“¿Tengo la voz de alguien que oculta algo?” dice la “Mujer” el personaje de La voz humana, el monólogo de Jean Cocteau, llevado a la ópera por Poulenc. Es la voz desolada de una mujer que habla por teléfono con su amante. Las interrupciones de las operadoras, las otras voces que entran cuando las líneas se cruzan, mientras ella, desesperada, trata de no perder el frágil hilo de una conversación, en el caos emocional en el que la única replica es el silencio. La novedad del teléfono, las telefonistas que escuchaban las conversaciones que iban desde la tragedia hasta la irrelevante palabrería con la que llenamos las horas. Ella no deja de decirle “Mi amor”, “Eres tan bueno”, “Yo tengo la culpa”, el monólogo avanza mientras nos sentimos culpables de escuchar esa intimidad vaciándose en un aparato insensible, en un cable que se va a la nada.
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La voz que nunca escuchamos es la de este amante que se marcha, que pide sus cartas, avisa que se va a casar, mientras ella le describe su intento de suicidio, las doce pastillas que se tomó para “dormir y no soñar”. El gran personaje es el silencio. La voz, la fría soledad, trae un abrigo sobre el camisón, y miente, “Traigo mi sombrero y el vestido rosa”, está sola, puede mentir. La voz no le cree, no le importa, ya está lejos.
La inteligencia artificial está imitando a la voz humana, graban un disco con la voz de John Lennon, y el alcalde de Nueva York hace campaña de proselitismo en varios idiomas, que por supuesto no habla. Los fabricantes de fake news, están imitando las voces de gente como Obama, Trump, y lo que les dé la gana para desvirtuar la ya muy pervertida información.
La voz humana pierde sentido, se manipula, como ventrílocuo, la inteligencia artificial es el nuevo muñeco parlante que engaña a los que creen en ella. “¿Alo?” “¿Me escuchas?” Nadie está del otro lado, nadie, no hay amante, él ya se ha ido, ella no puede detenerlo, se durmió con el teléfono en la cama, abrazando ese aparato negro de baquelita, con su camisón y el dolor después de vomitar las pastillas.
“Ha bastado que tú me llames para que me sienta bien y cierre los ojos”, seguramente los apologistas del ciber marketing creen que una voz manipulada por la IA va a generar esa tranquilidad que da escuchar la voz que ansiamos. Lo que ignoran es que esa voz, para que adquiera sentido, para que las palabras digan algo, deben estar habitadas por una inteligencia verdadera, no una app que une sonidos sin comprenderlos y guiarlos por emociones, que la creación de pensamientos impregna cada palabra. No lo saben, porque no lo piensan. La humanidad atraviesa su estado de estupidez confiando en que ha inventado herramientas inteligentes. “Si no me hubieras llamado estaría muerta”, lo estará, la están abandonado, ella tiene el cable del teléfono alrededor del cuello, le dice “mi amor,” le ruega que cuelgue. La voz humana. “¿Eres tú?” “Al fin eres tú”. Nos merecemos la basura de lo falso, es el cable en el cuello.
AQ