La sagrada geometría del azar

Entrevista

José Gordon conversa sobre la nueva edición de su novela ‘El libro del destino’, donde ciencia y arte establecen vínculos duraderos.

José Gordon, escritor y periodista mexicano. (Foto: Oswaldo Ramírez)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

¿Cómo tolerar el sufrimiento? ¿Cómo sobrellevarlo? ¿Qué hacer con él para evitar que otros sufran? ¿Se puede modificar el destino? Esta y otras preguntas resuenan a lo largo de la novela El libro del destino, de José Gordon, reedición actualizada tras su publicación en 1996. Al centro de la novela, una niña lee, a solas, en medio del incendio del gueto de Varsovia. Caen las bombas un paso atrás, pero ella se salva. Un milagro. Se trata de la historia de un familiar cercano al autor quien, a partir de este hecho, se ha preguntado sobre el modo como se construye un destino, lo que implica vivir una tragedia de ese calibre. “Esto nos lleva”, dice Gordon, “a preguntarnos sobre la sagrada geometría del azar, por qué a veces la vida te lleva a posibilidades más allá de la lógica para que se dé la supervivencia”. Para resolver los nudos de la novela, Gordon debió investigar qué ocurre con esas acciones y reacciones que vemos en el medio ambiente y cómo trazar las rutas del destino. “En este sentido”, comenta Pepe, “el libro gira alrededor de los libros, del poder que tienen para leernos y salvarnos”.

Un largo recorrido por la filosofía y la astrología de la India, la interpretación de textos sagrados en sánscrito, la práctica y dominio de la meditación, así como una búsqueda poética, funcionan como una gimnasia de los sentidos que le ha permitido a José Gordon afinar esa mirada profunda de la realidad.

“Hay una historia especial, porque esta novela tiene varias capas y dimensiones, múltiples estratos”, explica Pepe. “Algunos son mitológicos, están jugando atrás de la historia con el misterio del tiempo. Uno de ellos atañe al juego de acción y reacción que rebota rápidamente, lo que se conoce como ‘karma’, que en sánscrito significa ‘acción’. En la novela hay un hombre de talante científico, Mijael, que todo lo quiere entender por la razón. Es hijo de la sobreviviente del holocausto. Hay una mujer, Heny, que todo lo ve a través de la intuición. Estudia teatro y tiene un doble amor. Cuando enfrentan esto no se alteran, se compadecen uno del otro y deciden ir a ver a Dora, astróloga y académica experta en artes adivinatorias. Él acude a la cita con cierto recelo, pero con dos o tres palabras ella le abre una zona de la realidad que desconoce. Por otro lado, este maestro tenía el problema de no poder de leerse a sí mismo. Yo tenía trazado al personaje, pero pensé que podía añadir un capítulo en el que vemos a ese maestro presentando el problema del destino en una clase de teatro. Entonces, habla de una amiga, Dora, y explica a sus alumnos que la palabra ‘drama’, en griego, significa acción y que la dramaturgia, en el escenario, es una especie de laboratorio, donde se dan las carambolas de las relaciones humanas. En física, al estudiar cómo se dan los efectos entre un cuerpo y otro, Newton dice: ‘A toda acción corresponde una reacción de la misma intensidad en sentido opuesto’. En las relaciones interpersonales los dramaturgos también tienen la ambición de entender las reacciones de los personajes. Si lo planteamos en términos del drama humano representado teatralmente ya hay algo asombroso, pero en términos de artes adivinatorias, del karma, Dora estaba planteando una especie de ‘karmaturgia’ donde el laboratorio no era el escenario teatral sino la vida misma. Y dentro de la vida misma cómo jugar con estas variables que incluyen la incertidumbre. Esto fue lo que descubrí y lo que se agregó a esta nueva edición”.

En esta exploración del lenguaje y sus correspondencias, Gordon habla de encuentros en la literatura. Menciona al escritor italiano Roberto Calasso cuando plantea que la métrica es el rebaño de los dioses, el lenguaje, que con sus ritmos marca una medición del tiempo y del flujo mismo de la vida, de la respiración. Esta intuición poética que coincide con Octavio Paz en el poema Hermandad: …miro hacia arriba: las estrellas escriben. Sin entender comprendo: también soy escritura y en este mismo instante alguien me deletrea. O con Sor Juana Inés de la Cruz: Sílabas las estrellas compongan. “En el capítulo que añado”, comenta, “hay una transformación profunda porque con alguna cosa que le dice la astróloga a Mijael, se da cuenta que hay un misterio con su madre que él siempre ha querido saber y piensa que a través de la astrología de la India podría entender los secretos del flujo del tiempo, las secuencias del pasado, del presente y del futuro. Hay sabios que nos abren, a través de la intuición, otros campos más allá de la realidad”.

Portada de 'El libro del destino', de José Gordon. (Debolsillo)

El libro del destino explora los misterios del tiempo y la búsqueda de un lenguaje dentro de la naturaleza que nos aporte claves de nuestra vida. “Cuando hablamos de observar las estrellas no se trata de ver si te están afectando, más bien, allí hay un espejo relacionado con tu vida en términos que no son fatales. Cuando hablamos del destino, parece que estamos condenados porque vemos la historia con una sensación de que ya pasó y era inevitable, que ya todo estaba escrito. Sin embargo, no todo está leído. En ese margen de incertidumbre se encuentra la libertad, el azar, la posibilidad de transformar nuestras historias. Aquí entra el problema entre el libre albedrío y el determinismo, un juego entre la incertidumbre y lo que ya está marcado. Isaac Baschevis Singer lo planteó así: ‘Debemos creer en el libre albedrío, no hay de otra’. En el “no hay de otra” está el determinismo y jugar al libre albedrío quiere decir que estamos determinados a la libertad, a ejercerla, aunque sea en márgenes acotados. Jugamos entre la acción y la reacción, pero si pudiéramos detenernos en el cruce de caminos, en el silencio, existe la posibilidad de girar un milímetro y recorrer el camino en otra dirección, algo que solamente se da en las novelas. ¿Cómo jugar con ese margen milimétrico para que las novelas de nuestras vidas sean más creativas, más llenas de compasión, de generosidad?”

En el libro coinciden la lectura de cartas astrológicas desde la mirada de la académica, Dora, y los magos de Hitler que pretenden, también a través de cartas astrales, prevenirlo en tiempos de guerra. “Esta preocupación por leer los destinos adquiere, a veces, visos que no son de sabiduría, sino nada más de atisbos. Quise plantear personajes que tienen una profunda intuición, pero que manipulan con ello a las personas. Algunos tienen esta agenda de poder donde la astrología se convierte, como dice André Breton, en horóscopos de periódicos, esa gran dama que los periódicos convierten en una prostituta. Entonces, para fines de guerra, en tiempos de Hitler había astrólogos que le iban diciendo cuándo eran los momentos propicios para las batallas. Luego, con relación a la ausencia de información que había en los ingleses, encuentro una historia que va más allá de la ficción. Hay un personaje, Louis de Wohl, que llega con los británicos a ofrecerles sus servicios. Les dice que Hitler está pensando en términos astrológicos y los convence de contratarlo como astrólogo. Comienza así, una especie de guerra de los astrólogos que, con falsa información publican en revistas los pronósticos de los astros que van en contra del pueblo alemán para facilitar la capitulación o provocar un sentimiento de derrotismo y viceversa. Se hacen también traducciones de Nostradamus, para favorecer a uno u otro bando, pero lo paradójico de todo esto es que al final Hitler mandó a esos astrólogos que le habían dado consejo a los campos de concentración. Esto se va tejiendo finamente con el relato en donde al final de la Segunda Guerra Mundial no sabes si entre los personajes que estaban en los campos de refugiados había algunos de esos astrólogos sobrevivientes cerca de la protagonista central, esa niña que vivió el incendio en el gueto de Varsovia. Así vemos las múltiples dimensiones de atisbar el futuro”.

Por otro lado, me cuenta Pepe que en una relectura de Cien años de soledad, descubrió que los pergaminos de Melquiades están escritos en una lengua que no puede leerse fácilmente y se revela luego que están en sánscrito. “La intuición poética de García Márquez”, dice, “es de tal calibre que de repente se da cuenta de que si hay un libro en el que vas a cifrar un misterio, tiene que estar escrito en sánscrito. Cuando por fin se descifran los pergaminos, sabes que lo escrito ahí es la misma historia que estás leyendo. Es la historia de Cien años de soledad, es decir, es el libro del destino de América Latina. Cuando lo descifras y terminas de leer la novela, se destruye todo un mundo. Te liberas también de un destino, sales de la ilusión que viviste con todas esas historias, pero al mismo tiempo entiendes mejor la estructura de esos relatos. Y lo fascinante es que los grandes novelistas son como libros vivos que están respirando y percibiendo, pero no a través de acercarse al libro desde afuera, sino que el libro lo llevan por dentro. Están interiorizando patrones de relatos y de historias que les permiten saber, por un gesto o un movimiento, lo que va a pasar después”.

Este ir y venir entre ciencia y arte define vida y pensamiento en José Gordon. El libro del destino es testimonio de ello, asimismo, de una constante búsqueda interior. “Sin duda tiene que ver con la filosofía de la India. Vi a maestros con solo una hojita de papel y en unas cuantas líneas, descubrir cosas sobre otros seres humanos solo por esa profunda intuición”. ¿Dónde se funden estas dos disciplinas? “En la imaginación”, apunta Pepe. “Para abrir nuevos mundos, la ciencia tiene que imaginar lo impensable y eso implica abrir la mirada, cambiar la percepción, ir más allá del paradigma que estamos viviendo. El arte abre las puertas de la percepción y, en ese sentido, la palabra ‘imaginante’ marca a la ciencia y al arte. Imaginación y asombro. Elías Canetti decía que solo por los colores valdría la pena vivir eternamente. Me emociona que cuando se atisban en la ciencia los niveles más profundos de la realidad, te encuentras con paradojas que pertenecen al mundo de la poesía. Esto me hace pensar que hay una urdimbre poética profunda en la naturaleza, que la literatura toca un núcleo de silencio y de asombro reflejado también en ciertas búsquedas de la ciencia. Es una forma de descubrir y revelar nuevos mundos”.

AQ

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