La risa, remedio falible | Por David Toscana

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Cierta risa ajena puede ser inoportuna aun si compartimos la alegría, pues la risa ramplona es embarazosa como un eructo en la mesa.

Cierta risa ajena puede ser inoportuna aun si compartimos la alegría. (Foto: Denis Agati | Unsplash)
David Toscana
Ciudad de México /

En un cuento de uno de los genios contemporáneos de la literatura, me topé con esta frase: “A Víctor le pareció que la risa era un ruido molesto si él no tenía nada de qué reírse”. No puedo sino estar de acuerdo y agregar algo más: que cierta risa ajena puede ser inoportuna aun si compartimos la alegría, pues la risa ramplona es embarazosa como un eructo en la mesa.

Dostoyevski escribió en El adolescente: “Cuando un hombre se ríe, en la mayoría de los casos es desagradable verlo. Por lo general, la risa manifiesta algo vulgar, que en cierto sentido degrada a quien se ríe, aunque éste casi nunca sabe nada de la impresión que produce”.

Tengo una amiga psicóloga que da terapia de risa. Veramente me resultó incómodo mirar una de sus sesiones. Ninguna risa me provocaron las risotadas idiotas y postizas. Dicen que ayuda a curar la depresión, pero a mí me deprimió.

Hay videos en los que alguien se cae de la escalera o se tropieza o le ocurre cualquier percance. Entre los amigos que están filmando su falso accidente se escuchan carcajadas rebuznables. Es difícil ver esos filmecillos sin oprimir la tecla de mute. Incluso había babosos a los que su propia risa los hacía desplomarse al suelo. Mucho mejor la tecla de off.

Algunos adolescentes compiten para desarrollar una risa extravagante. Una vez que la diseñan, se ven obligados a seguir riéndose del mismo modo porque se les vuelve un sello particular. Hay quienes no entienden que como adultos deben dejar atrás esas niñerías. Mi vecino no lo entiende. Ya es bastante adulto y comoquiera tengo que escuchar sus risotadas de mocoso; y sus secuaces le celebran la risa y él se cree un hombre “muy alegre”. Pero en fin, hay cómicos que han hecho carrera riéndose de sus propios malos chistes.

En El nombre de la rosa leemos un debate en el que alguien defiende la risa porque “es propia del hombre”. Otro más sabio responde que: “No todo lo que es propio del hombre es necesariamente bueno. La risa es signo de estulticia”. Y cita la Regla de San Benito: “El décimo grado de la humildad es que el monje no sea fácil ni pronto a la risa, porque está escrito: el estólido al reír levanta la voz”. Se puede leer en la sección apócrifa de la Vulgata: “Fatuus in risu exaltat vocem suam”.

Sí, “estólido” o “fatuo”, porque el volumen de la risa no tiene que ser proporcional al estado de ánimo. La misma emanación de hilaridad puede darse en volumen bajo o alto, en fino murmullo o baladro aspaventoso. Santa Clos tendría que ser más sutil.

Abraham y Sara se rieron cuando dios les dijo que habrían de concebir. Abraham por la idea de tener un hijo; la anciana Sara por imaginarse refocilando con su marido de noventainueve años.

Mi vecino al fin calló sus risotadas. He recuperado la paz.

AQ

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