“¡Locuras! ¡Locuras!
¡Vano delirio es éste!
Pobre mujer, sola,
abandonada en este
populoso desierto
que llaman París”
La temperatura, la tarde del martes 18 de julio, era de 31 grados en Saltillo, ciudad minera e industrial levantada en el siglo XVI por los españoles tras hallar un oasis, un ojo de agua en medio de ese desierto que hoy llena de orgullo a su gente y donde hace poco el calor rompió récord al alcanzar los 42 grados.
Violetta Valéry tuvo su déja-vu en la capital de Coahuila, en condiciones poco propicias para la ópera, recuerdo persistente de la hazaña que implica cada puesta en escena, cada teatro que s’ouvre a sa voix, como se metaforiza en el filme de Werner Herzog sobre el empresario fanático de Caruso, Fitzcarraldo.
A pesar del calor, la heroína de Giuseppe Verdi se encarnó, y doble: la joven soprano Cintli Lucía Cruz Sánchez estrenó ese día en este desierto La Traviata escenificada en su debut protagónico, que compartió con su gemela Natasha como figurante, espejo de esplendor y decadencia de esa mujer extraviada, en una producción de la flamante Compañía de Ópera de Saltillo, que cumplió en marzo un año de vida aunque ostenta una década de existencia detrás de bastidores de las instituciones culturales.
Por eso las gemelas se abrazaron y lloraron cuando terminaron las dos funciones en el teatro Fernando Soler, el martes 18 y el miércoles 19, tras mirarse en su espejo de carne como niñas, primero siendo Natasha La Traviata enferma en flashback visual al arranque del drama ante la Cintli, en rol cortesana, y después invirtiendo papeles para exclamar ésta su triste “¡Oh, gioia!”, alucinante final que la despide.
Con emoción, la cantante regresa en entrevista al vientre materno con su hermana, al líquido amniótico donde viajó la voix humaine en su versión más exquisita: el canto. Su madre solía ponerles durante el embarazo un casete con La Traviata, que por nueve meses nutrió sensibilidad y destino en las gemelas.
“Desde niña era mi sueño cantar a Violetta Valéry”, cuenta la bellísima soprano saltillense, que con maquillaje o sin él, sempre libera, posee ese aire surreal de modelo de la fotógrafa Deborah Turbeville.
Y la cantó en Saltillo, 170 años después de que la soprano Fanny Salvini-Donatelli protagonizara por primera vez esa ópera en tres actos de Verdi, en el Teatro La Fenice de Venecia, el 6 de marzo de 1853.
“Soy muy mala para hablar”, comenta en la conversación, pero libera una carcajada a lo traviata cuando el reportero le confiesa que es muy malo para escribir por lo que están en igualdad de situación.
“Había hecho ópera, pero nunca un protagónico. Mi personaje no es nada fácil, tienes que manejar muchos tipos de personalidad, psicológicamente hablando, porque pasa por muchas etapas hasta que se va deteriorando. No solo debes leer el libreto de Francesco Maria Piave, sino también la novela de Alexandre Dumas hijo”, explicaba un tanto nerviosa por tener la segunda función a punto de iniciarse.
“He disfrutado mucho al personaje. Siento que tengo mucho en común con Violetta Valéry, no porque tenga una vida de cortesana, obviamente (dice con candor), sino en cuanto a emociones o vivencias con las que me siento identificada. He abrazado al personaje, me lo he apropiado, me he metido en su vida, y ha sido satisfactorio”, cuenta la primera soprano que interpreta La Traviata en este desierto, que imita al de París que desoló a Violetta Valéry o a Margherite Gautier. O a Marie Diplessis, quien las inspiró.
—¿Qué sintió al verse reflejada en su hermana gemela?
—Ay, se me hizo un nudo en la garganta. Esta ópera representa toda mi vida, porque mi madre, a Natasha y a mí desde chicas nos inculcó escuchar y ver música clásica, ópera, ballet. De hecho, mi madre fue bailarina de ballet y a nosotras nos educó igual. Desde que estaba gestando, nos ponía música clásica y así la primera ópera que escuchamos fue La Traviata. Por eso, que yo cantara esta ópera y que invitaran a Natasha a ser un espejo hace súper grande la emoción, porque representa toda nuestra vida y educación. Verla ahí, frente a mí, por eso se me hace un nudo en la garganta. Siempre hemos estado juntas, ella también es cantante y antes trabajábamos juntas, pero me fui a Culiacán. Y al volver a trabajar juntas en Saltillo, específicamente en esta ópera, fue demasiado impactante, al grado de que al terminar la función las dos nos pusimos a llorar y nos abrazábamos, obviamente.
Y el trabajo de la joven soprano gustó, tanto al público como a sus compañeros de elenco, el tenor Andrés Carrillo (Alfredo Germont) y el barítono José Manuel Caro (Giorgio Germont), con experiencia en interpretar estos papeles en sus respectivas carreras. Igual celebró el desempeño de Cintli Cruz el director de la Orquesta Filarmónica del Desierto, Natanael Espinoza, que cedió la batuta en ambas funciones al fundador y líder de la Compañía de la Ópera de Saltillo, Alejandro Reyes Valdés.
La escenografía, tradicional de época, se trabajó con sobriedad aun en sus detalles contemporáneos con videomapping, a cargo de Rafael Blázquez. Todos en la compañía hacían de todo. Por ejemplo, los jóvenes pianistas Reyna Constancio y Rodrigo Rojas tomaron a su cargo el subtitulaje en vivo, con partitura en mano durante las dos funciones, y sentados justo en la fila adelante las autoridades locales y estatales que asistieron al estreno: el alcalde José María Frausto Siller, la directora del Instituto Municipal de Cultura, Leticia Rodarte, y la secretaria de Cultura estatal, Ana Sofía García Camil.
Había detalles anecdóticos en la puesta en escena, como la interpretación al piano en las fiestas del primer y segundo actos del prodigio local Éric Valdés Marines, Premio Nacional de la Juventud 2016 a la corta edad de 13 años (nació en 2002) y preparador también de los cantantes de la agrupación, quien fue Franz Liszt, uno de los presuntos amantes en vida de la madame Duplessis, condesa de Perregaux.
El elenco y el staff sacaron la casta en cada rol de la producción, en la que colaboraron muchos jóvenes, como las bailarinas y bailarines del Ballet Profesional Coahuila, con coreografías de Rodolfo Moreno Márquez. En el reparto estaban Antonio Ortiz, Cecilia Ortiz, Lawrie McEwan, Beatriz Murillo de la Fuente, Sergio Uriel Vallejo, Thamar Hernández, Pablo Espinosa Cuello y Felipe Cisneros Reyes.
“Una proeza”, calificó la puesta en escena de Gabriel Neaves Castillo el tenor bajacaliforniano Andrés Carrillo, cálida voz de Alfredo Germont en esta Traviata nacida en el desierto, quien venía de interpretar a Benjamin Franklin Pinkerton en la Madama Butterfly de la Compañía Nacional de Ópera.
Estaba fascinado tras la primera de las dos funciones programadas dentro de la Fiesta Internacional de las Artes Saltillo 446. Su relato de la producción de esta primera compañía municipal de ópera en el país, dirigida por esta suerte de Fitzcarraldo o Quijote del desierto, el maestro Alejandro Reyes Valdés, es elocuente sobre cómo, a pesar del lugar y sus condiciones climáticas o sociales, triunfa la voluntad.
Recuerda con fascinación que todos los integrantes de la compañía de ópera, integrada por 16 solistas y un coro de 35 cantantes, participaban en otras actividades como la elaboración del vestuario, de la escenografía (incluso, Reyes Valdés cuenta que el fonógrafo que aparece en escena se tomó prestado).
“Tuve muchas dudas de venir, porque ya no hago este tipo de repertorio, pues mi voz ha cambiado. En cuanto a la compañía, la verdad es que Alejandro es muy bueno tanto como director como coach vocal. Yo a él lo conocí como coach y pianista y siempre me ha impresionado su trabajo, su oído. Quizá suene un poquito arrogante, pero me sorprendió mucho el trabajo de todos, pero específicamente de Cintli, porque no es un papel fácil para una soprano, tan joven y que se ha educado en provincia. Tal vez en Ciudad de México estamos cantando, exponiéndonos todo el tiempo, pero en provincia no, y lo digo porque yo soy de provincia, de Mexicali, y tuve que salir corriendo, no tienes tantas oportunidades de estarte probando con el público, los teatros o con la gente. Y eso me sorprendió mucho de ella y de todos, el temple de todos para afrontar una ópera como esta, que no es fácil ni ligera”, expone Andrés Carrillo, que ha trabajado en las producciones de Stifelio, Turandot y Otelo con la Compañía Nacional de Ópera.
Que La Traviata se haya presentado en esta capital estatal en medio del desierto no le sorprende al ser él de Mexicali, pero sí confiesa que junto con el barítono potosino José Manuel Caro llegaban “mojadísimos” de sudor por el calor a las funciones al Fernando Soler con todas las butacas ocupadas.
“Culturalmente, Saltillo no es un desierto, están muy bien, no hay nada desértico en cuanto a la cultura. Tienen también una orquesta fabulosa, no todas las ciudades cuentan con una. Cada capital estatal debería tener no solo orquesta, sino también su compañía de ópera”, sostiene el tenor cachanilla.
Justo en el mismo sentido habla su colega José Manuel Caro, formado en el México Ópera Studio de Monterrey, con el que la Compañía de Ópera de Saltillo recién colaboró a principios de julio con su coro, igual que la Orquesta Filarmónica del Desierto, para el montaje de la Carmen, de George Bizet.
“Saltillo ya no es un desierto; es un oasis para la ópera”, sostiene el barítono tras debutar en esta ciudad, famosa por sus fósiles, como Giorgio Germont, rol que ha interpretado en varios escenarios del país.
Y aplaude que autoridades municipales apoyen la iniciativa de Reyes Valdés y sus colaboradores, entre ellos su directora de técnica vocal Alejandra López-Fuentes o la maestra Ana Gabriela Leal, además de integrante del coro y figurante, también responsable de utilería, prensa y logística, y aun patrocinadora.
“Aplaudo enormemente el apoyo que les han brindado para poder realizar ópera en Saltillo, quizás el único municipio del país que tiene su propia ópera y su propia cantera de cantantes. Es bastante plausible que las autoridades apoyen estos proyectos, en estos tiempos en que la cultura se ha dejado en segundo plano”, destaca el barítono potosino, feliz de cantar al lado de tantos jóvenes y para un público joven, entre el cual en ambas presentaciones había familias completas incluso con bebés, sí, bebés, que se comportaron espléndidos a diferencia de algunos funcionarios que platicaron durante todo el estreno.
“Giorgio Germont es un rol magnífico, noble, no fácil de cantar, es un personaje pesado en una ópera muy complicada en lo musical y lo vocal. Es un reto que requiere mucho control. La Traviata está llena de colores, algo que requiere esta ópera es saber manejar todos sus colores y todos los que te presenta mi personaje, que es un papá fuerte, con carácter, sobre todo un papá que se equivoca. Yo trato de hacerlo real, un padre común y corriente, ponerlo en la realidad de un padre preocupado por sus hijos, que si ve a uno de ellos con una persona non grata, actúa. ¿Qué no haría un padre por sus hijos?”, dice.
Y al constatar el trabajo involucrado en traer ópera real, escenificada, con profesionales y con profesionalismo, uno se pregunta qué no ha hecho el padre de la compañía, Alejandro Reyes Valdés. Si Brian Sweeney Fitzgerald remontó la selva del Amazonas con un barco para levantar un teatro donde escuchar al tenor Enrico Caruso, el pianista y director saltillense comenzó su aventura hace una década.
“Desde hace 10 años, cantantes jóvenes y maestros comenzamos a trabajar de manera voluntaria para hacer ópera. Comenzamos con recitales y el ensemble fue creciendo. Gracias a esa misma voluntad y trabajo, voltearon a vernos diversas instituciones, como la Universidad Autónoma de Coahuila, el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo, la Secretaría de Cultura estatal e incluso Radio Concierto, una emisora muy importante a escala local que dirige el periodista Armando Fuentes Aguirre (Catón)”, reseña en entrevista Reyes Valdés, también pianista titular de la Orquesta Filarmónica del Desierto.
Con financiamiento propio la compañía empezó a montar óperas y zarzuelas completas. Su primer título fue bel canto, L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti; después La verbena de la paloma, de Tomás Bretón, y para 2018 hizo algo inédito hasta entonces en México: presentó juntas las óperas de Il trittico de Giacomo Puccini: Il tabarro, Suor Angelica y Gianni Schicchi en el centenario de su estreno.
El éxito y la aceptación del público atrajeron las miradas del gobierno municipal encabezado por el alcalde José María Frausto Siller y la directora del Instituto Municipal de Cultura, Leticia Rodarte Rangel, que “le apostaron a dar un paso más” al cobijar a la compañía con presupuesto local de un millón 500 mil pesos para cubrir becas para todos sus miembros y recursos extra a cada producción.
La Compañía de Ópera de Saltillo tuvo su gala inaugural el 17 de marzo de 2022 en el Fernando Soler, un teatro poco apropiado para la ópera o para una orquesta sinfónica, como reconocen Reyes Valdés y Natanael Espinoza, director de la Filarmónica del Desierto, quienes esperan que las autoridades locales y estatales, e iniciativa privada, otra vez sumen voluntades para construir un foro apropiado para ambas instituciones que, con al Museo del Desierto, representan hoy la alta cultura de Coahuila ante el mundo.
“Saltillo es ya un oasis para la ópera”, reiteran el barítono Chema Cano y la soprano Alejandra López-Fuentes. La ópera en estado puro y social, que se hace con lo más exquisito del alma: amor y pasión.
AQ