de abortar. Para los ingleses de esa época, la joven había asesinado a su hijo y es por eso por lo que el tribunal la condenó a la horca cuando apenas tenía veintidós años y era sirvienta del más bajo nivel.

Algunos aseguraron que ella misma pidió a sus conocidos apresurar la muerte tirando de sus pies mientras su cuerpo pendía de la cuerda y, la madrugada del sábado en que fue ejecutada, no solo ellos cumplieron con la solicitud, un soldado que veía de cerca la agonía de la joven se acercó para estrujar el cuerpo con la culata de su mosquete en un esfuerzo piadoso por acabar rápidamente con el sufrimiento que ocasionaba el devenir fatal.

Cuando todos estaban seguros de su muerte, el cuerpo fue descolgado y dispuesto en una caja de madera para llevarlo a un anatomista de la Universidad de Oxford que disecaría el cadáver por un procedimiento curioso pero común en la época: los cuerpos eran deshidratados con el aire caliente de un horno.

No sería sino al día siguiente cuando William Petty y su ayudante, un brillante estudiante llamado Thomas Willis, se dispusieron a trabajar en la occisa. Sin embargo, cuando acudieron al ataúd y sacaron el cuerpo para colocarlo en la mesa de trabajo descubrieron una débil respiración.

La Universidad de Oxford fue una de las primeras en autorizar y estimular la participación de los estudiantes en las necropsias y autopsias como parte de su entrenamiento. Se había legalizado la adquisición del cuerpo de los torturados en el área marcada por un radio de 50 kilómetros alrededor del pueblo para que los médicos y aprendices estudiaran su anatomía.

Los médicos maniobraron de muchas formas alrededor de Anne Greene vertiendo cordial por la garganta, una sustancia vivificante y de amplio uso en la época preparada con alcohol, hierbas y especias. Frotaron las extremidades y extrajeron sangre para deshacerse de los humores que en esos tiempos debía mantener el equilibrio si se quería conservar la vida. Aplicaron cataplasmas en el pecho y enemas de humo para calentar los intestinos, la recostaron en una cama al lado de otra mujer para darle calor, y después de muchas horas de maniobras la esperanza de resucitación culminó cuando Anne comenzó a hablar. Habían pasado casi dos días desde su “muerte” cuando Anne volvió a vivir.

Actualmente existe una ciencia de la resurrección. Las nuevas técnicas de reanimación y el desarrollo de la medicina han acabado por redefinir la muerte haciendo que la línea donde todo termina retroceda cada vez más.

No obstante, y a pesar del desarrollo del conocimiento en las ciencias de la vida, seguimos sin una respuesta clara a la pregunta crucial: ¿cuándo se detiene la vida, en qué momento y de qué manera se puede establecer que hemos dejado de existir?

En el pasado era la respiración, un corazón que palpita o la reacción corporal ante un estímulo externo lo que indicaba la presencia de vida. Ahora se discute la posibilidad de una naturaleza gradual en la etapa final. Los últimos momentos podrían comenzar con la muerte cerebral seguido quizá del deceso del tronco encefálico, el neocórtex y el inicio del estado vegetativo permanente. La suspensión de la actividad metabólica en las neuronas; nos muestra el progresivo final que va de menos a más muerte.

“La lividez de la espalda, el rigor mortis, el cuerpo frío, las arterias pálidas y amarillentas, la dilatación de la pupila, la ausencia de sangrado, la relajación rectal, etcétera, en resumen, tantos signos posiblemente engañosos”, dice Stéphane Charpier, eran los gestos de la muerte. Ya no lo son, la frontera ha cambiado, de manera que, aquellos que ayer estaban muertos no lo estarían hoy. La llegada de los cuidados intensivos trajo consigo dos muertes: la cardiorrespiratoria y la cerebral. Un corazón que late con ayuda externa y un cerebro con actividad eléctrica son dos trabajos que pueden o no ir de la mano.

Dicen los expertos que la onda de la muerte es una señal eléctrica de amplitud notable que aparece en el encefalograma cuando el final está cerca. En fechas recientes se ha encontrado que este fenómeno galvánico es seguido de una onda más pequeña cuando se pone en marcha un proceso de reanimación. Este pequeño pulso electrógeno representa lo contrario del anuncio fatal que porta la funesta ondulación.

A pesar de los impresionantes avances científicos, no sabemos aún cómo y en qué condiciones; no sabemos cuál es el momento y de qué manera es que cruzamos la línea de no retorno. ¿Es que morimos de golpe? O es que nos extinguimos lánguidamente como las notas musicales que mueren poco a poco a medida que avanzan por el espacio que abarca una sala de conciertos.

Algunos intentaron llevar a Anne Greene a la horca nuevamente, pero las autoridades consideraron que la mano de Dios la había salvado demostrando así su inocencia. Curiosamente el fiscal que la condenó murió poco tiempo después de manera que no hubo procurador que objetara al perdón otorgado. Anne Greene se fue a vivir con sus amigos llevando consigo al ataúd. Se casó y tuvo tres hijos.

AQ

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