Sophia Loren vuelve al cine de la “nueva normalidad”: al cine por internet, al cine en Netflix. Lo hace en La vida ante sí, remake del clásico Madame Rosa, que es la historia de una sobreviviente del Holocausto que fue llevada por primera vez a la pantalla en 1977 por Moshé Mizrahi y en la que actuó Simone Signoret.
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Hay que ver La vida ante sí por ella, por Loren, aunque a veces a la diva se le note cansada y un poco extraviada, como su personaje. Madame Rosa es una vieja prostituta que se ha dedicado a cuidar a los niños de otras trabajadoras sexuales con las que convive en un barrio popular del sur de Europa.
Basada en una novela del escritor judío-lituano Romain Gary, La vida ante sí narra la historia del niño Momo, un chico senegalés que sueña que su madre muerta se ha transformado en una leona que lo protege de los peligros del barrio. Vale la pena recordar que enmascarado en el seudónimo de Émile Ajar, Gary consiguió burlarse de la prensa cultural (que lo criticaba por melodramático) y ganar por segunda vez el premio Goncourt, algo que estaba prohibido.
La comparación entre la original y el remake saca a flote un par de problemas de esta última. Porque si bien es cierto que Loren parece un poco fastidiada, también es cierto que no ha dejado de ser una gran actriz. Se encuentra a la altura de Signoret, por supuesto, por más que su imagen pueda resultar chocante por lo desaliñada y avejentada y, por más que nos recuerde las razones de Greta Garbo para retirarse (porque no quería que nadie la recordase así). Sin embargo, Loren ha encontrado, a estas alturas de su vida, a una comparsa del tamaño de su leyenda. El pequeño Ibrahima Gueye (quien interpreta a Momo) consigue dar a la película toda la ternura que los otros personajes no pueden. De hecho, en las escenas en que trabaja junto a la diva, Sophia Loren parece volver a brillar; seduce con la voz que no ha perdido y con el desparpajo picante de una mujer cuya imagen encarna al cine italiano de la posguerra.
La vida ante sí fue dirigida por el hijo de Loren. Pero Edoardo Ponti a sus cuarenta y siete años no ha conseguido demostrar que realmente tiene talento. A menudo el director no encuentra un buen sitio para poner la cámara y termina por dar a su obra un aire de cine para televisión. Además, falta en Ponti el gusto por dibujar el cuadro con luz como hacen los grandes directores. Para colmo el realizador ha decidido agregar a la historia un par de cosas totalmente innecesarias. En la novela original de Gary (y en la película de Mizrahi), Momo es un muchacho normal que aquí se transforma en vendedor de drogas. Este hecho cambia el foco dramático: la película ha dejado de contar una historia de crecimiento personal (un bildungsroman) para transformarse en un melodrama de manual en que luchan el mal (representado por el narco que contrata a Momo) contra el bien (madame Rosa). De todas formas, gracias al guion original, a la leyenda de su madre y a la extraordinaria actuación del joven Ibrahima Gueye, Eduardo Ponti ha conseguido sacar adelante una historia que aunque azucarada, termina por ser entrañable.
Y es que en las escenas entre Sophia Loren y el chico senegalés hay algo grande; un aire que recuerda el cine que se produjo en Italia cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. No es una gran película, pero La vida ante sí termina por regalarnos un sabor muy agradable, el sabor de la nostalgia por el viejo cine de Europa.
La vida ante sí
Disponible en México por Netflix. Dirección, Edoardo Ponti. Italia, 2020
AQ | ÁSS