Escucha el grito de la semilla antes de abrirse, cuando la tierra abraza y penetra su carne. Es el clamor de la naturaleza que ahuyenta la muerte, la promesa cumplida de una vitalidad inagotable.
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De pie, en silencio, en medio de la plaza abarrotada de gente, observo el flujo de cuerpos de un lado a otro internándose en las calles aledañas, junto a los edificios que se alzan indiferentes en su soberbia estatura de piedra, cristal y hierro, sin más lenguaje que un idioma que repite las divagaciones humanas y su ilusión de grandeza. El rumor de voces sacude mis oídos con palabras que entiendo pero no me dicen nada, que se acumulan como una parvada de pájaros comiendo insectos al caer la tarde, casi ruido si no fuera porque provienen de la comunicación intermitente de seres que se expresan. Nadie me conoce, nadie me habla, nadie atisba que estoy hecho de asombro, pura contemplación absorta fundida en ese espacio, como un viento silencioso, mudo en el abismal fluir del tiempo que se escapa como el tumulto en una anticipación de la muerte huyendo con cada persona comprometida con su destino, su máscara, sus avatares, penas, alegrías y pensamientos, que son igualmente nada para nadie mientras el sol devora impasible nuestras sombras y nos disuelve a todos en su recorrido cósmico.
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Internarse en el bosque por un sendero propio y caminar hasta agitar el árbol de la vida. Admitir el refugio en las tormentas, el solaz en los días de calor y sed, una mullida almohada de hierbas para las noches, acaso el tibio abrigo de los cuerpos amigos en la fría soledad del recorrido.
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No te detengas. Si hay que descansar, levita; si hay que dormir, sueña; si hay que gozar, ama; si hay que pensar, vuela; si nada ni nadie te dicen que sí, afírmate que ya estás en el corazón del mundo, donde todos participamos del mismo pensamiento y somos un mismo universo.
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La tierra seca del desierto soporta en su humildad de polvo y ausencia la soledad y el silencio. Algunos cactus y matorrales esparcidos recuerdan sus ensueños de agua y nubes, embriaguez de humus y plegarias subterráneas que los insectos y las bacterias han transmitido al corazón del mundo, desde donde recibe la compasión de una existencia de sol, viento y estrellas.
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No soy yo el cuerpo de la estrella y, sin embargo, palpito en su corazón de sangre ardiente, fuego blanco irradiado al espacio en pos de una mirada que comprenda que hemos sido un mismo pensamiento, un solo espíritu en el universo.
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Aquí he posado mi bastón, donde el sol a mis espaldas se despide y me interno en el mundo de los muertos. Todo es misterio en esta región de sombras, y unas voces me llaman por mi nombre. ¿Qué buscas?, preguntan. Busco la paz de quienes no saben llevar en su corazón sus propios muertos, para entregar un mensaje de reconciliación y memoria, para que entiendan que todos somos un solo espíritu, la voz del universo, un mismo viaje por distintas regiones de ensueño.
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Reír es trascender el velo de la muerte, afirmar que nada tiene tanto peso para hundirnos y que estamos hechos de la misma esencia del aire, ligeros y volátiles, dotados de una energía luminosa que reside en el interior de nuestra alma y a la que llamamos alegría.
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Escucha lo que no dicen los ojos, los susurros del alma, la sonrisa musical de una noche de luna llena, el delirio sensual de una ola, la placidez del bosque somnoliento, la apasionada idea de una montaña nevada, la congoja de un desierto, el tímido rezo de un día lluvioso. Todo siente. En tu deambular por la vida, solo tienes que prestar atención. Y el secreto del mundo te será revelado.
AQ