La vida del mundo futuro

Toscanadas | Nuestros columnistas

En eso de predecir el futuro se equivocan los agoreros y profetas una vez tras otra.

Hans Memling, 'El Juicio Final', 1467 - 1471. (Wikimedia Commons)
David Toscana
Ciudad de México /

La palabra “futuro” goza de poca estatura poética si se le compara con el porvenir o el mañana. Y ciertamente para mi oído no es palabra bella. Fu-tu-ro. En inglés suena peor. Future. Algo así como fiúchur. Y encima, “futuro” rima con “oscuro”. Mejor con Arturo o suturo. Antes que hallarlo en un verso, los adolescentes oyen el futuro en las reprimendas. Es en lo que deben pensar cuando estudian.

Incluso gramaticalmente pierde fuerza el futuro. Más decimos: “Mañana hablamos” que “Mañana hablaremos”. Y ni se diga con el subjuntivo. Decimos: “Avísame si se te hace tarde” y no “Avísame si se te hiciere tarde”. “Sea como sea” y no “Sea como fuere”. “Salga lo que salga” y no “Salga lo que saliere”. Con el paso de los años, se habla más de recuerdos que de planes.

Hay un futuro especulativo acerca del mundo, sobre el cual casi nunca se acierta. Hace cuatro años imaginé uno con optimismo, hoy imagino otro con pesimismo. Y otro futuro personal, que invariablemente ha de coronarse con un paro cardiaco y cuya fecha podemos estimar con cierto grado de certeza.

“No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera, más que duró lo que vio”, nos dice Jorge Manrique. Cuando lo leí a los veinte años, le dije que no tenía razón; ahora me parece una verdad incuestionable.

Nótese que cuando arriba escribí “hay un futuro”, alguien puede pensar que debí escribir “habrá”, pues el futuro nunca es sino será.

En eso de predecir el futuro se equivocan los agoreros y profetas una vez tras otra. Hace casi cien generaciones, Jesucristo advirtió que antes de que pasara su misma generación “el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo”. No era canción de Angélica María, sino amenaza fallida, pues ya resulta obvio que erró en el pronóstico del tiempo, y se ve que no sabía mucho de astronomía si pensaba que las estrellas eran luceritos que pueden caernos encima.

El fin del mundo se ha pronosticado muchas veces, siempre con ese tono iracundo y apocalíptico que igual llega de un medioevo ilustrado o de una suequilla atolondrada. Y hay que ver cuál es el interés detrás de cada cosa. A la iglesia cristiana del año mil, le vino muy bien promover el fin del mundo. Muchos pecadores adinerados y espeluznados donaron sus bienes a los conventos, y cuando amaneció el año 1001, ya no pudieron reclamar de vuelta sus propiedades. A la Iglesia le salió tan bien el embeleco, que pasó el siguiente fin del mundo para el año 1033.

Pero el mundo no ha de acabarse, puesto que el credo dicta que hay que esperar “la vida del mundo futuro”, ésa en la que habrá un “reino que no tendrá fin”, vana ilusión de tanto dictadorzuelo que anda suelto por ahí.

AQ

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