The secret horror of the last is inseparable from a thinking being whose life is limited, and to whom death is dreadful. We always make a secret comparison between a part and the whole; the termination of any period of life remind us that life itself has likewise its termination; when we have done any thing for the last time, we involuntarily reflect that a part of the days allotted us is past, and that as more is past is less remaining.
Samuel Johnson
¿Cuándo hacemos algo por última vez? ¿Cuándo reconocemos que un periodo de nuestra vida se acabó? ¿En qué momento reparamos en que la parte y el todo marchan unidos, y que la culminación de una etapa de la vida lleva consigo la culminación de la propia vida? ¿Cuándo nos damos cuenta de que la vida que se nos asignó es ya pasado y que cuanto más es pasado menos permanece? Estas preguntas resuenan desde el origen de los tiempos, y si las traigo aquí de la mano del querido Samuel Johnson es porque ahora, en este espectral 2020, se han actualizado con urgencia perentoria. ¿Quién no ha sentido, en el suceder del calendario de este año, ese “horror of the last” que Johnson evoca?
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Y las traigo aquí, a estas preguntas, por otro motivo menos ecuménico y vicario, más íntimo y personal. Me explico. Desde hace tiempo, desde antes de la pandemia, he entendido que son varios, y concatenados, los capítulos de mi trayectoria profesional y de mi transitar vital que se avecinan a una cancelación. Enumero primero sus estaciones de carácter más circunstancial para pasar luego a las de fondo. Es notorio que, en el mundo de estos días, la crítica literaria y el análisis cultural pierden espacio y se evaporan, que los diarios y revistas en los que se difundían esos trabajos desaparecen o se reducen, que los libros se venden poco y se producen en forma de e-books. Una manera de honrar una vocación y una manera de ganarse el pan, tal como se las concebía hasta ahora, se extinguen. En ese tránsito se castiga, de paso, a los sectores instruidos de unas clases medias (tan decisivas en su papel de instigadoras y depositarias de las manifestaciones estéticas nacidas en la libertad que genera el caldo de cultivo de las democracias) que pierden así a sus intermediarios moralmente menos reprobables, más humanamente cercanos. Cabe recordar, en efecto, que la autoridad de la crítica literaria legítima depende más de la decencia y la sensibilidad del crítico que del acierto o el error de sus opiniones. Amén de ser un entretenimiento encantador, leer es buscar —no debe olvidarse— una reforma de la propia persona. De más está añadir que el futuro del arte, sobre todo del arte de la escritura, tiembla ante tamañas modificaciones que se suman, veloces, a su infantilización por parte de los medios de comunicación masivos. À quoi bon la littérature? suspiraba el clásico frente a la debacle —una más, sí, en la historia de las letras— que se le interponía. ¿Quién triunfará en esta nueva versión de la querella entre antiguos y modernos que, con acento muy propio del siglo XXI, se dirime: la tradición de la ruptura o la ruptura con la tradición? Lo que vendrá, en todo caso, ya no será como se podía prever; además de provocar una pérdida, las transiciones fomentan un cambio.
Ya con acento más irreparable, la sucesión de nuestras estaciones vitales nos muestra cómo los amigos se van y uno se queda solo, sin su compañía, sin su ejemplo, sin su ayuda; restan el consuelo y, si ese es el caso, sus obras, pero ellas mismas están amenazadas con el destierro a los subsuelos. Y, para completar el círculo, para tocar “the horror of the last”, cuerpo y alma advierten, en mi caso personal, ese cuerpo y esa alma que constituyen las señas de identidad que me nombran Danubio Torres Fierro, que ni el empuje de la energía ni el sabor del entusiasmo arriman sus alientos saludables. Me consta que algunos compañeros de viaje padecen los mismos síntomas. ¿Será que el mundo, nuestro mundo, ha cruzado un Rubicón, y con él nosotros, o al menos ese grupo de nosotros para quienes clausura rima fatalmente con expiación? No sobrevaloremos con alarmas teatrales el presente, agigantando sus mandatos y agrandando sus fantasmas, susurraría el Doctor Johnson. Obedezcámoslo, pues; soseguémonos.
Nunca mejor sintetizadas las cosas, estas cosas que en el presente tanto nos agobian, que en el título y en el subtítulo elegidos para este libro: Fin de ciclo de un lado y Testamentos literarios de otro. Los textos que se reúnen aquí fueron escritos en unos tiempos que garantizaban confianza en la tarea que se ejercía y aseguraban al resultado una modesta aunque suficiente difusión. El tono y la andadura que los anima están muy distantes (salvo, se diría, los más recientes, ya contaminados por la proximidad del rastro del duelo, o de la nostalgia, que es otra expresión del duelo) de los quejidos actuales. Lejos estaba de prever quien con porfía y convicción los iba pergeñando que su destino último sería este acabamiento de tintes fúnebres que ahora permite leerlos como testimonios de una época, como una memoria personal que por ser compartida se convierte en memoria plural, y que, en el mismo impulso, los recubre con un aura melancólica que ojalá los favorezca al traer consigo un inesperado embrujo elegiaco.
ÁSS