Largo camino a casa

Crónica

De 2015 a 2021, el porcentaje de feminicidios ha aumentado casi 10 por ciento en México; este texto recrea una experiencia que se ha vuelto tan frecuente como traumática.

"Empezó a platicar de manera casual, como cualquier taxista lo haría". (Foto: Paul Hanoka | Unsplash)
Eli Ramos
Ciudad de México /

Ese domingo, como todos los anteriores durante el mes, fui a casa de Rodrigo a ver nuestra serie favorita; se había vuelto una tradición entre mi nuevo grupo de amigos reunirnos con comida y bebida para ver nuestro programa en un proyector para después comentar lo sucedido en el capítulo. Esos momentos me animaban a llegar al final de la semana, ya que estaba empezando un episodio depresivo y ansioso.

Esa noche el capítulo duró más de lo esperado, así que por la hora decidí tomar un Didi a casa, a pesar de que estaba a veinte minutos caminando. Como ya no correría peligro caminando sola por las calles oscuras, decidí quedarme un rato más a convivir.

Veinte minutos después de la medianoche me pareció una hora prudente para partir y poder descansar lo suficiente para no estar durmiendo en la escuela la mañana siguiente. Pedí el taxi por la aplicación; Rodrigo me acompañó hasta la puerta, esperó a que llegara y nos despedimos.

Al subir al auto yo estaba feliz porque había tenido un lindo momento en la semana, así que fui amable con el conductor; era un hombre de aproximadamente 40 años, su piel era blanca rosácea, tenía la cabeza rapada, el cuerpo musculoso y llevaba una playera blanca que hacía notar el volumen de sus brazos. No le di importancia a su aspecto físico.

Empezó a platicar de manera casual, como cualquier taxista lo haría, y yo respondí amablemente.

     —¿Ya a casa?

     —Sí, a dormir para empezar bien la semana.

     —¿A qué te dedicas?

     —Soy estudiante.

     —Yo estudié nutrición deportiva, de hecho, trabajo en un gimnasio y hago artes marciales mixtas.

     —Qué bien, yo estudio comunicación.

     —Aaaah, súper bien, ¿y te gusta hacer ejercicio?

La plática cada vez era menos casual, pero no sentí que fuera una señal de alarma. Así que mi tranquilidad no se vio afectada.

     —A veces corro y hago yoga.

     —¡Aaay, qué padre! Oye, ¿y te gustan los tatuajes?

     —Sí, depende de quién los haga.

El recorrido a casa era de diez minutos, mi percepción del tiempo empezó a volverse más lenta cuando en un semáforo volteó para mostrarme su puño lleno de tatuajes.

     —¡Mira! Yo tengo tatuadas las dos manos.

De pronto su puño estaba a 20 centímetros de mí cara. En ese momento vi su cara por primera vez y comencé a sentir miedo; su mirada se veía extraña y tenía una sonrisa a medias que me causó desconfianza.

     —¡Wow!, están muy chidos, ¿te dolió mucho?

Seguí con la conversación intentando mantener la calma, ya faltaba poco para llegar a casa. El semáforo se puso en verde nuevamente y él se volteó de nuevo, sentí un ligero alivio.

     —Casi no dolió, en general no siento mucho dolor. ¿Tú no te quieres tatuar?

Faltaban tres cuadras para llegar pero el tiempo y la distancia se sentían eternos.

     —Pues si encuentro algo lindo sí, pero no es algo que considere necesario.

Por fin llegamos a mi calle. El conductor se estacionó cerca de la entrada de mi casa. Agradecí el viaje y justo cuando iba a abrir la puerta para bajar, escuché el sonido del seguro del coche activándose.

Volteé a ver al sujeto, en un segundo reclinó su asiento para quedar a mi nivel y me volteó a ver con mirada lasciva. No entendía la razón, sentí cómo mi cuerpo se paralizaba y los pensamientos empezaron a ir demasiado rápido en mi mente, tanto que no sabía qué hacer ni qué esperar.

     —No te vas a ir hasta que me des un beso.

     —Déjame bajar por favor —dije con tono firme.

     —Primero dame un beso —su manera de dirigirse era cada vez más agresiva.

Volteé a ver discretamente alrededor pero no había nadie, movía la manija de la puerta y no se abría. Segundos después, mientras yo volvía a pedir que me dejara bajar con un tono más fuerte, vi las luces de una patrulla a lo lejos. Él se percató, se empezó a reír, quitó el seguro del auto y me dejó bajar.

     —Buenas noches guapa.

Bajé del auto, abrí la puerta del edificio y no volví a ver atrás. Al llegar a casa, las lágrimas no dejaron de brotar por mis mejillas. Estaba intentando asimilar lo que había pasado. Al contarle la experiencia a la persona con quien vivía en ese momento esperando consuelo, lo único que dijo fue:

     —¿Para qué sales tan tarde?

No volví a hablar del tema con él y pasé toda la noche investigando si alguien había tenido una experiencia similar con conductores de esa aplicación, así como si era posible proceder legalmente.

En la búsqueda encontré la historia de Mariana Fuentes, una estudiante en Puebla que en 2017 fue asesinada por un conductor de Uber. El sujeto recibió una sentencia de 23 años, pero hace dos meses fue liberado tras haber tramitado un amparo.

Recordé también el caso de Debhani Escobar, joven universitaria que en abril del presente año desapareció tras tomar un taxi de aplicación y días después su cuerpo fue encontrado sin vida y con signos de violencia sexual. Siete meses después, tras pasar de ser un caso estatal a federal, aún no hay detenidos.

Tras la experiencia con el conductor de Didi, evito tomar viajes en taxis de todo tipo, pero cuando es necesario siempre voy preparada y tomo en cuenta que el seguro de infantes no esté activado, que los cristales se puedan abrir, mando mi ubicación y cargo con una navaja. Fui muy afortunada, pero sé que muchas mujeres no han tenido la misma suerte.

De acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, de enero a septiembre de 2022 el total de mujeres víctimas de delitos ha sido de 91 mil 549. Entre estos delitos se encuentran feminicidios, violencia física y sexual.

Lidia Gabriela murió el pasado 1 de noviembre tras saltar de un vehículo en movimiento al ver que el conductor la llevaba por el camino incorrecto con intenciones de secuestrarla. Desgraciadamente perdió la vida al caer y golpearse la cabeza.

De 2015 a 2021, el porcentaje de feminicidios ha aumentado un 9.77 por ciento en el país. Es urgente buscar estrategias que garanticen una vida más segura para las mexicanas. Estrategias que ataquen el problema de raíz en lugar de sacar militares a las calles.

AQ

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