La vida del cementerio | Por Avelina Lésper

Casta diva | Opinión

En el Père-Lachaise de París, Marcel Proust sigue escarbando en el drama humano.

'Pushkin y Proust'. (Ilustración: Eko)
Ciudad de México /

La naturaleza ignora el concepto de muerte, su ciclo es destrucción, renovación y evolución, se alimenta de sí misma, su ritmo es eterno, incesante.

El cementerio de Père-Lachaise en París da morada a los mitos, así ha sido desde su inauguración en 1804. Es destino de turismo fetichista, y cantar en la tumba de Jim Morrison o leer poemas en la de Apollinaire es más imperioso que visitar la Torre Eiffel. La noticia es que la vida salvaje tomó posesión del cementerio. Regresaron los pájaros y las flores, después de la prohibición de los pesticidas en los cementerios de París desde 2011.

Orquídeas salvajes crecen sobre las lápidas, zorros hacen sus guaridas, las esculturas y los nichos son escondites de una gran comunidad de gatos que toma el sol y descansa sobre la tumba de Oscar Wilde o de Édith Piaf. La naturaleza, contradiciendo nuestros engañosos rituales y temores, ignora lo que esas lápidas guardan y crece sobre los restos de la fama.

Me imagino que, en las noches con el cementerio cerrado, los gatos lo ven todo, aman a la oscuridad, se desmaterializan silenciosos, caminan entre los ángeles de mármol, y ven los espíritus fosforescentes de los habitantes. Marcel Proust, en vida, nunca pudo tener un gato por su terrible asma, aquí despojado de ese cuerpo enfermo, habitando en un cuerpo sutil, charla con todos, y según su personalidad y estilo los nombra como sus personajes, Odette, Charlus, Madame Guermantes, Albertine. Marcel Proust poseía una personalidad felina en su cotidianidad y hábitos de escribir, era noctámbulo, misterioso, suave y elegante, en el cementerio, lo rodea una banda de felinos con salvaje indiferencia y lealtad.

El proyecto de Proust era que la trama de su novela fuera una línea continua en el tiempo, por eso quedó inconcluso el último volumen, El tiempo recobrado, aquí la sigue escribiendo con la ayuda de los gatos. Deambula pausado entre los pasillos, observa a los felinos y los incorpora en la trama, las historias se complican, y como cada gato posee una personalidad única, una apariencia irrepetible, Proust ve en ellos el estilo, refinamiento y la pasión de sus personajes.

Los gatos le han solicitado que les describa con todas sus virtudes, belleza, silencio, astucia y agilidad, lo demás es prejuicio humano. Parte de la incomprensión que tenemos hacia la naturaleza es que le asignamos nuestros vergonzosos defectos y nuestras miserables virtudes.

Proust sigue escarbando en el drama humano, custodiado por los gatos, cada noche entrevista a algún personaje, le pregunta su vida, le escucha sin juzgarlo, fascinado en su morbo, sigue construyendo su monumental novela. Las más de cien especies de pájaros que anidan en los ancianos árboles le llevan los chismes, entre otros hay pericos, petirrojos y miles de gorriones. Los gatos también observan a los pájaros con curiosidad científica, obviamente. El tiempo recobrado se consuma lejos de la enfermedad y del dolor, la realidad se arrodilla ante la ficción.

AQ

  • Avelina Lésper

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